sábado, 21 de noviembre de 2015

La ineficacia de la anacrónica “política internacional” ante los problemas mundiales

Dos casos

1. El petróleo

La fijación del precio del petróleo era decidida, principalmente,  por un grupo de países petroleros integrantes de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). Dos de esos países fueron invadidos y/o se sumieron en una encarnizada crisis humana (Irak y Libia). Otros países que integran la OPEP se encuentran bajo presiones de grupos hegemónicos internacionales o sumidos en constantes conflictos políticos.

La intensificación de estas crisis y conflictos en medio oriente dieron nacimiento a grupos de terroristas incontrolables que desataron la barbarie hasta Siria, pero que actualmente sacuden con sus acciones terroristas a oriente y a occidente, o sea al mundo entero.  

Ahora bien, ¿todas estas crisis y conflictos hacen más fácil el negocio del petróleo?, ¿cómo es que con tantas crisis y conflictos el precio del petróleo haya bajado tanto?, ¿si la demanda no baja quiere decir que la cantidad de producción o explotación aumenta, aumentado así la oferta?, ¿o bajaron los costos de producción o de explotación?,  ¿quiénes deciden el precio en el negocio del petróleo?, ¿qué criterios utilizan?, ¿cuál es el vínculo del terrorismo con el negocio del petróleo?, ¿se maneja responsablemente la explotación energética del petróleo?

Estas preguntas son ineludibles para encontrar una respuesta que nos acerque hacia la comprensión de lo que sucede en medio oriente, pero también para entender las constantes tensiones en las que se encuentran sumidos algunos países petroleros.   

 2. Un pueblo sin tierra

Me refiero a los kurdos, una de las naciones más perseguidas en la actualidad. Los kurdos, constantemente, se ven sometidos a la negación, a la asimilación, a la reducción o al exterminio. Se asientan, principalmente, en Irak, Turquía, Irán, Armenia y Siria.

Los yazidies pertenecen a la comunidad kurda que más es perseguida y no son musulmanes. El Yazidismo es una religión muy poco conocida y comprendida. Actualmente el Estado Islámico utiliza a las mujeres yazidies como esclavas sexuales, a sus niños los matan sin contemplación y a los que no son exterminados los utilizan como esclavos o los subyugan con el terror y la estigmatización. Para los yazidies el sol, el pavo real y el círculo son sagrados. El Estado Islámico vincula a los yazidies con los adoradores del diablo. Melek Taus es el principal ángel de los yazidies y su religión tiene sus raíces en las más antiguas religiones del medio oriente y del mundo, teniendo en cuenta sus vínculos con los sumerios y con el zoroastrismo. El genocidio contra esta comunidad religiosa hace rato ya se debió denominar HOLOCAUSTO.   

La nación kurda, como vimos, se asienta en países que tienen petróleo,  que “geoestratégicamente son muy importantes” y que están sumidos en la barbarie o bajo la presión internacional.

¿Cómo la falta de una política internacional vincula a estos dos casos?

El caso del petróleo tiene que ver con una cuestión de interés general que es “administrada” por un grupito reducido de particulares o, mejor dicho, por un grupito reducido de intereses particulares. El caso de los kurdos tiene que ver con una cuestión particular que no es asumida por nadie. Sin embargo, estos dos casos nos afectan a todos, como nos afecta a todos el atentado en Francia.

En síntesis, estos dos casos se vinculan con la ineficacia de la anacrónica “política internacional” irresponsable o mejor dicho con la falta de conciencia de que nuestra única y verdadera patria es nuestro mundo, que sin el otro y sin el cuidado del entorno no podríamos existir y que los demás no pueden ser reducidos a instrumentos u objetos para la satisfacción de intereses sectoriales o particulares. La política es asunción de responsabilidad y si no se refiere a eso, pero utiliza ese nombre, es porque está siendo utilizada como el significante de otra cosa.    

Si bien, en el contexto actual en el que vive Siria y medio oriente, ya es inevitable la intervención militar, ésta debe ser dirigida para alcanzar objetivos políticos claros o sino se seguirán desatando fuerzas barbáricas irresponsablemente que después no se pueden controlar.

No comprenderemos la gravedad del problema si entendemos este escrito, pero al final seguimos con comportamientos tribales, en los cuales sólo vale lo que “yo” pienso, lo que “yo” digo y “mis” intereses o lo que “mi” grupo tribal piensa, dice y sólo “sus intereses” y, por sobre todo, si no “me” importan las consecuencias de “mis” actos o los actos de “mi” grupo sobre los demás, (pan nuestro de cada día, en especial en la politiquería o en la deformación de la política).


  

martes, 27 de octubre de 2015

La alteridad como fundamento del ser

No existe el uno sin el otro porque el uno es parte del otro y el otro es parte del uno.



Sin el otro no se podría existir, porque el existir es producto de la generación, producto de la participación de la humanidad en su reproducción y sin el uno con el otro no existiría humanidad, mucho menos su reproducción. Se podría decir que la humanidad genera al uno y el uno genera humanidad. Pero esto se quedaría corto o existiría una  alienación con relación al entorno, pues por más que existan dos seres humanos con capacidad de reproducirse esto no bastaría para generar humanidad, es necesario que se den otras condiciones más, como por ejemplo todo lo básico para el funcionamiento biológico, para la satisfacción de las necesidades básicas, para la existencia. Pero el funcionamiento biológico sólo desarrolla el aspecto físico de nuestro ser, y el ser, siendo potencialidad indeterminable, se expande mucho más allá del cuerpo y la materia, el ser humano llega hasta el infinito con la imaginación y la mente, y el infinito penetra constantemente en el ser humano. Más allá de los lazos primigenios, para continuar con la peregrinación de la generación de la humanidad no bastaría esta relación básica con los padres que han engendrado al uno, sino que se necesitaría de más otros para satisfacer lo fundamental de la generación, de su formación, de lo social, de lo cultural, de lo humano. Habiéndose el uno encontrado con más otros como él, pero diferentes en su individualidad, empieza a medir las cosas desde “su” perspectiva, desde “su” óptica,  entonces puede observar que la medida de las cosas, dentro de la existencia, es el ser humano porque desde esa perspectiva es que el uno le da medida a todas las cosas. Como ser humano que mide y es medido el uno se encuentra con la formación del universo, la creación de la forma y la necesidad de identidad. Al dar forma al entorno el uno se relaciona con él y con los otros seres humanos y relacionándose así participa en la creación. No es que el ser humano haya creado, ni que crea materialmente el universo, sino que participa en la creación, porque sin aprehender sobre el entorno el universo para él no tendría ningún significado y al aprehender el entorno, por lo tanto, dota de significado al mismo y con los otros seres humanos genera vida y su cosmovisión. Con el paso del tiempo se puede percibir que lo que fue no es y lo que está por venir tampoco es, para colmo lo que es ya no es. Constantemente aparece lo otro en el cambio. En el fluir de la vida nada se detiene.  El aliento vital crea movimiento y en el movimiento se expande el aliento vital. En la expansión del aliento vital surge la necesidad de actuar con relación a uno mismo, con relación a los demás y con relación al entorno. Antes de actuar el uno procura direccionar esa acción hacia un objetivo. Dirige su potencialidad  que se concreta en el acto. Toda acción tiene sus frutos o sus consecuencias. De ahí la importancia del control de nuestra potencialidad, de la conciencia, de las implicancias de nuestras acciones. Un estallido de influencias internas o externas nos puede llevar a acciones desastrosas. Para garantizar la convivencia el uno tiene que aprehender a hacerse responsable de sus acciones sobre sí mismo, sobre los demás y sobre el entorno. Surge entonces la necesidad de la política, entendida como el ejercicio de responsabilidad sobre sí mismo, sobre los demás y sobre el entorno.  Una vez que el ser humano toma conciencia de su responsabilidad sobre él mismo, sobre los otros y sobre el entorno, entonces surge la necesidad de la ética, que consiste en la búsqueda de la mejor forma de convivir con uno mismo, con el otro, con lo otro y con el entorno. Tomar conciencia de la responsabilidad de sus acciones no le garantiza el dominio al ser humano, no le garantiza la perfección. Sólo le garantiza y otorga la posibilidad de pensar y re-pensar sobre sus acciones, sobre sus impulsos, sobre sus emociones y sobre las  influencias que le invaden. Ese pensar y re-pensar es la experiencia más sublime de libertad y le sirve para tomar sus decisiones y para levantar  la mirada hacia adelante, hacia el horizonte en el eterno peregrinaje. 

