jueves, 18 de octubre de 2012

La esfera privada y la pública. La familia y la polis. La necesidad y la libertad. Influencias en la organización social y política en la antigüedad. Hannah Arendt, “La condición humana”.



Históricamente, es muy probable que el nacimiento de la ciudad-estado y la esfera pública ocurriera a expensas de la esfera privada familiar. Sin embargo, la antigua santidad del hogar, aunque mucho menos pronunciada en la Grecia clásica que en la vieja Roma, nunca llegó a perderse por completo. Lo que impedía a la polis violar las vidas privadas de sus ciudadanos y mantener como sagrados los límites que rodeaban cada propiedad, no era el respeto hacia dicha propiedad tal como lo entendemos nosotros, sino el hecho de que sin poseer una casa el hombre no podía participar en los asuntos del mundo, debido a que carecía de un sitio que propiamente le perteneciera. Incluso Platón, cuyos esquemas políticos preveían la abolición de la propiedad privada y una extensión de la esfera pública hasta el punto de aniquilar por completo a la primera, todavía habla con gran respeto de Zeus Herkeios, protector de las líneas fronterizas, y califica de horoi, divinas, a las fronteras entre estados, sin ver contradicción alguna.

El rasgo distintivo de la esfera doméstica era que en dicha esfera los hombres vivían juntos llevados por sus necesidades y exigencias. Esa fuerza que los unía era la propia vida –los penates, dioses domésticos, eran, según Plutarco, “los dioses que nos hacen vivir y alimentan nuestro cuerpo”- , que, para su mantenimiento individual y supervivencia de la especie, necesita la compañía de los demás. Resultaba evidente que el mantenimiento individual fuera tarea del hombre, así como propia de la mujer la supervivencia de la especie, y ambas funciones naturales, la labor del varón en proporcionar alimentación y la de la hembra en dar a luz, estaban sometidas al mismo apremio de la vida. Así, pues, la comunidad natural de la familia nació de la necesidad, y ésta rigió todas las actividades desempeñadas en su seno.

La esfera de la polis, por el contrario, era la de la libertad, y existía una relación entre estas dos esferas, ya que resultaba lógico que el dominio de las necesidades vitales en la familia fuera la condición para la libertad de la polis. Bajo ninguna circunstancia podía ser la política sólo un medio destinado a proteger a la sociedad, se tratara de la del fiel, como en la Edad Media, o la de los propietarios, como en Locke, o de una sociedad inexorablemente comprometida en un proceso adquisitivo, como en Hobbes, o de una de productores, como en Marx, o de empleados, como en la nuestra, o de trabajadores, como en los países socialistas y comunistas. En todos estos casos, la libertad (en ciertos casos la llamada libertad) de la sociedad es lo que exige y justifica la restricción de la autoridad política. La libertad está localizada en la esfera de lo social, y la fuerza o violencia pasa a ser monopolio del gobierno.

Lo que dieron por sentado todos los filósofos griegos, fuera cual fuera su oposición a la vida de la polis, es que la libertad se localiza exclusivamente en la esfera política, que la necesidad es de manera fundamental un fenómeno pre político, característico de la organización doméstica privada, y que la fuerza y la violencia se justifican en esta esfera porque son los únicos medios para dominar la necesidad –por ejemplo, gobernando a los esclavos- y llegar a ser libre. Debido a que todos los seres humanos están sujetos a la necesidad, tienen derecho a ejercer la violencia sobre otros; la violencia es el acto pre político de liberarse de la necesidad para la libertad del mundo. Dicha libertad es la condición esencial de lo que los griegos llamaban felicidad, eudaimonia, que era un estado objetivo que dependía sobre todo de la riqueza y de la salud. Ser pobre o estar enfermo significaba verse sometido a la necesidad física, y ser esclavo llevaba consigo además el sometimiento a la violencia del hombre. Este doble “infortunio” de la esclavitud es por completo independiente del subjetivo bienestar del esclavo. Por lo tanto, un hombre libre y pobre prefería la inseguridad del cambiante mercado de trabajo a una tarea asegurada con regularidad, ya que ésta restringía su libertad para hacer lo que quisiera a diario, se consideraba ya servidumbre (douleia), incluso la labor dura y penosa era preferible a la vida fácil de muchos esclavos domésticos.

No obstante, la fuerza pre política con la que el cabeza de familia regía a parientes y esclavos, considerada necesaria por que el hombre es un “animal social” antes que “animal político”, nada tiene que ver con el caótico “estado de naturaleza” de cuya violencia, según el pensamiento político del siglo XVII, sólo podía escapar el hombre mediante el establecimiento de un gobierno que, con el monopolio del poder y de la violencia, aboliera la “guerra de todos contra todos”, “manteniéndolos horrorizados”. Por el contrario, el concepto de gobernar y ser gobernado, de gobierno y poder en el sentido en que lo entendemos, así como el regulado orden que lo acompaña, se tenía por pre político y propio de la esfera privada más que de la pública.

La polis se diferenciaba de la familia en que aquélla sólo conocía “iguales”, mientras que la segunda era el centro de la más estricta desigualdad. Ser libre significaba no estar sometido a la necesidad de la vida ni bajo el mando de alguien y no mandar sobre nadie, es decir, ni gobernar ni ser gobernado. Así, pues, dentro de la esfera doméstica, la libertad no existía, ya que al cabeza de familia sólo se le consideraba libre en cuanto que tenía la facultad de abandonar el hogar y entrar en la esfera política, donde todos eran iguales. Ni que decir tiene que esta igualdad tiene muy poco en común con nuestro concepto de igualdad: significaba vivir y tratar sólo entre pares, lo que presuponía la existencia de “desiguales” que, naturalmente, siempre constituían la mayoría de la población de una ciudad-estado. Por lo tanto, la igualdad, lejos de estar relacionada con la justicia, como en los tiempos modernos, era la propia esencia de la libertad: ser libre era serlo de la desigualdad presente en la gobernación y moverse en una esfera en la que no existían gobernantes ni gobernados.  

miércoles, 17 de octubre de 2012

Irracionalismo y Racionalismo (Karl Popper)


Examinemos primero las consecuencias del irracionalismo. El irracionalista insiste en que son las emociones y las pasiones más que la razón las fuentes inspiradoras de la acción humana. A la respuesta racionalista de que, si bien puede ser así, nuestro deber es hacer todo lo posible por remediarlo y para tratar de que la razón desempeñe el papel más importante posible, el irracionalista replicaría (si condescendiera a discutir) que esta actitud carece irremediablemente de realismo, pues no tiene en cuenta la debilidad de la naturaleza humana, la flaca dotación intelectual de la mayor parte de los hombres y su dependencia obvia de las emociones y pasiones.

Es mi firme convicción que esta insistencia irracional en la emoción y la pasión conduce, en última instancia, a lo que sólo merece el nombre de crimen. Una de las razones de esta afirmación reside en que dicha actitud, que es, en el mejor de los casos, de resignación frente a la naturaleza irracional de los seres humanos y, en el peor, de desprecio por la razón humana, debe conducir al empleo de la violencia y la fuerza bruta como árbitro último en toda disputa. En efecto, si se plantea un conflicto ello significa que las emociones y pasiones más constructivas que podrían haber ayudado, en principio, a salvarlo, como el respeto, el amor, la devoción por una causa común, etc., han resultado insuficientes para resolver el problema. Pero siendo esto así, ¿qué le queda entonces al irracionalista como no sea acudir a otras emociones y pasiones menos constructivas, a saber: el miedo, el odio, la envidia, y, por último, la violencia? Esta tendencia se ve considerablemente reforzada por otra actitud quizá más importante todavía, inherente también, a mi juicio, al irracionalismo; me refiero, a la insistencia en la desigualdad de los hombres.

No puede negarse, por supuesto, que los individuos humanos son, como todos los demás seres humanos, sumamente desiguales por muchos conceptos. Tampoco puede dudarse que esta desigualdad es de gran importancia y, en cierto sentido, aun altamente deseable. (Una de las pesadillas precisamente de nuestros tiempos, es el temor de que el desarrollo de la producción en masa y la colectivización obren sobre los hombres destruyendo la peculiaridad individual de cada uno). Pero todo esto, simplemente, no guarda relación alguna con la cuestión de si debemos decidir o no tratar a los hombres, especialmente en el terreno político, como si fueran iguales, entendiendo por igualdad no una igualdad absoluta sino la que da la medida de lo posible, es decir, la igualdad de derechos, de tratamiento y de aspiraciones; ni guarda tampoco ninguna relación con el problema de si debemos o no construir las instituciones políticas en consecuencia. "La igualdad ante la ley" no es un hecho sino una exigencia política basada en una decisión moral. Y es totalmente independiente de la teoría –probablemente falsa- de que todos los hombres nacen iguales. Pues bien; no es mi propósito afirmar que la adopción de esta actitud humanitaria de imparcialidad sea consecuencia directa de una decisión en favor del racionalismo, pero sí que la tendencia hacia la imparcialidad se halla íntimamente relacionada con el racionalismo y difícilmente pueda separarse del mismo. Tampoco me propongo decir que un irracionalista no pueda adoptar consecuentemente, por serlo, una actitud igualitaria o imparcial; y aun cuando no lograra hacerlo consecuentemente, no estaría obligado a ello. Pero sí quiero insistir en el hecho de no es fácil para la actitud irracionalista evitar entremezclarse con la actitud opuesta al igualitarismo. Este hecho se relaciona con la importancia asignada a las emociones y pasiones, puesto que no podemos experimentar los mismos sentimientos hacia distintas personas. Emocionalmente, todos nosotros dividimos a los hombres entre aquellos que están cerca nuestro y lo que están lejos. La división de la humanidad en amigos y enemigos es un distingo emocional elemental, tanto, que ha sido reconocida incluso en el mandamiento cristiano: “Ama a tus enemigos!” Hasta los mejores cristianos que ajustan realmente su vida a este mandamiento (no hay muchos, como lo demuestra la actitud del buen cristiano medio para con los “materialista” y “ateos”), aun ellos, no pueden experimentar un amor igual hacia todos los hombres. En realidad, no podemos amar “en abstracto”; sólo podemos amar a aquellos que conocemos. De este modo, aun la apelación a nuestros mejores sentimientos, el amor y la compasión, sólo puede tender a dividir la humanidad en diferentes categorías. Y tanto más cierto será si la apelación se dirige hacia sentimientos y pasiones más bajos. Nuestra reacción natural es la dividir a la humanidad en amigos y enemigos; entre los que pertenecen a nuestra tribu o a nuestra colectividad emocional y los que permanecen fuera de éstas; entre los creyentes y los descreídos; entre los compatriotas y los extranjeros; entre los camaradas de clase y los enemigos de clase, entre conductores y conducidos.