domingo, 30 de agosto de 2015

Un ejercicio idílico para entender en qué consiste la deconstrucción*

Yo creí (me forme una creencia)
Porque te vi
Y al verte me vi (y percibí que tu ser me alegraba)
Que eras para mí (por lo que quise tenerte para mí)
Pero también intuí (percibí instantáneamente)
Que no podías ser para mí (porque al reducir tu ser a algo para mí ya no serías lo que vi)
Por eso te devolví
A la libertad con la que te vi (para verte nuevamente sin condicionamientos)
Así  pude deconstruir  lo que creí (ver los procesos de la formación de mi creencia)
Y alcanzar la belleza que hay en ti (y transformar esa creencia para llegar nuevamente a lo que me llamo la atención, a lo que me encantó, a lo que me enamoró)

*Lo que se encuentra entre paréntesis es la explicación




sábado, 22 de agosto de 2015

El gallo para Asclepio

La interpretación más común sobre este agradecimiento es que la muerte habría curado a Sócrates de la enfermedad que consiste en vivir, pero a mí en particular no me parece así por lo siguiente:    

En realidad, ese gallo a Asclepio se lo debían porque hubo una curación y el pedido de honrar este agradecimiento fue dirigido a Critón, siendo justamente el mismo  el que le sugirió a Sócrates no cumplir su sentencia y fugarse. Tan convincente fue el discurso de Critón pero Sócrates no se olvidaba de sí mismo y después de que ambos dialogarán y reflexionarán pudieron curarse de una lógica que pudo haberlos persuadido, pero que no iba encaminada hacia la mejor razón de acuerdo a la conclusión a la que llegaron al final sobre este asunto. Michel Foucault decía, en sus clases sobre el coraje de la verdad, que: “Bien puede suponerse entonces que la enfermedad para cuya curación se debe un gallo a Asclepio es justamente aquella de la que Critón se ha curado cuando, en la discusión con Sócrates, pudo emanciparse y liberarse de la opinión de todos sin distinción, de esa opinión capaz de corromper las almas, para, al contrario, escoger, decantarse y decidirse por una opinión verdadera fundada en la relación de sí mismo con la verdad. La comparación utilizada por Sócrates entre corrupción del cuerpo y deterioro del alma por opiniones corrientes parece indicar a las claras, en todo caso, que tenemos allí cierta enfermedad. Y bien podría ser su curación lo que hay que agradecer a Asclepio”. Pero no solamente fue una cura para Critón, sino para todos, porque como agrega Foucault: “…si triunfa el mal discurso, es una derrota para todos, pero si triunfa el buen discurso, todo el mundo gana…”. También es bueno recordar lo que escribía Epicuro, en su carta a Meneceo, sobre la muerte: “Acostúmbrate a pensar que la muerte es nada para nosotros, porque todo bien y todo mal reside en la sensación y la muerte es privación de los sentidos, por lo cual el recto conocimiento de que la muerte nada es para nosotros hace dichosa la mortalidad de la vida, no porque añada una temporalidad infinita sino porque elimina el ansia de inmortalidad. Nada temible hay, en efecto, en el vivir para quien ha comprendido realmente que nada temible hay en el no vivir. De suerte que es necio quien dice temer la muerte, no porque cuando se presente haga sufrir, sino porque hace sufrir en su demora. En efecto, aquello que con su presencia no perturba en vano aflige con su espera, así pues el más terrible de los males, la muerte, nada es para nosotros porque cuando nosotros somos, la muerte no está presente y cuando la muerte está presente, entonces ya no somos nosotros”. Además, habría que agregar lo que decía Epicteto, en sus máximas, sobre la opinión: “Lo que turba a los hombres no son las cosas sino las opiniones de que de ellas se hacen, por ejemplo la muerte no es algo terrible, pues si lo fuera a Sócrates le hubiera parecido terrible, por el contrario lo terrible es la opinión de que la muerte sea terrible, por lo que cuando estamos contrariados, turbados o tristes no acusemos a los otros sino a nosotros mismos, es decir a nuestras opiniones. Acusar a los otros por nuestros fracasos es de ignorantes, no acusar más que a sí mismo es de hombres que comienzan a instruirse y no acusar ni a sí mismo ni a los otros es de un hombre ya instruido”.



Por tanto, para estos siempre vigentes maestros la muerte no se debe temer, sin embargo consideraban que no hay peor enfermedad que olvidarse de sí mismo, así que existía la obligación de agradecer a Asclepio en este caso por la curación que efectivamente se realizó mediante el diálogo y la reflexión y que terminó pagando el gallo. 

sábado, 8 de agosto de 2015

Síntesis

De la síntesis surgimos

Y a partir de allí nos vinculamos al entorno

El entorno se inserta dentro de nosotros

Así va formando nuestro interior

Y nuestro interior le va dando forma al entorno

Tanto se va arraigando esta formación interna del entorno

Que con el transcurso del tiempo ya vemos al entorno

Con la formación interna que nos hicimos del mismo

Así la idea va buscando dominar al entorno

Pero al dominar así la idea

Se crea un velo que impide ver

Al no ver se llega a negar al entorno

Y al negarlo se impone el arquetipo

Ni nuestro pudor es tan fuerte ante la desnudez

Como llega a ser la fuerza que impide ver más allá del arquetipo ideal

Por eso es tan difícil

Volver a ver el entorno desvistiendo al arquetipo ideal

Sin embargo, desnudando a ese arquetipo ideal

Podemos llegar a lo bello del reconocimiento

Que junta, como el amor, a la idea con el entorno

No se puede reconocer sin ver

No se puede transformar sin formar

No se llega a buen puerto al actuar sin interpretar

Lo subjetivo y lo objetivo son amantes inseparables

Pero envidiados, en su amor, por muchos

Por eso se busca separarlos sin medir las consecuencias

Lo ideal no puede anular al entorno

Ni el entorno puede anular a lo ideal

Lo objetivo no puede anular a lo subjetivo

Ni lo subjetivo  puede anular a lo objetivo

La anulación no es ninguna solución

La mente que está abierta recepciona mejor al entorno

Que siempre está insertándose dentro de nosotros

De la síntesis surgimos

En la síntesis vivimos

Y allí nos dirigimos



Juan Carlos Duré Bañuelos 


sábado, 1 de agosto de 2015

LA FILOSOFÍA DEL DERECHO EN EPICURO* (Manuel García Pelayo)




El vídeo (audio-libro) es un agregado
          

            1.  PALABRAS DE INTRODUCCIÓN

En este trabajo se tratan de investigar los conceptos jurídicos fundamentales, tal como eran concebidos en la mente de Epicuro, y con arreglo a lo poco de su pensamiento que, en este sentido, ha llegado hasta nosotros. Pero cuando se trata de estudiar la personalidad de un autor, dentro de la historia del pensamiento, tal tarea no puede ser completa si no se pone a dicha personalidad en relación con las demás, por lo menos con las más cercanas en tiempo e ideología. En este trabajo se trata también de hacer un poco de esto.

Quizá abunde en citas, en extractos, pero dada la índole de esta investigación, he creído necesario este sistema. Se trata de buscar el sentido a unos pensamientos, a veces harto oscuros, y que por esta cualidad son susceptibles de distintas interpretaciones. Por eso, he preferido intercalar algunos extractos para que el lector pueda apreciar mejor la tesis aquí expuesta y, en consecuencia, conozca de la manera que él crea más justa el pensamiento epicúreo, única finalidad perseguida por la redacción de este trabajo.

Y digamos ahora unas brevísimas palabras sobre la vida del filósofo. Epicuro nace en la isla de Samos en el año 341 (a.C.). Desde los catorce años comienzan a preocuparle los problemas filosóficos. A los dieciocho pasa a Atenas en donde escucha a varios maestros (entre ellos Aristóteles). Viaja después, y en 306 funda su jardín o cenáculo filosófico, en el que existía la particularidad de admitirse mujeres, y al que se dedica hasta su muerte, acaecida en 27. Su vida fue recta y ejemplar; sufrió, sin embargo, calumnias de sus enemigos, que hallaron eco hasta mucho después de su muerte1.

2. CARÁCTER GENERAL DE LA ÉTICA EPICÚREA

Uno de los más interesantes problemas de la filosofía jurídica es y ha sido el de las relaciones entre ésta y la Ética. La palabra Ética puede emplearse en dos sentidos. En el sentido lato y en el sentido estricto. Hoy, tan sólo se la emplea en el primero. Y desde este punto de vista, siendo la Ética la rama de la Filosofía que esta el obrar de los individuos desde un plano valorativo es obvio que el Derecho ha de ser comprendido dentro de ella, y en este sentido Jellinek nos habla de lo jurídico como de un Mínimo ético y Petrone como el precipitado histórico de la Ética.
Así pues, es imposible conocer de una manera correcta los postulados filosófico-jurídicos sin conocer antes los principios éticos que le sirven de base. Y si esto es siempre de gran importancia, mucho más lo es cuando se trata del pensamiento helénico, en el que no había producido todavía la ulterior diferenciación de la Ética en Moral y Derecho, y donde, por consecuencia, ambos conceptos hállanse fundidos en uno solo.

En la Filosofía ética de Epicuro el individuo es el fin de toda acción. No se reconoce más que un valor ideal: la felicidad de los hombres, felicidad que ha de ser alcanzada por medio de los placeres. Mas lo que hoy es un placer, mañana puede constituir un dolor; por otra parte, dividiéndose los placeres en no naturales y naturales, y éstos a su vez en necesarios e innecesarios, se hace preciso tomar como medida del placer el conocimiento racional ya que sólo por medio de éste podemos determinar los deleites que necesitamos y que nos convienen para nuestra felicidad. Llegando Epicuro a afirmar, en su exaltación racionalista, que “es mejor ser infeliz racionalmente que feliz irracionalmente”2.

El placer meramente corporal está concebido en el sistema epicúreo con actitud más bien negativa. La lujuria y la gula, por ejemplo, están taxativamente condenadas, “el placer que nosotros propugnamos  -dice- está caracterizado por la ausencia de dolores corporales y turbaciones del alma”3.

Vista ya la no existencia de otro valor que no sea el de la felicidad, es evidente que la virtud no ha de considerarse como un bien en sí misma, tal como pensaban los estoicos, sino tan sólo como un medio al servicio del fin felicidad. Sin embargo, según Epicuro, la virtud es un medio por otra parte imprescindible, ya que “no puede haber vida dulce si no es también prudente, honesta y justa: ni se puede vivir con prudencia, honestidad y justicia sin que se viva también dulcemente”4. E importa que nos fijemos ahora en esta cualidad que de medio imprescindible tiene la justicia (juntamente con las demás virtudes) para comprender correctamente las concepciones epicúreas sobre los problemas pertenecientes hoy al campo de la Filosofía jurídica.