Dijimos antes que la teoría de que nuestros pensamientos y opiniones dependen de nuestra situación de clase o de nuestros intereses nacionales, debe conducir al irracionalismo. Quisiera destacar ahora el hecho de que la reciproca también es cierta. El abandono de la actitud racionalista; la pérdida del respeto a la razón, al argumento y al punto de vista de los demás; la insistencia en la capas “más profundas” de la naturaleza humana; todo esto debe conducir a la idea de que el pensamiento es tan sólo una manifestación algo superficial de lo que yace dentro de estas profundidades irracionales. Debe llevar casi siempre –creo yo- a considerar más a la persona pensante que a su pensamiento; debe llevar a la creencia de que “pensamos con nuestra sangre”, con “nuestro patrimonio nacional” o con “nuestra clase”. Esta concepción puede presentarse bajo una forma materialista o altamente espiritual; la idea de que “pensamos con nuestra raza” puede ser remplazada, quizá, por la idea de espíritus selectos o inspirados que “piensan por la gracia de Dios”. Me resisto por razones morales a admitir estas diferencias, pues la similitud decisiva entre todas estas concepciones intelectualmente inmodestas reside en que no juzgan los pensamientos por sus propios méritos. Al abandonar así la razón, fraccionan a la humanidad en amigos y enemigos; en la minoría privilegiada que comparte la razón con los dioses, y la mayoría que carece de ella (como dice Platón); en el grupo reducido que nos rodea y el más extenso que permanece a remota distancia; en los que hablan la lengua intraducible de nuestros propios sentimientos y pasiones y los que hablan una jerga extraña. Y sobre estas premisas, el igualitarismo político se torna prácticamente imposible.

Pues bien; la adopción de una actitud antiigualitaria en al vida política, es decir, en el campo de los problemas concernientes al poder del hombre, no es ni más ni menos que un acto criminal. En efecto, se justifica con ella la teoría de que las diferentes categorías de personas tienen diferentes derechos, de que el amo tiene derecho a encadenar al esclavo, de que algunos hombres tienen derecho a valerse de otros como de herramientas, y puede utilizarse, por último –como el caso de Platón- para justificar el asesinato.

No se me escapa el hecho de que existen también irracionalistas que aman a la humanidad y de que no todas las formas de irracionalismo engendran el crimen. Pero insisto nuevamente en que quienes enseñan que no debe gobernar la razón sino el amor, abren las puestas a aquellos que sólo quieren y pueden gobernar por el odio. (A mi parecer, Sócrates entrevió algo de esto cuando sugirió que la desconfianza o el odio hacia el razonamiento se halla relacionado con el odio a los hombres). Quienes no vean de inmediato esta relación, quienes crean en el gobierno directo del amor desprovisto de toda racionalidad, deben tener en cuenta que el amor, como tal, no fomenta ciertamente la imparcialidad. Y que tampoco es capaz de subsanar por sí mismo conflicto alguno, como lo demuestra este inofensivo caso de prueba que puede dar la pauta, sin embargo, de la posibilidad de otros mucho más graves: A Juan le gusta el teatro y a María el ballet. Juan, cariñosamente insiste en ir a ver danzar en tanto que María quiere, para bien de Juan, ir al teatro.
Evidentemente, el amor no puede resolver este conflicto; al contrario, cuanto mayor sea el amor, mayor será el conflicto. Sólo hay dos soluciones posibles: una, el uso de los sentimientos y, en última instancia, de la violencia; y la otra, el de la razón, de la imparcialidad, de la transacción razonable. Claro está que no es mi intención, al decir todo esto, subestimar la diferencia entre el amor y el odio, o bien dar a entender que la vida no pierde nada sin el amor. (Y estoy perfectamente dispuesto a admitir que la idea cristiana del amor no responde a un sentido puramente emocional). Pero insisto en que ningún sentimiento, ni siquiera el amor, puede remplazar el gobierno de las instituciones controladas por la razón.

Este no es, por supuesto, el único argumento contra la idea del gobierno al amor. Amar a una persona significa querer hacerla feliz. (Tal es, dicho sea de paso, la definición del amor, de Santo Tomás de Aquino). Pero de todos los ideales políticos quizás el más peligroso sea el de querer hacer felices a nuestros pueblos. En efecto, lleva invariablemente a la tentativa de imponer nuestra escala de valores “superiores” a los demás, para hacerles comprender lo que a nosotros nos parece que es de la mayor importancia para su felicidad; por así decirlo, para salvar sus almas. Y lleva al utopismo y al romanticismo. Todos tenemos la plena seguridad de que nadie sería desgraciado en al comunidad hermosa y perfecta de nuestros sueños; y tampoco cabe ninguna duda de que no sería difícil traer el cielo a la tierra si nos amásemos unos a otros. Pero la tentativa de llevar el cielo a la tierra produce como resultado invariable el infierno. Ella engendra la intolerancia, las guerras religiosas y la salvación de las almas mediante la Inquisición. Se basa además –a mi entender- en una interpretación completamente errónea de nuestros deberes morales. Nuestra obligación es ayudar a aquellos que necesitan nuestra ayuda, pero no la de hacer felices a los demás, puesto que esto no depende de nosotros y más de una vez sólo significaría una intrusión indeseable en la vida privada de aquellos hacia quienes nos impulsan nuestras buenas intenciones. La exigencia política de métodos de tipo gradual (a diferencia de los utópicos) corresponde a la decisión de que la lucha contra el sufrimiento se convierta en un deber, en tanto que el derecho a preocuparse por la felicidad de los demás sea un privilegio circunscrito al estrecho círculo de los amigos. En ese caso, quizá tengamos cierto derecho a tratar de imponer nuestra escala de valores, por ejemplo, nuestra preferencia con respecto a la música. (Y quizá lleguemos a sentirnos obligados a abrirles ese mundo de valores que, según confiamos, habrá de contribuir tanto a su felicidad). Pero tenemos ese derecho gracias y debido a que pueden librarse de nosotros en cualquier momento, porque pueden poner fin a su amistad cuando lo deseen. Pero el empleo de medios políticos para imponer nuestra escala de valores sobre los demás es una cuestión muy diferente. El dolor, el sufrimiento, la injusticia y su prevención: he ahí los problemas eternos de la moral pública, el eterno “programa” de la política pública (como hubiera dicho Bentham). Los valores “superiores” deben ser excluidos, en gran medida, del programa y librados al imperio del laissez faire. De este modo, cabría decir: ayudad a vuestros enemigos, asistid a aquellos que sufren, aun cuando los odiéis; pero amad tan sólo a vuestros amigos.  

Esta es sólo una parte de la causa contra el irracionalismo y de las consecuencias que me inducen a adoptar la actitud contraria, es decir, la del racionalismo crítico. Esta última, con sus insistencia en el razonamiento y la experiencia, con su lema “yo puedo estar equivocado y tú puedes tener la razón y, con un esfuerzo, podemos aproximarnos más a la verdad”, está, como dijimos antes, estrechamente emparentada con la actitud científica, e imbuida de la idea de que todos podemos cometer errores, errores que podemos encontrar nosotros solos, que pueden señalarnos los demás o que podemos llegar a descubrir con la ayuda de la crítica de los demás. Supone, por consiguiente, la idea de que nadie debe ser su propio juez, y también la idea de imparcialidad. (Esto se halla íntimamente relacionado con la idea de la “objetividad científica”). Su fe en la razón es no solamente una fe en nuestra propia razón, sino también –y más aún- en la de los demás. De este modo un racionalista, aun cuando se crea intelectualmente superior a otros, habrá de rechazar toda pretensión de autoridad, puesto que tienen conciencia de que, si bien su inteligencia es superior a la de otros (lo cual, sin embargo, no le resulta fácil juzgar), ello se cumple sólo en la medida en que es capaz de aprender de la crítica de los demás, de sus propios errores y de los ajenos, y de prestar atención a las razones de los demás. Priva, pues, en el racionalismo, la idea de que el adversario tiene derecho a hacerse oír y a defender sus argumentos. Esto supone el reconocimiento de la tolerancia, por lo menos de todos aquellos que no son, en sí mismos, intolerantes. No se mata a un hombre cuando se adopta la actitud de escuchar primero sus argumentos. (Kant tenía razón al basar la “Regla de oro” en la idea de la razón. Es imposible, a no dudarlo, demostrar la corrección de determinado principio ético, o incluso argüir en su favor exactamente de la misma forma en que puede razonarse en favor de un enunciado científico. La ética no es una ciencia. Pero aunque no existe ninguna “base científica racional” de la ética, existe en cambio una base ética de la ciencia y del racionalismo). La idea de imparcialidad también conduce a la de responsabilidad; no sólo tenemos que escuchar los argumentos, sino que tenemos la obligación de responder allí donde nuestras acciones afecten a otros. De este modo, en última instancia, el racionalismo se halla vinculado con el reconocimiento  de la necesidad de instituciones sociales destinadas a proteger la libertad de la crítica, la libertad de pensamiento y, de esta manera, la libertad de los hombres. Y establece una especie de obligación moral para el sostén de estas instituciones. He ahí, pues, por qué el racionalismo está tan estrechamente vinculado con la exigencia política de una ingeniería social (gradual por supuesto) en el sentido humanitario, con la exigencia de la racionalización de la sociedad, de la planificación con miras a la libertad y al control mediante la razón; no mediante la “ciencia”, mediante una autoridad platónica, seudorracional, sino mediante la razón socrática consciente de sus limitaciones y respetuosa, por lo tanto, de los demás hombres a quienes no aspira a coaccionar, ni aun para procurarles su felicidad. La adopción del racionalismo significa, además, que existe un medio común de comunicación, un lenguaje común de la razón; ella establece algo así como una obligación moral para con ese lenguaje, la obligación de conservar los patrones de claridad y de usarlos en forma tal que aquél retenga en todo su vigor su función de vehículo del razonamiento. Y esto no equivale sino a usarlo llanamente como instrumento de la comunicación racional, de la información significativa, y no como medio de “autoexpresión”, como quiere la viciosa jerga romántica de la mayor parte de nuestros educadores. (Es característico de la moderna historia romántica el combinar un colectivismo hegeliano en lo relativo a la “razón”, con un individualismo excesivo en lo referente a los “sentimientos”; de este modo, se hace hincapié en el idioma como medio de autoexpresión y no de comunicación. Claro está que ambas actitudes son parte de la rebelión contra la razón). Y entraña el reconocimiento de que la humanidad se halla unida por el hecho de que nuestras diferentes lenguas maternas pueden, en la medida en que son racionales, ser traducida de una a otra. Queda sentada pues, la unidad de la razón humana.