3. LOS CONCEPTOS JURÍDICOS FUNDAMENTALES

La perfecta delimitación de los conceptos que forman una ciencia no aparece hasta una época bastante avanzada de la misma; antes de esto, no existen más que atisbos, intuiciones más o menos geniales. Sería, por tanto, vano empeño tratar de encontrar esa delimitación, esa pureza lógica de los conceptos filosófico-jurídicos, tal como hoy nos es brindada por la disciplina que se ocupa de ellos, en una época en que cabalmente comienzan a salir a la luz, mezclados con una serie de factores y de problemas considerados en la actualidad fuera del campo de lo jurídico. Por tanto, en esta pequeña investigación sería inútil buscar otra cosa que no fueran los vislumbres de esos conceptos filosófico-jurídicos, pero que, en compañía de otros, fueron las ideas madre de las que nació la ulterior formación conceptual de la Filosofía del Derecho.
En Grecia, pueblo especulativo por excelencia, no tratan nunca los problemas jurídicos desde el plano de la Jurisprudencia. Mejor dicho, la Jurisprudencia no existe como ciencia independiente, y sus problemas son enfocados en nexo constante o, más exactamente, forman parte, son tratados siempre, como problemas de la Filosofía pura.

I.      EL PROBLEMA DE LA JUSTICIA

A)     Concepto helénico. La Justicia, virtud universal

Es sabido que Platón es un jalón, forma una nueva época en la Filosofía griega. Y si esto ocurre con la Filosofía general, otro tanto había de suceder en la parte de ésta que se halla en relación con los problemas jurídicos. Así, a partir de Platón, cuando en Grecia se trata del problema de la Justicia, se considera a ésta como la virtud por excelencia, que comprende a todas las demás, como la virtud universal5. Concepto que, de acuerdo, además, con el desconocimiento helénico de la independencia de los problemas jurídicos y morales, no expresa otra cosa sino “que suceda aquello que éticamente deba suceder, que sea una exacta correspondencia entre el hecho y la norma a él referente”6.

Por tanto, la Justicia al conjuro de esta concepción abarca tanto el recto obrar de la interioridad subjetiva como el de la exterioridad objetiva, o lo que es lo mismo, tanto un buen obrar moral como un buen obrar jurídico. Ya que en ese concepto de la Justicia arriba formulado no se establece ninguna diferencia entre las normas referentes al obrar interno y a las del obrar externo de los individuos, no se establece la diversidad de lo que éticamente deba suceder para cada uno de los casos de expresión del obrar.

B)      Su ulterior diferenciación en Aristóteles   

Ahora bien, en el posterior desenvolvimiento de la Filosofía helénica, la Justicia, sin perder ese carácter de virtud universal, comienza a mostrarse en ulteriores especificaciones. Aristóteles hace una división de la Justicia, en la que dejando aparte las discusiones de los comentaristas, sobre si es bipartita, tripartita o cuatripartita, se reconoce en ella, dentro de este carácter de regulación universal, una parte destinada a reglar los actos de los individuos en sus relaciones entre sí. Aristóteles hace todavía con ella ulteriores especificaciones y le da una construcción lógica7.

C)      Epicuro. Doble aspecto de la Justicia

Vistos ya estos caracteres previos sobre la consideración de la Justicia en la Filosofía griega, tratemos ahora, con esta base, de desarrollar el concepto que de la misma tiene Epicuro.
Desde luego, creemos encontrar en él una consideración de la Justicia como virtud moral, destinada a regular los actos propios de la interioridad subjetiva, y gracias a la cual, gracias a ese obrar recto, se alcanza el fin propuesto por la ética epicúrea: la tranquilidad de ánimo, porque el justo está absolutamente libre de turbaciones: al injusto le acechan infinitas8; gracias a la práctica de la Justicia, juntamente con la de otras virtudes específicamente morales (prudencia y honestidad), el hombre lleva una vida dulce llegando a un grado tal de felicidad que puede considerarse como un Dios entre los hombres, pues nada tiene de común con los mortales el que vive entre los bienes inmortales9.

Ahora bien, después de esta consideración de la Justicia como reguladora de los actos de interioridad subjetiva, Epicuro nos dice, por ejemplo, que “la justicia e injusticia no existen en las relaciones de aquellos seres, que no han concluido un pacto con objeto de no dañarse mutuamente”10 o bien que “la Justicia es una convención utilitaria hecha en vista de no perjudicarse mutuamente”11. La interpretación de estas palabras puede ser rica en consecuencias, pero por ahora sólo nos interesas destacar una: que frente a aquella especie de Justicia que hemos examinado más arriba, destinada al recto obrar del individuo, desde el punto de vista moral se reconoce otra especie de Justicia, que sólo halla su realización en la regulación de las relaciones de los hombres entre sí, es decir, con el carácter de alteridad que después habría de señalar Santo Tomás de Aquino. Y que en el pensamiento de Epicuro se considera la Justicia como reguladora, como ambos campos del deber ser; es cosa evidente, puesto que habiendo reconocido antes -como ya se ha examinado- una especie de la Justicia destinada a la interioridad subjetiva, que ha de cumplir el individuo por sí mismo, por su propia voluntad, por su propio interés, y para el logro de su propia felicidad, a nada vendría hablarnos de esta otra especie que sólo aparece cuando el hombre se pone en relación con sus semejantes, y que como el mismo Epicuro nos dice -y ya examinaremos esto más adelante-, ha de cumplirse no por voluntad propia, sino por el temor de hacerse acreedor de la pena.

Así pues, además de aquella especie de Justicia, gracias a la práctica de la cual se alcanza una vida dulce y permite al hombre vivir como un Dios entre los mortales, existe esta otra especie destinada a la regulación del deber ser de las relaciones de los hombres entre sí, y gracias a la cual es posible la existencia de la vida social.

D)     Desde el punto de vista lógico, valorativo y psicológico

Y en esta diferenciación de las dos especies de la Justicia, por medio de existencia o no de una sanción, creo encontrar el vislumbre de uno de los caracteres por el que más tarde habría de diferenciarse la Moral del Derecho, a saber: la coercibilidad. Que si frente al incumplimiento del deber moral no aparece otra cosa que la omisión y el remordimiento (en Epicuro la infelicidad), cuando no se cumple el deber jurídico hemos de enfrentarnos con el impedimento por parte de los demás, que nos impone la obligación de cumplirlo. Durante toda la Edad Media y gran parte de la Moderna este problema permanece casi totalmente oscurecido hasta ser resuelto por el alemán Christian Thomasius en su obra Fudamenta iuris naturae et gentium, publicada en 1705.

Examinada ya la concepción epicúrea de la justicia desde un punto de vista que pudiéramos decir lógico, vamos ahora a tratar de estudiar la cuestión desde un plano deontológico, o lo que es lo mismo, tratemos de ver cómo enfoca Epicuro este problema desde el punto de vista valorativo. Para ello es preciso que hagamos una pequeña digresión sobre cómo se entiende los Valores y la Cultura en la moderna Filosofía.

Si ponemos nuestra mente frente al mundo que nos rodea, hemos de distinguir tres reinos. El reino del Valor, constituido por aquellos seres fuera del espacio y tiempo, pero por eso mismo validez absoluta y apriorística, para todo lugar y tiempo, por encima de que los hombres lo acaten o no, y a la consecución de los cuales tiende constantemente la Humanidad. Constituyen, por ejemplo, este reino, la Belleza, el Bien, la Justicia, la Verdad…; es evidente que la Belleza constituye algo que vale para nosotros, aunque se hablan obras contrarias a ella; que la Justicia continúa valiendo, continúa constituyendo  nuestro anhelo, por encima de la existencia de tiranos y ladrones; del descubrimiento de este reino del Valor, dice don José Ortega y Gasset que “se trata de una de las conquistas más fértiles que en el siglo XX ha hecho la Filosofía”13. Mas frente a este reino de seres ideales hemos de reconocer del de la Naturaleza y sus leyes, el mundo físico en el que vivimos y en el que nos movemos. Y entre ambos, y participando de los dos, entre el polvo y las estrellas, entre el ser humano y los valores puros, nos encontramos con el reino de la Cultura, entendiendo por éste las acciones humanas encaminadas a la consecución de los Valores, e independientemente de que logren o no realizarlos; la Cultura está formada, por ejemplo, por el Arte, en cuanto éste trata de alcanzar el valor de la Belleza; la Ética, que trata de alcanzar el Bien; la Lógica, el Derecho, etc., que tratan de alcanzar la Verdad o la Justicia. Y para nosotros cualquier sistema ético o cualquier cuadro forman parte de la Cultura, aunque sean, según nuestro criterio, contrarios al Bien o a la Belleza14.

Tratemos de ver ahora en cuál de estos reinos se alberga la concepción epicúrea de la Justicia. Para esto hay que hacer la salvedad de que si  bien, como se ha dicho, el descubrimiento de los Valores pertenece a nuestro siglo, su objeto, lo que este vocablo y su sistematización quiere representar habíanse ya descubierto por los sofistas (hacia el siglo V antes de Jesucristo). Entonces se le designaba como lo valioso por naturaleza, Idea, Virtud, etc., pero ya había sido, si no alcanzado, desde luego vislumbrado su concepto15.   

Al examinar anteriormente el problema de la ética epicúrea, hemos visto que no existe más que un único valor ideal: la felicidad, y que los seres considerados como virtudes  no tienen valor en sí, sino únicamente en cuanto son medio para alcanzar la felicidad. Vimos también más arriba cómo Epicuro, de acuerdo con este eje de su Filosofía, dice en sus Máximas: “La Justicia es una convención utilitaria hecha en vista de no perjudicarse mutuamente”, y más adelante: “La Justicia no existe por sí misma; es un contrato concluido… para no causarse y sufrir perjuicios”. Hicimos nota asimismo que estas palabras eran ricas en interpretaciones; tócanos ahora tratarlas desde el punto de vista deontológico. Y enfocadas desde este punto de vista es evidente que, según dicha concepción, la Justicia no puede albergarse dentro del reino del Valor, porque, como claramente se ve, no tiene validez absoluta y apriorística para todo lugar y tiempo y por encima de los hombres, sino que, por el contrario, carece de todo valor que no sea el que le den los hombres en sus relaciones entre sí. La Justicia no constituye, pues, un deber ser, sino en cuanto previamente ha sido aceptada por los humanos como camino hacia la felicidad. Es decir, que realmente no se niega a la Justicia categoría deontológica; lo que ocurre es que, desde este punto de vista, se la confunde con lo útil. De acuerdo con esto, podría enunciarse el pensamiento epicúreo de esta manera: debe ser establecido lo que nos es útil para el logro de nuestra felicidad. O lo que es lo mismo: que si al postular frente al orden jurídico establecido otro nuevo consideramos la Justicia como situada en el reino de los valores puros, tal deseo de alterar el orden jurídico lo sentimos teniendo como norte aquel ideal de justicia y creyendo que, mediante tal subversión jurídica, nos aproximamos a él; en cambio, en la concepción epicúrea, al postular frente al Derecho vigente otro nuevo, lo que tratamos no es otra cosa que aproximarnos a la felicidad.

Como consecuencia lógica de todo esto, la forma de manifestarse la Justicia tiene que variar constantemente, ya que, como el mismo Epicuro afirma, si se establece por ley alguna cosa que luego no trae utilidad a la sociedad civil, ya no tienen naturaleza de justa, pero si sucediese de manera que lo justo correspondió sólo por algún tiempo a los efectos deseados, con todo esto, durante aquel tiempo que era útil era también justo, y más adelante: “Han dejado -las leyes- de ser justas, por su transformación, porque ya no son útiles”16. Podemos decir, por tanto, que al conjuro de esa concepción, la Justicia viene a representar en el sistema epicúreo lo que el concepto lógico y universal del Derecho en la moderna Filosofía jurídica, es decir, un concepto dentro del cual cabe toda manifestación jurídica –pasada y presente, justa e injusta, objetiva y subjetiva, escrita y no escrita, etc.-. Hoy se diferencia ya perfectamente dicho concepto –qué es Derecho- de la Justicia –qué debe ser Derecho-. Pero esta conquista filosófico-jurídica es también moderna; en Grecia no se había llegado a tal corrección lógica, de la que apenas se encuentran atisbos. Y en el filósofo que nos ocupa, se hallan también ambos conceptos confundidos entre sí.

Todavía nos queda por dilucidar un punto de esta cuestión, a saber: cuál es el fundamento, cuál es el substratum sobre el que se apoya la Justicia. Problema fácil de resolver, puesto que es evidente que partiendo de las ya expuestas concepciones, en las que se le niega todo carácter de verdad ideal, y no se le da otro valor que el que dimana de nuestro camino hacia la felicidad, la Justicia no puede tener existencia  fuera de cuando nosotros la pensamos, de cuando nosotros la sentimos, de cuando nosotros creemos que nos conviene; por tanto, la Justicia está fundamentada en Epicuro de una manera francamente psicologista17.

II.  EL ORIGEN DEL DERECHO. CONTRATO SOCIAL

A)     En Protágoras y Glauco

La teoría del contrato social, como origen del Estado y del Derecho, fue enunciada por primera vez por los sofistas, y halla en Grecia un relativo desarrollo.