Cabría agregar algunas observaciones con respecto a la relación de la actitud racionalista, con aquella en que priva la tendencia a utilizar lo que suele denominarse “imaginación”. Se supone frecuentemente que la imaginación guarda una estrecha afinidad con los sentimientos y, por lo tanto, con el irracionalismo, y que el racionalismo tiende, en cambio, hacia un seco escolasticismo carente de imaginación. Ignoro si esta opinión tiene alguna base psicológica; en todo caso, lo pongo en duda. Pero lo que a nosotros nos interesa es el plano institucional más que el psicológico y desde nuestro punto de vista (como así también desde el punto de vista metodológico) parece ser que el racionalismo debe estimular el uso de la imaginación por que la necesita, en tanto que irracionalismo hace todo lo contrario. El hecho mismo de que el racionalismo sea crítico, en tanto que el irracionalismo tiende hacia el dogmatismo (donde no hay razonamiento posible, donde nada resta fuera de la completa aceptación o negación), lo orienta en esta dirección. La crítica siempre exige cierto grado de imaginación, en tanto que el dogmatismo la elimina. En forma similar, la investigación científica y la construcción e invención de técnicas no son concebibles en estos campos (a diferencia del de filosofía oracular, donde la interminable repetición de palabras imponentes parece soslayar la necesidad de presentar cosas nuevas), sin un uso considerable de la imaginación. Y por lo menos de igual importancia es el papel desempeñado por la imaginación en la aplicación práctica del igualitarismo y la imparcialidad. La actitud básica del racionalista: “yo puedo estar equivocado y tú puedes tener razón”, exige, cuando se la lleva a la práctica y, especialmente, cuando se plantean conflictos humanos, un verdadero esfuerzo de nuestra imaginación. Reconozco, sí, que los sentimientos del amor y la compasión pueden conducir, a veces, a esfuerzos similares; pero sostengo que nos es humanamente imposible amar a un gran número de individuos o sufrir con ellos y, además, que ello ni siquiera parece deseable puesto que terminaría por destruir o bien nuestra capacidad de ayuda, o bien la intensidad de estos mismos sentimientos. Pero la razón, sostenida por la imaginación, nos permite comprender que los hombres situados a remotas distancias de nosotros, y a quienes nunca veremos, se nos parecen y que sus relaciones mutuas son como las que no unen con nuestros allegados. No creo que sea posible una actitud emocional directa hacia la totalidad abstracta de la humanidad. Podemos amar a la humanidad sólo en ciertos individuos concretos. Pero mediante el uso del pensamiento y la imaginación podemos llegar a desear procurar nuestra ayuda a todos aquellos que necesitan.

Todas estas consideraciones demuestran, según creo, que el vínculo que une el racionalismo con el humanitarismo es sumamente estrecho, mucho más por cierto que el correspondiente eslabón entre el irracionalismo y la actitud antihumanitaria y antiigualitaria. A mi entender, la experiencia corrobora este resultado en la medida de lo posible. La actitud racionalista parece hallarse generalmente combinada con un concepto básicamente igualitario y humanitario; el irracionalismo, por el contrario, exhibe en la mayoría de los casos por lo menos algunas de las tendencias antiigualitarias descritas, aun cuando también pueda ir asociado frecuentemente al humanitarismo. Lo que nosotros afirmamos es que esta última relación, si bien puede darse en la práctica, carece de fundamento.


sábado, 13 de octubre de 2012

La paradoja de la libertad y de la intervención estatal (Karl Popper)


La libertad, si es ilimitada, se anula a sí misma. La libertad ilimitada significa que un individuo vigoroso es libre de asaltar a otro débil y de privarlo de su libertad. Es precisamente por esta razón que exigimos que el estado limite la libertad hasta cierto punto, de modo que la libertad de todos esté protegida por la ley. Nadie quedará, así, a merced de otros, sino que todos tendrán derecho a ser protegidos por el estado.

A mi juicio, estas consideraciones, destinadas originalmente a aplicarse a la esfera de la fuerza bruta o de la intimidación física, deben aplicarse también a la económica.  Aun cuando el estado proteja a sus ciudadanos de ser atropellados por la violencia física (como ocurre, en principio, bajo el capitalismo sin trabas), puede burlar nuestros fines al no lograr protegerlos del empleo injusto del poderío económico. En un estado tal, los ciudadanos económicamente fuertes son libres todavía para atropellar a los económicamente débiles y de robarles su libertad. En estas circunstancias, la libertad económica ilimitada puede resultar tan injusta como la libertad física ilimitada, pudiendo llegar a ser el poderío económico casi tan peligroso como la violencia física, pues aquellos que poseen un excedente de alimentos pueden obligar a aquellos que se mueren de hambre a aceptar “libremente” la servidumbre, sin necesidad de usar la violencia. Y suponiendo que el estado limite sus actividades a la supresión de la violencia (y a la protección de la propiedad) seguirá siendo posible que una minoría económicamente fuerte explote a la mayoría de los económicamente débiles.

Si este análisis es aceptado entonces la naturaleza del remedio salta a la vista. Deberá ser un remedio político, semejante al que usamos contra la violencia física. Y consistirá en crear instituciones sociales, impuestas por el poder del estado, para proteger a los económicamente débiles de los económicamente fuertes. El estado deberá vigilar, pues, que nadie se vea forzado a celebrar  un contrato desfavorable por miedo al hambre o a la ruina económica.

Claro está que eso significa que el principio de la no intervención, del sistema económico sin trabas, debe ser abandonado; si queremos la libertad de ser salvaguardados, entonces deberemos exigir que la política de la libertad económica ilimitada sea sustituida por la intervención económica reguladora del estado.

Quisiera añadir ahora que la intervención económica, aun mediante los métodos graduales, tiende a acrecentar el poder del estado. Se desprende, pues, que el intervencionismo es en extremo peligroso. Esto no constituye, sin embargo, un argumento decisivo en su contra, pues el poder del estado, pese a su peligrosidad sigue siendo un mal necesario. Pero debe servir como advertencia de que si descuidamos por un momento nuestra vigilancia y no fortalecemos nuestras instituciones democráticas, dándole, en cambio cada vez más poder al estado mediante la “planificación” intervencionista, podrá sucedernos que perdamos nuestra libertad. Y si se pierde la libertad, se pierde todo, incluyendo la “planificación”. En efecto ¿por qué habrán de llevarse a cabo los planes para el bienestar del pueblo si el pueblo carece de facultades para hacerlos cumplir? La seguridad sólo puede estar segura bajo el imperio de la libertad.

Se observa, así, que no sólo existe una paradoja de la libertad, sino también una paradoja de la planificación estatal. Si planificamos demasiado, si le damos demasiado poder al estado, entonces perderemos nuestra libertad y ése será el fin de nuestra planificación.

martes, 9 de octubre de 2012

En búsqueda de consensos. Resumen del Capítulo 14, "Tolerancia y Responsabilidad Intelectual" (Robado de Jenófanes y de Voltaire), del libro "En busca de un mundo mejor" de Karl Popper.

Pero respecto a la verdad certera, nadie la conoce, 
ni la conocerá; ni acerca de los dioses, 
ni sobre todas las cosas de las que hablo. 
E incluso si por azar llegásemos a expresar
la verdad perfecta, no lo sabríamos:
Pues todo no es sino un entramado de conjeturas
Jenófanes

Introducción 

Viendo la necesidad imperiosa de construir consensos básicos que nos orienten hacia una sociedad y un país mejor elaboré este resumen del Capítulo 14, "Tolerancia y Responsabilidad Intelectual" (Robado de Jenófanes y de Voltaire), del libro "En busca de un mundo mejor" de Karl Popper.

En esta brevísima  introducción me gustaría dejar algunos cuestionamientos que me parecen muy importantes para reconocer cual es nuestra verdadera predisposición para transitar hacia una sociedad y un país mejor: ¿Reconocemos en el otro un igual a nosotros? ¿Nos identificamos más como hermanos o tendemos más a buscar enemigos con quien confrontarnos? ¿Apuntamos hacia el debate y discusión constructivos o hacia la pelea tribal? ¿Tendemos a seguir a los cambios sociales y adecuarnos a ellos o deseamos frenarlos a toda costa? ¿Nos damos cuenta de que sin consensos básicos no sólo pierden o se ven afectados nuestros intereses sino los intereses de todos? ¿Somos dueños de la verdad o podemos escuchar y razonar para mejorar nuestras perspectivas, posiciones y conjeturas? ¿Pretendemos ser sabios o es mejor buscar constantemente aproximarnos a la verdad lo más que podamos? ¿Es mejor padecer la injusticia que cometerla? y por ultimo ¿Somos tolerantes con las perspectivas, posiciones y conjeturas de los otros?


Juan Carlos Duré Bañuelos




Parte final del Capítulo 14 "Tolerancia y Responsabilidad Intelectual" (Robado de Jenófanes y de Voltaire), del libro "En busca de un mundo mejor" de Karl Popper


Los principios que constituyen la base de toda discusión racional, es decir, de toda discusión emprendida a la búsqueda de la verdad, constituyen los principios éticos esenciales. Me gustaría enunciar aquí tres de estos principios.

  1. El principio de falibilidad: quizá yo estoy equivocado y quizá tú tienes razón. Pero es fácil que ambos estemos equivocados.
  2. El principio de discusión racional: deseamos intentar sopesar, de forma tan impersonal como sea posible, las razones a favor y en contra de una teoría: una teoría que es definida y criticable.
  3. El principio de aproximación a la verdad: en una discusión que evite los ataques personales, casi siempre podemos acercarnos a la verdad. Puede ayudarnos a alcanzar una mejor comprensión; incluso en los casos en que no alcancemos un acuerdo.
Vale la pena señalar que estos tres principios son principios tanto epistemológicos como éticos, pues implican, entre otras cosas, la tolerancia: si yo espero aprender de ti, y tú deseas aprender en interés de la verdad, yo tengo no sólo que tolerarte sino reconocerte como alguien potencialmente igual; la unidad e igualdad potencial de todos constituye en cierto modo un requisito previo de nuestra disposición a discutir racionalmente las cosas. También es aquí importante el principio de que podemos aprender mucho de una discusión, aún cuando no conduzca al acuerdo: una discusión puede ayudarnos a arrojar luz sobre algunos de nuestros errores.