Protágoras (485-410 a.C.), después de suponer que a los hombres, en un principio libres, les era imposible vivir frente a las fieras, dice: “Pensaron entonces reunirse y fundar ciudades para su defensa. Pero una vez juntos, se hacían daño unos a otros, a causa de no conocer el arte de la política, de tal manera, que comenzaron a dispersarse y a perecer. Entonces Zeus, inquieto por la amenaza de nuestra especie a desaparecer, envía, por medio de Hermes, el pudor y la justicia, a fin de que existieran en sus ciudades la armonía y los lazos creadores de la amistad”18. Sin embargo, en Protágoras no se encuentra –contrariamente a lo que dice Jellinek (Teoría general del Estado)- el contractualismo como origen del Estado. Del texto transcrito puede verse cómo la existencia de tal entidad política se basa en un origen divino. Fue Zeus, y no los hombres, el que les dio la Justicia, elemento indispensable  (en el sentido helénico de la Justicia, como sinónima del Derecho) para la existencia del Estado. Pero lo que sí cabe desde luego encontrar en Protágoras en el contrato como origen de la sociedad. Por otra parte, la mezcla del origen divino y contractualista del Estado se encuentra con cierta frecuencia a lo largo de la Historia Política. En el Antiguo Testamento19, en la Edad Media, después en las controversias de la época de la Reforma, y principalmente en el escrito aparecido en Francia, Vindiciae contra Tyrannos (1576), se hallan entrelazados el poder de Dios y el contrato de los súbditos, como origen del Estado.

En el sofista Glauco (hacia el siglo V), esta idea del contrato adquiere una mayor elaboración. Platón pone en su boca las siguientes palabras: “Después que los hombres probaron lo uno y lo otro –injuriar y ser injuriados- y se hicieron daños entre sí por largo tiempo, los más débiles no pudieron evitar los ataques de los más fuertes ni someterles a su vez; pensaron en decir que era interés de todos el pactar que no se hiciese y no se recibiese ningún daño; de aquí  toman sus principios las leyes y sus convenios, y el llamarse justo, legítimo, lo que estaba mandado por la ley”20. Esta concepción constituye ya un adelanto respecto a la de Protágoras; aquí ya no es la sociedad, es la ley, es el Estado los que tienen su origen en el contrato, que, además, hállase ajeno a todo elemento místico, constituyendo un acto por el cual las voluntades de los hombres convergen en un acuerdo para desarrollar su vida dentro de los cauces jurídicos.

B)      En Epicuro

Mas donde la teoría contractualista halla un mayor y más lógico desarrollo es en Epicuro. Siendo el individuo el eje de su Filosofía, ha de estar por esto mismo excluida de su concepción del mundo y de la vida toda fuerza sobrenatural21. El individuo ya lo hemos visto, es el fin de toda acción; así pues, el origen del Derecho y del Estado no puede basarse en un mito sobrenatural, sino que ha de tomar su fundamento en los individuos mismos.

De esta manera, Epicuro basa la existencia del Derecho en contrato que el hombre realiza para verse libre de las turbaciones inherentes a las relaciones sociales carentes de norma. Así dice: “La justicia y la injusticia no existen en las relaciones de aquellos seres que no han podido concluir el pacto con objeto de no dañarse mutuamente” y, después, “la justicia no existe por sí misma en un contrato concluido… para no causar ni recibir daño”22. Mas decir vida social regulada por la Justicia (por el Derecho) es lo mismo que decir Estado. Así pues, en Epicuro aparece ya claramente expresada la teoría contractualista, que tan importante papel había de jugar en todo el desarrollo posterior de la teoría político-jurídica, desde la Lex Regia de Roma hasta la Filosofía que en la Aufklärung y el siglo de las luces da las bases especulativas para construir el moderno Estado de Derecho.

Pero con quien tienen Epicuro una gran relación en concepción del contrato es con el filósofo inglés Hobbes (1588-1679), autor de gran interés, en cuanto su Filosofía política queda fuera de la línea general seguida por el iusnaturalismo ye el contractualismo. Según Hobbes, el único derecho natural del hombre, el único derecho que tiene su raigambre y su fundamento en la naturaleza misma, es el derecho a la defensa de su propia existencia; esta defensa de su existencia frente a los demás seres no tiene límite; cualquiera puede ser un enemigo y todo puede servir como medio de defensa; esto conduce a la guerra de todos contra todos, esta anárquico, en verdad, en el que nada material ni espiritual puede progresar, en el que el hombre se obligado a turbaciones infinitas, acechando por todas pares, ya que ninguno es tan fuerte que no tenga que temer de los otros, y nadie tan débil que no pueda ser peligroso. A esta vida horrible, carente de normas, se pone fin mediante la creación artificial de la sociedad y de Estado por medio de un contrato23. Hemos de ver, pues, en Epicuro un claro precursor del filósofo inglés, ya que ambos coinciden ampliamente en sus concepciones sobre la justificación y origen del Estado.

C)      Comparación de dichas concepciones

Aunque es lástima que Epicuro no haya desenvuelto esta teoría con más detalle, deduciendo de ella las oportunas consecuencias, es evidente que representa un avance frente a la citada concepción de Glauco, ya que, según éste, la idea del contrato no tienen su fundamento en la propia naturaleza humana, sino que es fruto del engaño de los débiles a los fueres, puesto que lo natural en tal concepción es que los débiles sufran los daños de los poderosos. El Estado, en este sentido, carece de un fundamento de necesidad social y ética. En cambio, en Epicuro halla su razón de ser en la propia naturaleza humana, en su afán de alcanzar la felicidad por medio de la tranquilidad social. No es un contrato a favor de nos, es un contrato a favor de todos, y sin el cual la existencia del hombre no sería posible. Y esta manera de concebir el contrato hace que su contenido represente la voluntad social preponderante, base de la existencia de los órdenes jurídicos.

III.  LOS ELEMENTOS COMUNES AL DERECHO

Ya Aristóteles, dentro de los justo civil, es decir, de lo que está hecho conforme a la ley, había distinguido entre aquello que es justo natural y lo que es justo legítimo. Justo natural es aquello común a toda legislación, “que dondequiera tiene la misma fuerza y es justo, no porque les parezca así a los hombres ni deje de parecerles. Justo legítimo es lo que al principio no habría diferencia en hacer de esta manera o de la otra”, sino que tienen tal cualidad de justo, no por sí, sino por haber sido ordenado de esta manera por la ley24.

Creo encontrar también en Epicuro la esencia de esta distinción. Con arreglo a su concepción primordial, todos los hombres tienen un rasgo común, a saber, su anhelo de felicidad; y siendo, como ya hemos visto, la regulación coactiva de la vida social uno de los caminos que nos conducen a ella, es evidente que el Derecho de todos los pueblos tendrá algo de común, puesto que en todos ha de asentarse sobre la misma base: el hombre, con el susomentado anhelo hacia la felicidad. Ahora bien, sobre la felicidad no puede darse un tipo uniforme, ha de variar de acuerdo con los distintos matices de la base en que se asienta cada país, cada raza, cada generación, ésta en condiciones diferentes para vivir de la manera más feliz, y, así, esta regulación coactiva de la vida social ha de ser varia, a tenor de las diversas circunstancias de los diferentes lugares y teimpos25. De esta manera, Epicuro dice: “La Justicia es la misma para todos…; pero con relación a tal país particular y otras circunstancias determinantes, la misma cosa no se impone a todos como justa”26.