Así, los principios éticos constituyen la base de la ciencia. La idea de verdad como principio regulador fundamental -el principio que guía nuestra búsqueda- puede considerarse un principio ético.
La búsqueda de la verdad y la idea de aproximación a la verdad también son principios éticos; como los las ideas de integridad intelectual y falibilidad, que nos conducen a una actitud de autocrítica y de tolerancia.
También es importante que podamos aprender en el ámbito de la ética.

Me gustaría demostrar esto considerando el ejemplo de una ética para el intelectual, y en especial para las profesiones intelectuales: una ética para científicos, médicos, abogados, ingenieros y arquitectos; para funcionarios y, lo que es más importante, para los políticos.

Desearía presentarles algunos principios de una nueva ética profesional, principios estrechamente vinculados con los conceptos de tolerancia y honestidad intelectual.
Para este fin, voy a caracterizar primero la antigua ética profesional, quizá caricaturizando un poco, para compararla con la nueva ética profesional que voy a proponer.

Tanto la ética profesional antigua como la nueva se basan, sin duda, en los conceptos de verdad, de racionalidad y de responsabilidad intelectual. Pero la ética antigua se basaba en la idea de conocimiento personal y de conocimiento cierto y, por ello, en la idea de autoridad; mientras que la nueva ética se basa en la idea de conocimiento objetivo y de conocimiento incierto. Esto supone un cambio fundamental en la forma de pensar subyacente, por consiguiente, en la forma de operar las ideas de verdad, de racionalidad y de honestidad y responsabilidad intelectual.

El ideal antiguo de poseer la verdad -verdad cierta- y, si era posible, garantizar la verdad por medio de una prueba lógica.
Este ideal, muy aceptado hasta hoy, es la idea de sabiduría en la persona, el sabio; no de "sabiduría" en el sentido socrático, por supuesto, sino en el sentido platónico: el sabio que es una autoridad, el filósofo erudito que reclama poder, el filósofo rey.
El viejo imperativo de los intelectuales es: sé una autoridad!, conoce todo en tu especialidad!
Tan pronto se le reconoce a uno como autoridad, su autoridad estará protegida por sus colegas; y uno debe a su vez proteger la autoridad de sus colegas.
La antigua ética que estoy presentando no deja lugar al error. Sencillamente no se toleran los errores. Por consiguiente, no han de reconocerse los errores. No tengo que subrayar que esta antigua ética profesional es intolerante. Además, siempre ha sido intelectualmente deshonesta: conduce (especialmente en medicina y en política) al encubrimiento de los errores con el fin de proteger a la autoridad.

Ésta es la razón por la que sugiero la necesidad de una nueva ética profesional, principal, pero no exclusivamente, para los científicos. Sugiero que se base en los doce principios siguientes:

  1. Nuestro conocimiento objetivo por conjetura va cada vez más allá de lo que puede dominar cualquier persona individual. Sencillamente por eso no puede haber "autoridades". Esto vale también en materias especializadas.
  2. Es imposible evitar todos los errores, o incluso todos aquellos errores que son, en sí, evitables. Todos los científicos cometen continuadamente errores. Hay que revisar la vieja idea de que se pueden evitar los errores y de que por lo tanto es un deber evitarlos: es una idea errónea.
  3. Por supuesto, sigue siendo nuestro deber evitar en lo posible todos los errores. Pero dado precisamente que podemos evitarlos, debemos siempre  tener presente lo difícil que es evitarlos y que nadie lo consigue por completo. No lo consiguen siquiera los científicos más creativos guiados por la intuición: la intuición puede equivocarnos.
  4. Los errores pueden estar ocultos incluso en aquellas teorías que están bien confirmadas; y es tarea específica del científico buscar estos errores. La observación de que una teoría o técnica bien confirmada que se ha utilizado con éxito es errónea puede constituir un descubrimiento importante.
  5. Por ello hemos de revisar nuestra actitud hacia los errores. Es aquí donde debe comenzar nuestra reforma ética práctica. Pues la actitud de la antigua ética profesional lleva a encubrir nuestros errores, a mantenerlos en secreto y a olvidarlos tan pronto como sea posible.
  6. El nuevo principio básico es que para aprender a evitar los errores debemos aprender de nuestros errores. Por ello encubrir los errores constituye el mayor pecado intelectual.
  7. Hemos de estar constantemente a la búsqueda de errores. Cuando los encontramos debemos estar seguros de recordarlos; debemos analizarlos minuciosamente para llegar al fondo de las cosas.
  8. Mantener una actitud autocrítica y de integridad personal se convierte así en una obligación.
  9. Como debemos aprender de nuestros errores, también debemos aprender a aceptar, y a aceptar con gratitud, cuando otras personas llaman nuestra atención sobres nuestros errores. En cambio, cuando somos nosotros los que llamamos la atención sobre los errores de los demás, hemos de recordar que nosotros mismos hemos cometido errores similares. Y hemos de recordar que los mayores científicos han cometido errores. Sin duda no quiero decir que normalmente sean perdonables nuestros errores: nunca hemos de relajar nuestra atención. Pero es humanamente imposible evitar una y otra vez los errores.
  10. Debemos tener muy claro que necesitamos a los demás para descubrir y corregir nuestros errores (igual que éstos nos necesitan a nosotros); especialmente a aquellas personas que se han formado en un entorno diferente. También esto favorece la tolerancia.
  11. Hemos de aprender que la mejor crítica es la autocrítica; pero que es necesaria la crítica de los demás. Es casi tan buena como la autocrítica.
  12. La crítica racional debe ser siempre específica: debe aportar razones concretas por las cuales enunciados o hipótesis específicas parecen ser falsos, o determinados argumentos poco válidos. Debe estar guiada por la idea de aproximación gradual a la verdad objetiva. En este sentido, debe ser impersonal.

miércoles, 3 de octubre de 2012

Resumen sobre el inicio de la Revolución Industrial en Inglaterra (“La era de la Revolución 1789 – 1848”, de Eric J. Hobsbawm ,09.06.1917 – 01.10.2012, Q.E.P.D.)


Eric Hobsbawm on his 94th birthday, at the Hay Festival in 2011. Photo: Gaby Wood

Introducción

Las primeras manifestaciones de la Revolución Industrial ocurrieron en una situación histórica especial, en la que el crecimiento económico surgía de las decisiones entrecruzadas de innumerables empresarios privados e inversores, regidos por el principal imperativo de la época: comprar en el mercado más barato para vender en el más caro. ¿Como iban a imaginar que obtendrían el máximo benéfico de una Revolución Industrial organizada en vez de unas actividades mercantiles familiares, más provechosas en el pasado? ¿Como iban a saber lo que nadie sabía todavía, es decir, que la Revolución Industrial produciría una aceleración sin igual en la expansión de sus mercados? Dado que ya se habían puesto los principales cimientos sociales de una sociedad industrial - como había ocurrido en la Inglaterra de finales del siglo XVIII -, se requerían dos cosas: primero, una industria que ya ofrecía excepcionales retribuciones para el fabricante que pudiera aumentar rápidamente su producción total, si era menester, con innovaciones razonablemente baratas y sencillas, y segundo, un mercado mundial ampliamente monopolizado por la producción de una sola nación.

Estas consideraciones son aplicables en cierto modo a todos los países en el período 1789 - 1848. Por ejemplo, en todos ellos se pusieron a la cabeza del crecimiento industrial los fabricantes de mercancías de consumo de masas -principal, aunque no exclusivamente, textiles-, porque ya existía el gran mercado para tales mercancías y los negociantes pudieron ver con claridad sus posibilidades de expansión. No obstante, en otros aspectos sólo pueden aplicarse a Inglaterra, pues los primitivos industrializadores se enfrentaron con los problemas más difíciles. Una vez que Gran Bretaña empezó a industrializarse, otros países empezaron a disfrutar de los beneficios de la rápida expansión económica estimulada por la vanguardia de la Revolución Industrial. Además, el éxito británico demostró lo que podía conseguirse: la técnica británica se podía imitar, e importarse la habilidad y los capitales ingleses. La industria textil sajona, incapaz de hacer sus propios inventos, copió los de los ingleses, a veces bajo la supervisión de mecánicos británicos; algunos ingleses aficionados al continente, como los Cockerill, se establecieron en Bélgica y en algunos puntos de Alemania. Entre 1789 y 1848, Europa y América se vieron inundadas de expertos, máquinas de vapor, maquinaria algodonera e inversiones de capital, todo ello británico.

Gran Bretaña no disfrutaba de tales ventajas. Por otra parte, tenía una economía lo bastante fuerte y un Estado lo bastante agresivo para apoderarse de los mercados de sus competidores. En efecto, las guerras de 1793-1815, última y decisiva fase del duelo librado durante un siglo por Francia e Inglaterra, eliminaron virtualmente a todos los rivales en el mundo extra europeo, con la excepción de los jóvenes Estados Unidos. Además, Gran Bretaña poseía una industria admirablemente equipada para acaudillar la Revolución Industrial en al circunstancias capitalistas, y una coyuntura económica que se lo permitía: la industria algodonera y la expansión colonial.

Algodón

1. La industria británica, como todas las demás industrias algodoneras, tuvo su origen como un subproducto del comercio ultramarino, que producía su material crudo (o más bien uno de sus materiales crudos, pues el producto original era el fustán, mezcla de algodón y lino), y los artículos  de algodón indio o indianas, que ganaron los mercados, de los que los fabricantes europeos intentarían apoderarse con sus imitaciones. En un principio no tuvieron éxito, aunque fueran más capaces de reproducir a precios de competencia las mercancías más toscas y baratas que las finas y costosas. Sin embargo, por fortuna, los antiguos y poderosos magnates del comercio de lanas conseguían periódicamente la prohibición de importar los calicoes o indianas (que el interés puramente mercantil de la East India Company –Compañía de las Indias Orientales- trataba de exportar desde la India en la mayor cantidad posible), dando así oportunidades a los sucedáneos que producía la industria autóctona del algodón. Más baratos que la lana, el algodón y las mezclas de algodón no tardaron en obtener en Inglaterra un mercado modesto, pero beneficioso. Pero sus mayores posibilidades para una rápida expansión estaban en ultramar.


2. El comercio colonial había creado la industria del algodón y continuaba nutriéndola. En el siglo XVIII se desarrolló en el hinterland de los mayores puertos coloniales, como Bristol, Glasgow y especialmente Liverpool, el gran centro de comercio de esclavos. Cada fase de este inhumano pero rápidamente próspero tráfico, parecía estimular aquélla. De hecho, durante todo este período (1789 – 1848) la esclavitud y el algodón marcharon juntos.

3. Triunfo del mercado exterior sobre el interior: En 1814 Inglaterra exportaba cuatro yardas de tela de algodón por cada tres consumidas en ella y esta diferencia, entre mercado interno y exportación, fue en aumento con el correr de los años.

4. La demanda derivada del algodón –en cuanto a la construcción y demás actividades en las nuevas zonas industriales, en cuanto a máquinas, adelantos químicos, alumbrado industrial, buques, etc. – contribuyó en gran parte al progreso económico de Gran Bretaña hasta 1830.

5. Primera crisis del capitalismo: A partir de 1815 se produce una reducción del margen de ganancias en la producción de algodón.

6. Búsqueda de reducción de costos en la producción y de compresión de los mismos, especialmente a través de una reducción directa de jornales, por la sustitución de los caros obreros expertos por mecánicos más baratos, y por la competencia de la máquina.

Industria básica de bienes de producción (Hierro y acero)

1. Surge la siguiente fase del desarrollo industrial: La construcción de una industria básica de bienes de producción, especialmente para abaratar los costos de prodcucción.

2. Las condiciones de la empresa privada, la inversión –sumamente costosa- de capital necesario para el desarrollo de la industria de bienes de producción no puede hacerse fácilmente, por las mismas razones que la industrialización del algodón o de otras mercancías de mayor consumo. Para estas últimas, siempre existe –aunque sea en potencia- un mercado masivo: incluso los hombres más modestos llevan camisa, usan ropa de casa y muebles, y comen. El problema es, sencillamente, cómo encontrar con rapidez buenos y vastos mercados al alcance de los fabricantes. Pero semejantes mercados no existen, por ejemplo, para la industria pesada del hierro y acero (como bienes de producción), pues sólo empiezan a existir en el transcurso de una Revolución Industrial.

El carbón


1. El crecimiento de las ciudades (y especialmente el de Londres) había hecho que la explotación de las minas de carbón se extendiera rápidamente desde el siglo XVI. A principios del siglo XVIII, era sustancialmente una primitiva industria moderna, empleando incluso las más antiguas máquinas de vapor (inventadas para fines similares en al minería de metales no ferrosos, principalmente en Cornualles) para sondeos y extracciones. De aquí que la industria carbonífera apenas necesitara o experimentara una gran revolución técnica en el período (1789 -1848). Sus  innovaciones fueron más bien mejoras que verdaderas transformaciones en la producción. Pero su capacidad era ya inmensa y, a escala mundial, astronómica. En 1800, Gran Bretaña produjo unos diez millones de toneladas de carbón, casi el 90 pro 100 de la producción mundial.

2. Esta inmensa industria, aunque probablemente no lo bastante desarrollada para una verdadera industrialización masiva a moderna escala, era lo suficientemente amplia para estimular a la invención básica que iba a transformar a las principales industrias de mercancías: el ferrocarril.

El ferrocarril

1. El tranvía o ferrocarril por el que corrieran las vagonetas era una respuesta evidente. Impulsar esas vagonetas por máquinas fijas era tentador; impulsarlas por máquinas móviles no parecía demasiado impracticable. Por otra parte, el coste de los transportes por tierra de mercancías voluminosas era tan alto, que resultaba facilísimo convencer a los propietarios de minas carboníferas en el interior de que la utilización de esos rápidos medios de transporte sería enormemente ventajosa para ellos. La línea férrea desde la zona minera interior de Durham hasta la costa (Stockton-Darlington, 1825) fue la primera de los modernos ferrocarriles. Técnicamente, el ferrocarril es el hijo de la mina, y especialmente de las minas de carbón del norte de Inglaterra.

2. La locomotora lanzando al viento sus penachos de humo a través de países y continentes, los terraplenes y túneles, los puentes y estaciones, formaban un colosal conjunto, al lado del cual las pirámides, los acueductos romanos e incluso la Gran Muralla de la china resultaban pálidos y provincianos. El ferrocarril constituía el gran triunfo del hombre por medio de la técnica.

3. Desde el punto de vista del que estudia el desarrollo económico, el inmenso apetito de los ferrocarriles, apetito de hierro y acero, de carbón y maquinaria pesada, de trabajo e inversiones de capital, fue más importante en esta etapa. Aquella enorme demanda era necesaria para que las grandes industrias se transformaran tan profundamente como lo había hecho la del algodón. En las dos primeras décadas del ferrocarril (1830 – 1850), la producción de hierro en Gran Bretaña ascendió de 680.000 a 2.250.000 toneladas, es decir, se triplicó. También se triplicó en aquellos veinte años –de 15 a 49 millones de toneladas- la producción de carbón. Este impresionante aumento se debía principalmente al tendido de las vías, pues cada milla de línea requería unas 300 toneladas de hierro sólo para los raíles. Los avances industriales que por primera vez hicieron posible esta masiva producción de acero prosiguieron naturalmente en las sucesivas décadas.

Experiencia de Capitalismo Financiero no tan provechoso

1. Las inversiones en el extranjero eran una magnífica posibilidad. El resto del mundo –principalmente los viejos gobiernos, que trataban de recobrarse de las guerras napoleónicas, y los nuevos, solicitando préstamos con su habitual prisa y abandono para propósitos indefinidos- sentía avidez de ilimitados empréstitos. El capital británico estaba dispuesto al préstamo. Pero, ¡ay!, los empréstitos suramericanos que parecieron tan prometedores en la década de 1820 – 1830, y los norteamericanos en la siguiente, no tardaron en convertirse en papeles mojados: de veinticinco empréstitos a gobiernos extranjeros concertados entre 1818 y 1831, dieciséis (que representaban más de la mitad de los 42 millones de libras esterlinas invertidos en ellos) resultaron un fracaso. En teoría, dichos empréstitos deberían haber rentado a los inversionistas del 7 al 9 por 100, pero en 1831 sólo percibieron un 3,1 por 100. ¿Quién no se desanimaría con experiencias como la de los empréstitos griegos al 5 por 100 de 1824 y 1825 que no empezaron a pagar intereses  hasta 1870? Por lo tanto, es natural que el capital invertido en el extranjero en los auges especulativos de 1825 y 1835-1837 buscará un empleo menos decepcionante.

Movilización y el despliegue de los recursos económicos, la adaptación de la economía y la sociedad exigida para mantener la nueva y revolucionaria ruta

1 El trabajo industrial y la agricultura

1. Violenta y proporcionada disminución en la población agrícola (rural) y un aumento paralelo en la no agrícola (urbana), y casi seguramente (como ocurrió en la época 1789 – 1848) un rápido aumento general de toda la población. Lo cual implica también un brusco aumento en el suministro de alimentos, principalmente agrarios, es decir, una revolución agrícola.

2. El gran crecimiento de las ciudades y pueblos no agrícolas en Inglaterra había estimulado naturalmente mucho la agricultura, la cual es, por fortuna, tan ineficaz en sus formas preindustriales que algunos pequeños progresos –una pequeña atención racional a la crianza de animales, rotación de cultivos, abonos, instalación de granjas o siembra de nuevas semillas- produjo resultados insospechados.

3. Ese cambio agrícola había precedido a la Revolución Industrial haciendo posibles los primeros pasos del rápido aumento de población, por lo que el impulso siguió adelante, aunque el campo británico padeciera mucho con la baja que se produjo en los precios anormalmente elevados durante las guerras napoleónicas.

4. Transformación social más bien que técnica: Liquidación de los cultivos comunales medievales con su campo abierto y pastos comunes (el movimiento de cercados), de la petulancia de la agricultura campesina y de las caducas actitudes anticomerciales respecto a la tierra. Gracias a la evolución preparatoria de los siglos XVI a XVIII, esta única solución radical del problema agrario, que hizo de Inglaterra un país de escasos grandes terratenientes, de un moderado número de arrendatarios rurales y de muchos labradores jornaleros, se consiguió con un mínimum de perturbaciones, aunque intermitentemente se opusieran a ella no sólo las desdichadas clases pobres del campo, sino también la tradicionalista clase media rural.

5. En términos de productividad económica, esta transformación social fue un éxito inmenso; en términos de sufrimiento humano, una tragedia, aumentada por la depresión agrícola que después de 1815 redujo al pobre rural a la miseria más desmoralizadora.

6. Desde el punto de vista de la industrialización también tuvo consecuencias deseables, pues una economía industrial necesita trabajadores, y ¿de dónde podía obtenerlos sino del sector antes no industrial? La población rural en el país o, en forma de inmigración (sobre todo irlandesa), en el extranjero, fueron las principales fuentes abiertas por los diversos pequeños productores y trabajadores pobres. El afán de liberarse de la injusticia económica y social era el estímulo más efectivo, al que se añadían los altos salarios en dinero y la mayor libertad de las ciudades.

7. Se estableció una disciplina laboral draconiana en las zonas urbanas industriales (en un código de patronos y obreros que inclinaba la ley del lado de los primeros, etc.), pero sobre todo en la práctica –donde era posible- de retribuir tan escasamente al trabajador que éste necesitaba trabajar intensamente toda la semana para alcanzar unos salarios mínimos. En las fábricas, en donde el problema de la disciplina laboral era más urgente, se consideró a veces más conveniente el empleo de mujeres y niños, más dúctiles y baratos que los hombres, hasta el punto de que en los telares algodoneros de Inglaterra, entre 1834 y 1847, una cuarta parte de los trabajadores eran varones adultos, más de la mitad mujeres y chicas y el resto muchachos menores de dieciocho años.

8. Otro procedimiento laboral fue el subcontrato o la práctica de hacer de los trabajadores expertos los verdaderos patronos de sus inexpertos auxiliares. En la industria del algodón, por ejemplo, unos dos tercios de muchachos y un tercio de muchachas estaban a las órdenes directas de otros obreros y, por tanto, más estrechamente vigilados, y, fuera de las fábricas propiamente dichas, esta modalidad estaba todavía más extendida. El subpatrono tenía desde luego un interés financiero directo en que sus operarios alquilados no flaqueasen.

2 Provisión de capital

1. La gran dificultad consistía en que la mayor parte de quienes poseían riquezas en el siglo XVIII   –terratenientes, mercaderes, armadores, financieros, etc.- eran reacios a invertir en las nuevas industrias, que por eso empezaron a menudo con pequeños ahorros o préstamos y se desenvolvieron con la utilización de los beneficios. Lo exiguo del capital local hizo a los primeros industriales –en especial a los autoformados- más duros, tacaños y codiciosos, y, por tanto, más explotados a sus obreros; pero esto refleja el imperfecto fluir de las inversiones nacionales y no su insuficiencia. Por otra parte, el rico siglo XVIII estaba preparado para emplear su dinero en ciertas empresas beneficiosas para la industrialización, sobre todo transportes (canales, muelles, caminos y mas tarde también ferrocarriles) y en minas, de las que los propietarios obtenían rentas incluso cuando no las explotaban directamente.