Esta distinción en el Derecho, de una parte constante y otra mudable –de grandísimo interés para la ciencia jurídica-, habría de alcanzar en su posterior desenvolvimiento enorme importancia en el Derecho romano con el ius Gentium y el ius civile27, siendo más tarde resucitada en el iusnaturalismo por Hugo Grocio28 y sus sucesores Pufendorf, Thomasius, etc,29.

4. NOTAS DEL ARTÍCULO

1. Vid. Diógenes Laercio, Vida, escritos y opiniones. Y mejor, H. Schmidt, Epikurs Philosophie        der Lebensfreude, Leipzig, pp. 4-19.

2. Epicuro. Carta a Meneceo. Vid. También H. Schmidt. op. cit.

3. Epicuro, Carta a Meneceo. Vid. También E. Zeller, Compendio di Storia della Filosofía                 Greca.

4. Epicuro, Máximas. También en Carta a Meneceo.

5. Sobre la consideración de la Justicia como virtud, antes de Platón (principalmente en la poesía, vid. G. del Vecchio, La Justicia, trad. Esp. De Q. Saldaña, Madrid, 1925. El carácter de virtud de la Justicia fue negado por los sofistas, por ejemplo, por Trasímaco, que la definía como aquello que conviene al más fuerte. (Vid. Platón, La República, Diálogo I.).

6.  G. del Vecchio, op, cit.

7.  Aristóteles, Ética a Nicómaco, Libro V, caps. I al VII. (En la trad. Esp. de Pedro Simón y Abril; en otras está alterado el orden de los caps.) Madrid, 1928.

8.  Epicuro, Máximas.

9.  Epicuro, Carta a Meneceo.

10.  Epicuro, Máximas.

11.  Epicuro, Máximas.

12.   Epicuro, Máximas: “La injusticia no es un mal en sí misma; el mal reside en el miedo terrorífico de no escapar a aquellos que tienen por función castigar a los culpables”.

13.   J. Ortega y Gasset, “¿Qué son los valores?”, en Revista de Occidente, núm. IV, octubre, 1923.

14.   En esta exposición hemos seguido al profesor de Heidelber, G. Radbruch, Gundzüge der Rechtsphilosophie, Leipzig, 1914, pp. 55 ss. Del mismo profesor, Introducción a la Ciencia del Derecho, trad. Esp. de L. Recasens Siches, Madrid, 1930. Vid. también L. Recasens Siches, “Adiciones”, en la obra Filosofía del Derecho, por G. del Vecchio, t. I, pp. 119 ss. Barcelona,        1929.

15.   Sobre este aspecto, vid. A. Messer. La estimativa o la Filosofía de los valores en la actualidad, versión de P. Caravia, Madrid, 1932.

16.   Epicuro, Máximas. Vid. H. Schmidt, op. cit., pp. 104 y 105.

17.   Sobre psicologismo y objetivismo en la Filosofía del Derecho, vid. la preciosa monografía de L. Recasens Siches, El sentimiento y la idea de lo justo, Madrid, 1929.

18.    Platón, Protágoras, pp. 36 y 37, en Oeuvres Complétes, t. III, 1ª parte. Texte établi et traduit par Alfred Croiset, avc la collaboration de Louis Bodin, París, Col. Université de France, 1923.

19.   Vid. Antiguo Testamento: 1º de Samuel, cap. X-24, 25; XI-14,15; 2º de Samuel, cap. V-2;2º de los Reyes, cap. XXIII-1,2,3, y 2º de las Crónicas, cap. XXIII-16.

20.   Platón, La República, trad. Esp. de J. Tomás y García, Madrid, 1906, Diálogo II, p. 74.

21.   Vid. H. Schmidt, op. cit., pp. 78 ss., y también K. Voländer; en Epicuro se han excluido todas las fuerzas sobrenaturales “porque éstas arrebatan al hombre la paz de ánimo y le mantienen en un temor continuo y locas supersticiones”.

22.   Epicuro, Máximas.

23.   Th. Hobbes, De Cive, caps. VII y VIII. Vid. B. Landry, Hobbes, París, 1930, pp. 163-177; F. Tönnies, Tomás Hobbes, Madrid, 1932, pp. 227 ss.

24.   Aristóteles, Ética a Nicómaco, libro V, caps. VI y VII (edición esp. cit.).

25.   H. Schmidt, op. cit,, p. 106.

26.   Vid. Epicuro, Máximas: “En un aspecto, la justicia es la misma para todos…; pero con relación a tal país particular y otras circunstancias determinantes, la misma cosa no se impone a todos como justa”.

27.   Vid. Inst., lib. I, tít. 11-1.

28.  H. Grocio, Del derecho de la guerra y de la paz, trad. Esp. de J. Torrubiano Ripoll, cuatro tomos, Madrid, 1925; vid. libro I, cap. I, cap. I-XIV: “…Se encuentra un derecho… que… se suele llamar derecho de gentes, común a todos los pueblos”.

29.   Vid. G. Del Vecchio, Los supuestos filosóficos de la noción del Derecho, trad. Esp. de M. Castaño, Madrid, 1908, pp. 51 ss.


5.       NOTA BIBLIOGRÁFICA

La obra de Epicuro, que interesa para los temas del presente estudio, está contenida principalmente en la Carta a Meneceo, y en sus Opiniones, Máximas, Apotegmas o Sentencias, que han llegado hasta nosotros a través de Diógenes Laercio. Pueden verse en algunas de estas versiones:

Diógenes Laercio, Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres, traducción directamente del griego de José Ortiz y Sanz. Madrid, 1921, tomo II, lib. X, pp. 233-299.

Como obras de interés para el conocimiento de la filosofía ética y jurídica de Epicuro pueden citarse, entre otras, las siguientes:

H. Schmidt, Epicuro Filosofía de la Felicidad, Leipzig, s.a.
J.M. Guyau, La Moral de Epicuro, París, 1927.
A. Keim, El epicureísmo, el ascetismo y la moral utilitaria, París, 1924.