2. Tampoco había dificultades respecto a la técnica del comercio y las finanzas, privadas o públicas. Los bancos, los billetes de banco, las letras de cambio, las acciones y obligaciones, las modalidades del comercio exterior y al por mayor, etc., eran cosas bien conocidas y numerosos los hombres que podían manejarlas o aprender a hacerlo. Además, a finales del siglo XVIII, la política gubernamental estaba fuertemente enlazada a la supremacía de los negocios.

Conclusiones de Eric J. Hobsbawm

De esta manera casual, improvisada y empírica se formó la primera gran economía industrial. Según los patrones modernos era pequeña y arcaica, y su arcaísmo sigue imperando hoy en Gran Bretaña. Para los de 1848 era monumental, aunque sorprendente y desagradable, pues sus nuevas ciudades eran más feas, su proletariado menos feliz que el de otras partes, y la niebla y el humo que enviciaban la atmósfera respirada por aquellas pálidas muchedumbres disgustaban a los visitantes extranjeros. Pero suponía la fuerza de un millón de caballos en sus máquinas de vapor, se convertía en más de dos millones de yardas de tela de algodón por año, en más de diecisiete millones de husos mecánicos, extraía casi cincuenta millones de toneladas de carbón, importaba y exportaba toda clase de productos por valor de ciento setenta millones de libras esterlinas anuales. Su comercio era el doble que el de Francia, su más próxima competidora: ya en 1780 la había superado. Su consumo de algodón era dos veces el de los Estados Unidos y cuatro el de Francia. Producía más de la mitad del total de lingotes de hierro del mundo desarrollado económicamente, y utilizaba dos veces más por habitante que el país próximo más industrializado (Bélgica), tres veces más que los Estados Unidos y sobre cuatro veces más que Francia. Entre los doscientos y trescientos millones de capital británico invertido –una cuarta parte en los Estados Unidos, casi una quinta parte en América Latina-, le devolvían dividendos e intereses de todas las partes del mundo. Gran Bretaña era, en efecto, el TALLER DEL MUNDO.

Y tanto Gran Bretaña como el mundo sabían que la Revolución Industrial, iniciada en aquellas islas por y a través de los comerciantes y empresarios cuya única ley era comprar en el mercado más barato y vender sin restricción en el más caro, estaba transformando al mundo. Nadie podía detenerla en este camino. Los dioses y los reyes del pasado están inermes ante los hombres de negocios y las máquinas de vapor del presente.







lunes, 1 de octubre de 2012

Trabajo sobre Desarrollismo (Resumen y Análisis de las obras: "Cinco siglos de periferia" de Samuel Pinheiro Guimarães y “Los Desafíos de una Nueva Inserción Externa del Paraguay”, de Fernando Masi)


Introducción

El tipo de desarrollismo que analizamos en este trabajo tiene que ver con la teoría surgida en Latinoamérica en la segunda mitad del siglo XX, con mayor ímpetu en los inicios de la CEPAL, que estudia desde una perspectiva evolutiva a los países periféricos y dependientes, los cuales para ir logrando mayor autonomía deben dejar de ser meros exportadores de materia prima para su elaboración en los países industrializados y hegemónicos y su vuelta a los países periféricos; para ello era necesario, en los inicios del desarrollo de esta teoría, romper con esa cadena de reproducción de subdesarrollo y volcarse de lleno a la industrialización de los países periféricos dentro del contexto y dinámica universal.

En ese sentido el desarrollismo se diferencia de las teorías críticas discontinuistas que planteaban romper con el modelo económico mundial dependiente y plantear una nueva forma de organización independiente  con relación a la dinámica y contexto universal de dependencia hacia los países hegemónicos.

La teoría desarrollista ha ido evolucionando con el correr del tiempo, desde la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días, con varios ajustes, remiendos, contextos mundiales nuevos, emergencia de países periféricos e inclusive refutación y reniegos de algunos de sus propios fundadores.

Este trabajo consta de cuatro partes: 

I. Resumen de la obra "Cinco siglos de periferia", de Samuel Pinheiro  Guimarães, que trabaja la dinámica de la relación centro – periferia desde la perspectiva de uno de los grandes países periféricos (Brasil).

II. Resumen de la obra "Los Desafíos de una Nueva Inserción Externa del Paraguay", de Fernando Masi, que trabaja la dinámica de la relación centro – periferia desde la perspectiva de un país pequeño (Paraguay) de la periferia.

III. Marco teórico para entender la dinámica del desarrollismo en las obras de Samuel Pinheiro Guimarães y Fernando Masi, de Juan Carlos Duré Bañuelos, basado en la obras de estos dos escritores.

IV. Mapa de las Estructuras Hegemonicas, de Juan Carlos Duré Bañuelos.



I
Resumen de:
Cinco siglos de periferia
Samuel Pinheiro Guimarães

Teoría General

Relación Centro – Periferia:


Introducción

El sistema y la dinámica internacional han sido descritos e interpretados como resultado de un proceso positivo de creciente globalización, interdependencia y progreso económico, en el cual participan y se benefician, material y espiritualmente, cada vez más y de forma más democrática, todos los individuos en todos los países. Las sociedades y los individuos que por ventura no se benefician del progreso son ellos mismos, de acuerdo con esa imagen, debido a su arcaísmo, autoritarismo, incompetencia e ignorancia, los únicos y exclusivos responsables de su destino infeliz, en este mundo deslumbrante y pleno de maravillas.

Paradójicamente, individuos y países están sujetos a la acción maléfica diabólica e inexplicable del terrorismo, el narcotráfico y la violencia urbana.
Entretanto, para los grandes Estados y sociedades periféricos, sujetos a crecientes desigualdades internas y externas, a choques súbitos y la violencia de sociedades más poderosas, dicha interpretación ilusoria no es adecuada, ni suficiente, ni útil.


Estructuras hegemónicas

El concepto de estructuras hegemónicas es preferible al de Estado hegemónico. Se puede entender por Estado hegemónico el que, en función de su extraordinaria superioridad de poder económico, político y militar con relación a los demás Estados, dispone de condiciones para organizar el sistema internacional, en sus diversos aspectos, de tal forma que sus propios intereses, de todo orden, sean asegurados y mantenidos, si necesario por la fuerza, sin que alguna potencia o coalición de potencias pueda impedirlo de actuar.

Era esa, por ejemplo, la situación de los Estados Unidos en la inmediata posguerra. En aquel momento (1946), el producto interno bruto norteamericano era superior a un 50% del producto bruto mundial. Su estructura económica no solo no había sido afectada físicamente sino que había pasado por un extraordinario desarrollo tecnológico, impulsado por las necesidades de la guerra.

Las tropas norteamericanas ocupaban los países del Eje, los administraban y estaban estacionadas, en gran cantidad, en bases en países aliados, como Francia e Inglaterra, y en todos los continentes. Los Estados Unidos habían demostrado al mundo su liderazgo científico y tecnológico y la determinación política de utilizarlo, bombardeando con armas nucleares, con intervalo de tres días, las ciudades de Hiroshima y Nagazaki. Poseían más de un 50% de las reservas de oro del mundo y eran acreedores importantes de los países aliados, inclusive de la Unión Soviética, al igual que los países enemigos, debido a las reparaciones de la guerra. Mientras tanto, la guerra había humillado o devastado a las antiguas potencias europeas en términos de pérdidas de vida, traslado de refugiados y destrucción de la infraestructura y del stock de capital productivo. La periferia de los imperios coloniales no era aún industrializada y no tenía mayor importancia militar o tecnológica.

Los Estados Unidos, como país hegemónico, reunía condiciones sin precedentes históricos para intentar, una vez más, reorganizar el sistema político, económico y militar internacional. Se envolvieron en esa tarea por medio del proyecto de seguridad colectiva de la Naciones Unidas.

Es posible “atenuar” algunos aspectos de aquella definición de Estado hegemónico para relativizarla: no se necesita la superioridad absoluta de un Estado sobre los demás para caracterizarlos como hegemónico. Es posible aceptar algunas limitaciones de su capacidad de acción, en casos no esenciales. Uno de los aspectos de la condición de hegemonía es que el Estado es hegemónico en la medida en que tiene condiciones de abdicar de algunas ventajas que le otorga su hegemonía, en el corto plazo, en beneficio del objetivo mayor de asegurar el conjunto de sus intereses a largo plazo.

De ese modo, fue justamente la situación de hegemonía norteamericana en la posguerra que llevó al gobierno norteamericano a permitir a Japón el ejercicio de una política comercial proteccionista y de una política de inversiones que discriminaba el capital norteamericano. Esa benevolencia norteamericana hizo que Japón pudiese construir una de las tres mayores potencias económicas y tecnológicas del mundo, que compite actualmente con los Estados Unidos y con el cual tiene conflictos económicos notables. Los Estados Unidos permitieron tales políticas y, para ayudarlas, inclusive con la generosidad posible a una potencia hegemónica, abrieron su mercado durante décadas a los productos japoneses, con el triple objetivo de crear una “vitrina” de prosperidad capitalista enfrente a China, que se tornara comunista en 1949; de crear una plataforma de abastecimiento industrial militar para sus fuerzas en la guerra de Corea, entre 1950 y 1954; y, finalmente, de crear condiciones económicas que debilitasen el poderoso movimiento sindical socialista japonés.

La misma constelación de intereses de largo plazo de potencia hegemónica llevó a los Estados Unidos al proyecto de reconstrucción de Europa. Dicho proyecto estaba integrado por tres vertientes; el Plan Marshall, la Comunidad Económica Europea (CCE) y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). El Plan Marshall fue un enorme programa de donativos y de inversiones privadas, inclusive en países donde los comunistas habían sido elementos decisivos en la resistencia contra el nazismo. Ya la OTAN construyó una barrera militar frente a la Unión Soviética, barrera cuya existencia legitimó la presencia permanente de tropas norteamericanas en Europa, hecho históricamente inédito.