*PUBLICADO EN LA REVISTA GENERAL DE LEGISLACIÓN Y JURISPRUDENCIA,  MADRID, 1932, TOMO 160, PAGINAS: 738-754.






lunes, 20 de julio de 2015

El ser y el universo

En el eterno devenir se puede percibir

Que andando vas creando

Y esa creación no tiene culminación

Lo esencial es lo potencial

Más allá de la ilusión esta la comprensión

Que se hace presencia en la conciencia

Produciendo algo superior desde el interior

Mediante la contemplación de nuestra dimensión

Se llega al infinito dentro de lo finito

Con el hálito que produce el pálpito

Y la vibración en expansión

Van las energías positivas y negativas

Y las fuerzas que se atraen y se repelen

Así como el universo maravilloso e inmenso

Somos  pasión y razón sin culminación

Las emociones y acciones dependen de ti

A veces la razón domina al corazón

A veces el corazón domina a la razón

En el fogueo del apego

Pasamos de un remolino a un torbellino

Transformándonos en volcán o en huracán

Así van surgiendo y se van concibiendo

Nuestros planetas con sus cometas

Y con el estremecer del éter  que hace florecer

A la conexión desde la vinculación

Se fusiona la diversidad en la unidad

La experiencia  hace conciencia

Y la conciencia hace experiencia

En la contingencia de la existencia

Así se da nuestra participación en la creación

Representada en esta obra nunca acabada

La divinidad desde la profundidad

Lo superior desde el interior

Lo infinito dentro de lo finito

El universo dentro de ti inmerso

El microcosmos del macrocosmos



Juan Carlos Duré Bañuelos


 




domingo, 21 de junio de 2015

DEDICARSE A UNO MISMO PARA RECONOCER AL OTRO

“No hay instauración de la verdad sin una postulación esencial de la alteridad; la verdad nunca es lo mismo; sólo puede haber verdad en la forma del otro mundo y la vida otra”. Michel Foucault

El legado filosófico de Michel Foucault

Quisiera mencionar que existen unos libros, disponibles en Paraguay, sobre la hermenéutica del sujeto; el gobierno de sí y de los otros, y el coraje de la verdad,  particularmente los llamo el legado filosófico de Foucault y desarrollan sus últimas clases, y que me ayudaron a pensar en el desarrollo de este artículo. En estas clases justamente Foucault relata el desarrollo histórico de una modalidad de veridicción a la que los griegos definían como parrhesía.  Esta modalidad de veridicción implicaba principalmente manifestarse francamente en la construcción de uno mismo con los demás, en la construcción colectiva, en la forma de vida que uno lleva y asumir todo lo que esta forma de manifestación conlleva.  Los relatos que recogen estas clases sobre parrhesía  abarcan varios aspectos de las formas de vida y del pensamiento desde la más remota antigüedad, con figuras resaltantes como Pericles en la política, también con ejemplos en varias obras de los grandes creadores del teatro griego, con grandes representantes de la filosofía como Platón o Sócrates, pasando por el despojamiento total de la vida a la verdad con Diógenes y los Cínicos, con el estilo moral y ético de los epicúreos, de los estoicos y no olvidando a los pitagóricos, luego con la ascesis o la vida asceta  en el cristianismo, hasta Kant, Descartes y la modernidad. Foucault menciona que en el siglo XX son pocos los que se dedicaron  al estudio sobre la relación de la verdad y el ser o la formación de la subjetividad y destaca a Martín Heidegger y Lacan. Los aportes que hace Foucault en estas últimas clases son muy valiosos para pensar en nuestra forma de ser, en nuestro ethos. Sé que es una síntesis  muy ajustada, pero sólo es una invitación a leer los libros mencionados.   Siempre hay algo más que aportar y diciendo esto justamente culmina la última clase de Foucault: “Eso es todo. En fin, aunque tenía cosas para decirles sobre el marco general de estos análisis, es demasiado tarde. Gracias, entonces”, unos meses más tarde Michel Foucault falleció.

Biopolítica y el otro

El pensamiento antiguo se basaba principalmente en esta norma inscripta en el oráculo de Delfos “Conócete a ti mismo” y tuvo una influencia muy grande inclusive en los pensadores modernos como Hegel con su Fenomenología del Espíritu o por otro lado en el materialismo dialéctico que describe las condiciones materiales que influyen decisivamente en la formación del ser. 

Teniendo en cuenta esta evolución del pensamiento referido a dedicarse a uno mismo  se puede decir a muy grandes rasgos, siempre es necesario ampliar, lo siguiente:

En la relación con el otro y con el entorno podemos observar que nuestro ser para sí es imprescindible para la propia existencia, pero también para nuestra existencia es indispensable la relación con el otro y con el entorno. De ahí el destaque que le da la bio-política al espacio o mejor dicho a la creación de un espacio que acoja, reconozca y nutra en el cual pueda germinar un compromiso emotivo-reflexivo con uno mismo y con los demás para mejorar la propia subsistencia  y la de los demás que también buscan mejorar su propia subsistencia. Del ser para sí al ser en sí y viceversa. De la relación entre lo particular o individual y lo general o universal en forma enlazada, conectada y vinculada.  Sin la auto-conciencia jamás se puede llegar a una conciencia más amplia que incluya al otro y al entorno.  Sin el individuo jamás se puede llegar al bien común y sin la búsqueda del bien común el individuo jamás se encontrará seguro o pleno y se abandonará a sí mismo y  también abandonará su potencialidad para construir  y transitar hacia un mejor porvenir. Lo colectivo se debe poner de acuerdo con lo individual y lo individual con lo colectivo para verificar aquella obra tan anhelada y que brilla en el horizonte de siempre, llamada bien común. Un sugestivo y poderoso mandato transmitido desde antaño por casi todas las religiones y filosofías “Ama a tu prójimo como a ti mismo” sintetiza lo mencionado. Ahora bien, el libre albedrío es la facultad que nos es inherente para desarrollarnos y crear o para quedarnos quietos o inclusive para destruir. Puede el uno negar al otro y al negar al otro negarse a sí mismo convirtiéndose esta situación en una entelequia o reconocerse el uno en el otro encontrándole el verdadero sentido a este mandato de amor al prójimo desarrollándose así la humanidad, entendida como lazo común, en su potencialidad hacia el porvenir.
 
Contexto nacional


Ahora bien, yendo al contexto nacional, si ni siquiera podemos diferenciar entre la modalidad  del decir veraz de la profecía, de la sabiduría, de la técnica, de la ética  ¿cómo se podrá  tan siquiera analizar someramente nuestro ethos o nuestra forma de ser? Lo peor de la ignorancia es no saber que no se sabe y, por lo tanto, creer que se sabe. Ese fue el gran mensaje de Sócrates sobre la ignorancia.  Si sólo vemos al otro como a un salvador o a un enemigo y lo fundamental en lo externo ¿Cuándo empezaremos a ocuparnos de nosotros mismos? ¿O en la competencia y las exigencias del día a día  la alienación seguirá campeando?