Según algunos analistas, por no existir actualmente un Estado claramente hegemónico, el escenario internacional podría ser mejor descrito presentando una unipolaridad militar (hegemonía) norteamericana; una multipolaridad económica competitiva (ausencia de hegemonía), integrada por la “tríada”: Estados Unidos, Japón y Unión Europea; y un condominio político ejercido por los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Otros analistas insisten en que el papel de los Estados es cada vez más reducido en el escenario internacional y que estarían siendo rápidamente sustituidos por empresas multinacionales, transnacionales, globales, que “eliminarían”, en la práctica, las fronteras y que desconsiderarían las legislaciones y políticas nacionales, de cualquier Estado y, con más razón, de los Estados periféricos.

Esos puntos de vista no toman en cuenta que los intereses económicos de las grandes empresas siempre han estado vinculados a los Estados, de una forma o de otra, desde el Comité de los 21 de la República Holandesa hasta a las grandes compañías inglesas de comercio y a las corporaciones transnacionales norteamericanas de hoy. Sin embargo, las megaempresas actuales no tienen cómo transformarse en organismos legislativos y sancionadores legítimos, o sea, aceptados por la sociedad, que serán siempre indispensables mientras haya competencia y conflicto entre empresas, clases, grupos sociales, étnicos, religiosos, etc.

Las principales funciones del Estado –además de la defensa del territorio y de su soberanía- son: legislar, o sea, crear normas de conducta; sancionar, o sea, condenar a los violadores de dichas normas; dirimir conflictos sobre su interpretación, y, finalmente, defender los interese de sus nacionales y de sus empresas cuando éstas se encuentran bajo jurisdicción extranjera.

Esas funciones estatales son radicalmente distintas de las funciones de las “empresas”, que consisten en producir y distribuir bienes de forma privada, a partir del mercado. La emergencia de agencias supranacionales, estructuras de naturaleza estatal, no extingue ni modifica la necesidad de aquellas funciones del Estado, ni invalida el racionamiento citado. En el pasado, como ilustra el ejemplo alemán, pequeños Estados soberanos o semisoberanos se unieron para formar entes estatales mayores para poder defender mejor los intereses públicos y privados de los miembros de su sociedad, individuos o personas jurídicas. Por lo tanto, el fenómeno “supranacional” no es nuevo.

Así, consideramos el concepto de estructura hegemónica más apropiado para abarcar los complejos mecanismos de dominación. El concepto de “estructuras hegemónicas de poder” evita discutir la existencia o no, en el mundo pos Guerra Fría, de una potencia hegemónica, los Estados Unidos, y determinar si el mundo es unipolarizado o multipolarizado, si existe un condominio o no. El concepto de “estructuras hegemónicas” es más flexible e incluye vínculos de interés y de derecho, organizaciones internacionales, múltiples actores públicos y privados, la posibilidad de incorporación de nuevos participantes y la elaboración permanente de normas de conducta, pero en el núcleo de esas estructuras están siempre los Estados nacionales.

Las estructuras hegemónicas tienen su origen en la expansión económica y política de Europa, que se inicia con la formación de los grandes Estados nacionales. En España, con la conquista de Granada y la expulsión de los moros (1492); en Francia, con el fin de la Guerra de los Cien Años (1453), la expulsión de los ingleses, y la creación, por Enrique IV, del Estado unitario; y en Inglaterra, a partir de la reina Isabel I (1558-1603). La expansión europea se acelera con el ciclo de los descubrimientos, después de la caída de Constantinopla (1453) que intensifica la búsqueda de la ruta marítima hacia Oriente y la consecuente expansión mercantil y la acumulación de riquezas con la formación de los imperios coloniales, a partir de Cortés (1521) y de Pizarro (1533) y en Brasil, a partir de la caña de azúcar en Pernambuco. La revolución tecnológica, militar e industrial de los siglos XVIII y XIX, con la máquina de vapor (precondición de la industria, al sustituir la fuerza animal, hidráulica y eólica por una fuente de energía permanente, regulable y estable), consolida la supremacía europea en el escenario internacional.

La dinámica de los ciclos de acumulación capitalista y de las relaciones entre el gran capital privado y el Estado y entre tecnología, fuerzas armadas y sociedad explica, en gran parte, los procesos de formación de las estructuras hegemónicas de poder. Esos procesos pasaron, entre 1917 y 1989, por una fase crucial de disputa con el modelo socialista alternativo de organización de la sociedad y el Estado, interrumpida de 1939 a 1946 por el conflicto, surgido en el interior de las propias estructuras, con los Estados contestatarios, Alemania, Japón e Italia (1939-1946).

Al superarse esa fase crucial, las estructuras hegemónicas han tratado de consolidar su extraordinaria victoria ideológica, política y económica mediante la expansión de su influencia y acción en todo el mundo, especialmente sobre los territorios que estuvieron, hasta poco tiempo antes, bajo la organización socialista y sobre aquellos territorios de la periferia a los cuales ellas habían permitido tácticamente “desvíos” de organización económica y política en el periodo más intransigente de la disputa con el modelo socialista alternativo.

Actualmente, las estructuras hegemónicas, cuyo liderazgo varía de acuerdo con el espacio geográfico, el momento y el tema en cuestión, desarrollan estrategias activas de preservación de su poder económico, tecnológico, político, militar e ideológico.


Estados periféricos: contrastes y semejanzas:

Contrastes:

  1. Hace referencia a las diferencias extraordinarias entre los grandes países de la periferia.
  2. Menciona la situación de reracionamiento vigilante en su relacionamiento recíproco, su desconocimiento recíproco.
  3. El esfuerzo permanente de los países centrales de estudiar la periferia y formular sobre ella sus propias visiones, como herencia de las necesidades de control del periodo colonial, visiones que son difundidas y absorbidas por la propia periferia; en contraposición a la escasez e incluso la inexistencia de estudios de nacionales de un país periférico sobre aspectos de otro, aun cuando sean vecinos.
  4. Diferencias religiosas, filosóficas, ideológicas, raciales.
  5. Enormes disparidades de renta y de propiedad, de riqueza y de pobreza, de cultura y barbarie en los grandes estados periféricos.
  6. El colonialismo y su influencia en la evolución de la periferia.

Semejanzas:

  1. Grandes estados periféricos: Aquellos países no desarrollados, de gran población y gran territorio, no inhóspito, razonablemente capaz de explotación económica y donde se formaron estructuras industriales y mercados inter4nos significativos.
  2. Importancia económica efectiva de una población numerosa que depende de su nivel educacional, de salud y de productividad (que depende a su vez del stock de capital) y, por lo tanto de su renta.
  3. Una población numerosa, en un territorio extenso, trae, en sí, un gran potencial económico, científico-tecnológico, militar y político.
  4. La población numerosa permite desarrollar un mayor número de actividades productivas y, en cada una de ellas, lograr escalas económicas mínimas de producción.
  5. Construcción de un mercado interno más amplio, diversificado y dinámico puede reducir la dependencia del mercado externo, la vulnerabilidad del sistema económico a choques exógenos.
  6.  Puede reducir la posibilidad de oscilaciones bruscas en los niveles dde bienestar de la población, y en su trayectoria de desarrollo.
  7. Sin una política orientada hacia ese objetivo no puede surgir en la periferia un mercado interno amplio, diversificado y dinámico.
  8. El territorio extenso y pasible de explotación económica implica la posibilidad de que posea mayor variedad de recursos minerales, mayor biodiversidad, producción agrícola diversificada, mayor necesidad de investigación y actividad espacial, de telecomunicaciones y aeronáutica, aéreas de punta del desarrollo tecnológico y económico.
  9. Esas potencialidades si fueran explotadas, causan menor dependencia con relación al abastecimiento de energía, de alimentos y de insumos industriales. Una menor dependencia, agregada a la mayor importancia relativa del mercado interno puede reducir no solamente la vulnerabilidad del sistema económico a choques externos, sino también su vulnerabilidad a presiones políticas y militares exógenas. 
  10. El desarrollo de las potencialidades provenientes de una población numerosa y de extenso territorio provocaría un efecto notable sobre la capacidad económica y el potencial militar y, en consecuencia, sobre la capacidad de ejercer influencia política en los ámbitos regional y mundial.
  11. Esas potencialidades para promover mayor acumulación de capital, desarrollo científico y tecnológico, producción y productividad, capacidad militar convencional y no convencional, competitividad amplia y diversificada en el ámbito internacional con menor vulnerabilidad a choques y presione externas, son las que distinguen a los grandes países periféricos de los demás países de la periferia.
  12. Los países medios, muy especialmente los pequeños Estados de la periferia, aunque sean capaces de acumular capital, desarrollar tecnología y lograr altos niveles de bienestar, tendrán, debido a las limitaciones de su población y territorio, que desarrollar grados más elevados de especialización productiva y que depender en mayor medida de insumos y de bienes finales del mercado mundial y colocar en el mismo una parcela mayor de su producción. Por ese motivo, los países medios, y más aún los pequeños, mini y micro Estados, estarán más sujetos a choques, naturales o artificiales, y a presiones externas, tanto políticas como económicas. Son más vulnerables y dependientes de las estructuras hegemónicas de poder y más sujetos a los efectos de la evolución de los grandes fenómenos que caracterizan el escenario internacional.

Objetivos estratégicos de los grandes Estados Periféricos:

  1. Disminuir las disparidades externas
  2. Construcción de la democracia real
  3. Lucha por la multiculturalidad y la identidad
  4. Reducción de la vulnerabilidad externa


Desafíos de la política exterior:
Grandes ejes geográficos:

Los Estados Unidos constituyen, por inexorabilidad geográfica, el gran desafío para la política exterior brasileña, pues Brasil está en una zona de influencia directa de la superpotencia.

La situación geopolítica de Brasil en América del Sur, donde tiene fronteras con diez países; su capacidad para articular iniciativas en defensa de los intereses de la región, intereses de la región, intereses que los Estados Unidos no siempre comparten; los ejercicios militares norteamericanos realizados en regiones cercanas a las fronteras con Brasil; las operaciones contra el narcotráfico y el terrorismo, con la participación de asesores norteamericanos en países vecinos; las constantes insinuaciones sobre la internacionalización de la Amazonía por razones ambientales y ahora con el pretexto de la futura escasez de agua, y la visión norteamericana de que las fuerzas armadas de los países de América del Sur deben reducirse a lo mínimo y cumplir funciones sólo de policía interna, son una gama de temas que pueden conducir a situaciones conflictivas.

Las necesidades del desarrollo económico brasileño, especialmente en sus aspectos externos, pueden fácilmente plantear desafíos de conflicto o de cooperación. Por una parte, la economía puede beneficiarse con las inversiones directas y financiaciones externas, que naturalmente generan lucros e intereses, los cuales, de alguna forma deben ser contrarrestados por ingresos de divisas que, en el caso brasileño, tendrán que proceder de superávits en la balanza comercial; y por otra, Brasil necesita expandir sus exportaciones, en especial hacia mercados de alto poder adquisitivo como los Estados Unidos, pero tiende a encontrar la reacción del proteccionismo, antiguo o “moderno”, de aquellos sectores que sufren con la competencia brasileña y que alegan ser víctimas de dumping, de subsidios etc., como demuestran los ejemplos del acero y del jugo de naranja.

La incapacidad de expandir las exportaciones debido al neoproteccionismo de los mercados desarrollados, combinada con la presión, en especial de los Estados Unidos, para que Brasil mantenga el régimen liberal de importaciones, puede llevar rápidamente a desequilibrios aún más graves en la balanza comercial. El déficit estructural de las demás rúbricas puede acentuar la tendencia a desequilibrios crónicos de la balanza de cuentas corrientes que, si no pueden ser financiados por ingreso de capitales, como actualmente (1999) ocurre, podrán obligar a adoptar políticas de control que se chocarán con fuertes objeciones norteamericanas.

La iniciativa de los Estados Unidos de situar bajo su hegemonía, mediante acuerdos en el cuadro de la Cumbre de Miami, a los países del hemisferio, siendo el proceso más avanzado el del ALCA, si no llevó a conflictos, antes, llevará por cierto a conflictos en el futuro. Las necesidades políticas y económicas de la sociedad brasileña, cuando llegue a una dimensión de más de 240 millones de habitantes, por el año 2025, se chocarán con ese marco jurídico, cuya característica central es reducir fuertemente los grados de libertad de conducir todo orden de políticas.

La continuidad del bienestar económico y de la seguridad política de los países altamente desarrollados depende de un esfuerzo permanente de investigación científica y tecnológica, en gran medida autónoma (pese a llamadas alianzas estratégicas), como ellos mismos no se cansan de reconocer y pregonar.

Este razonamiento se aplica con más razón a un país con las características de Brasil. Superar la idea, equivocada, de que el conocimiento científico y tecnológico se adquiere “libremente” en el mercado, y los esfuerzos para adquirir ese conocimiento, que debe ser autónomo, principalmente en la áreas más sofisticadas y de acceso restricto (y más lucrativas), representan un potencial de conflicto con quienes suministran los bienes producidos por esas tecnologías, en especial los Estados Unidos.

América del Sur es la circunstancia inevitable, histórica y geográfica, del Estado y de la sociedad brasileña.

Brasil es uno de los Estados con mayor número de vecinos, diez, con un litoral de los más extenso del mundo, y la asimetría territorial, demográfica y económica entre este país y sus vecinos es extraordinaria.

Hasta el momento, por diversas razones, las relaciones entre Brasil y sus vecinos fueron relativamente tenues, excepto con los países del Cono Sur, donde se desarrolla una iniciativa estratégica de integración económica a partir de un esquema de una unión aduanera y que actualmente enfrenta un triple reto: la profundización temática, su ampliación geográfica en América del Sur y su supervivencia ante el ALCA, como se vio en el capítulo anterior.

Con los demás vecinos, la distancia entre los respectivos centros dinámicos, la selva, la montaña y el desierto demográfico en las fronteras han sido obstáculos que tornaron escasas tanto las posibilidades de cooperación como las situaciones de conflicto.

En la medida en que la economía brasileña se articula con las de sus vecinos por vínculos de infraestructura, como ITAIPU, el gasoducto Brasil-Bolivia, y la interconexión eléctrica con Venezuela; en que las fronteras se vuelven más pobladas y aumenta el número de inmigrantes; en que crecen el comercio y las inversiones brasileñas en los países vecinos; en que se acentúan las disparidades sociales, las tensiones y los conflictos internos estimulados por las políticas neoliberales en ciertos países, como Colombia, las situaciones de cooperación y las de conflicto pueden convertirse en un reto cotidiano, sumamente delicado y complejo, para la política exterior brasileña, que tendrá que rebasar la retórica para lograr niveles mucho más profundos de cooperación política y económica.

África, en especial su cono sur –donde se encuentra la mayor economía del continente, los dos mayores Estados africanos de lengua portuguesa, además del Congo, con sus extraordinarias riquezas minerales-es hasta hoy en día un poco más que una hipótesis de frontera de política exterior. Urge elaborar un programa estratégico del Estado brasileño con recursos definidos, aunque inicialmente modestos, para construir vínculos políticos, militares, comerciales y tecnológicos. La ilusión de que las empresas brasileñas o extranjeras ubicadas en Brasil podrían, espontáneamente, construir esos vínculos, debe ser superada, pues las primeras no disponen en general de los recursos organizativos y financieros, al tiempo que las segundas, por motivos obvios, no lo harán, pues ya se encuentran en esas áreas o, si no se encuentran, se instalarán allí cuando crean conveniente, por medio de sus matrices.

Europa es uno de los desafíos más complejos y ambiguos para la política exterior brasileña.
Por una parte, los principales Estados europeos se articulan de una forma u otra con los Estados Unidos, en el ámbito de las estructuras hegemónicas de poder, cuando se trata de definir sus políticas con relación a la periferia del sistema internacional, inclusive con Brasil, como fue demostrado al final de la Ronda de Uruguay.
Por otra parte, las disputas veladas o abiertas, entre la Unión Europea y los Estados Unidos, en distintas instancias, abren oportunidades de cooperación entre Brasil y esos Estados, en especial en las áreas de ciencia y tecnología y de la lucha por la preservación de las identidades culturales nacionales contra la homogeneización cultural anglosajona.

En diversos momentos se intentaron, con distintos grados de éxito, operaciones para establecer una amplia cooperación entre Brasil y los Estados más importantes de Europa, o sea, Alemania, Francia e Italia, como la implantación de la industria automovilística y aeronáutica, el programa nuclear y el programa del avión de combate AMX.

Los actuales programas de cooperación científica y tecnológica pueden ser la base para construir programas más intensos, que abarquen desde la investigación hasta la construcción en áreas de especial complejidad y de gran importancia para el futuro desarrollo tecnológico; para ello, es necesario elaborar decisiones de Estado, o sea, definir programas estratégicos y altamente enfocados por parte de Brasil.

Asia presenta hoy día, ante la crisis que se abatió sobre los tigres, dragones y gansos asiáticos, una lección y oportunidad de gran interés para la política exterior brasileña. La lección fue haber revelado la fragilidad de las políticas de desarrollo excesivamente volcadas en el mercado externo, que habían sido elogiadas hasta el cansancio por los medios de comunicación y por la academia, y haber permitido una reflexión mayor sobre la importancia del mercado interno para países con la dimensión y el potencial de Brasil. La oportunidad es que aquellos países acumularon una experiencia y un conocimiento tecnológico que les permite construir programas de cooperación entre empresas brasileñas y de esos países naturalmente con el apoyo del Estado, en áreas de tecnología avanzada de gran interés para Brasil, como la tecnología de la información.

Fuera de la crisis, la India y China representan un desafío político para la diplomacia brasileña, como grandes Estados con interés en la multipolaridad del sistema internacional y en la lucha contra hegemonías que intentan impedir la plena realización del potencial de los Estados de la periferia.


Ejes temáticos:

La movilización disciplinada del ahorro externo demanda un esfuerzo especial de la diplomacia. Por un lado, se verifican dificultades crecientes de la balanza de pagos y, por lo tanto, hay necesidad de atraer inversiones que aumenten la capacidad productiva y las exportaciones, y, por otro, está en curso un esfuerzo político de las estructuras hegemónicas de definir, negociar e imponer normas jurídicas internacionales, como el Acuerdo Multilateral de Inversiones (MAI). Dichas normas limitarían cada vez más la posibilidad de que los países hospedantes establezcan condiciones y regulen las actividades de las inversiones de las mega empresas multinacionales.

Esta es una situación en que si Brasil no acepta esas normas, se crearían situaciones de conflicto con los Estados más poderosos que promueven su negociación, al tiempo que su aceptación provocaría graves perjuicios a la amplitud de ejecución de políticas de desarrollo.

Se vuelve necesario articular la cooperación con otros países que son, como Brasil, receptores de capital, en el sentido de tratar de asegurar la mayor libertad posible para disciplinar las inversiones extranjeras directas, en especial en lo que respecta al esfuerzo que deben hacer para aumentar los ingresos de divisas de los países hospedantes.

La posibilidad de articulación internacional para controlar la conducta de capitales (especulativos) de corto plazo parece remota, al tiempo que cada país, como alguno lo están haciendo, puede tratar de desarrollar políticas que reduzcan su dependencia de esos capitales predatorios.

La expansión de los organismos internacional y la normalización plantean a Brasil un desafío extraordinario, que se disimula por el culto al formalismo jurídico y por la posición, altamente equivocada, de que mejor tener una norma jurídica internacional de que no tener.

No se necesita pensar dos veces para concluir que es peor aceptar y legitimar una norma jurídica internacional asimétrica o falsamente “reciproca”, que cristaliza una relación de poder perjudicial a Brasil, que no aceptarla.

Hay que observar que las agencias internacionales están comprometidas con un proceso amplísimo de elaboración de normas, inducido y conducido por los Estados que se encuentran en el centro de las estructuras hegemónicas, para disciplinar las relaciones económicas y políticas internacionales, de tal forma que se consolide y perpetué el poder de dichas estructuras hegemónicas.

En el campo económico, esas agencias internacionales, sacando provecho de las crisis periódicas de los stocks excesivos de deuda externa provocan en las economías periféricas, pasaron a elaborar y a imponer normas de conducta que limitan la posibilidad de los Estados de formular y ejecutar políticas de promoción del desarrollo económico.

Asimismo, la concentración de poder político y militar que se verifica por la acción combinada para fortalecer el Consejo de Seguridad y para imponer acuerdos “desiguales” de armamentos, convencionales o no, hace del ingreso de Brasil en el consejo de Seguridad la cuestión central de la política exterior.

Este tema no tiene nada que ver con la participación en órganos económicos internacionales, como el G7, hoy G8, ni con la amistad con otros Estados: se trata, eso sí, como hemos visto en el capítulo anterior, de una oportunidad única, que surge de la conjunción de tres factores. La necesidad de incluir a Alemania y Japón en el consejo, el mecanismo jurídico de enmienda a la Carta y la no representación actual, en el Consejo, de la periferia y de América Latina.

Sin perjuicio de su amistad con vecinos o de la importancia de una mayor participación en los organismos económicos internacionales, Brasil debe aprovechar esa oportunidad que se presenta ahora y que no se repetirá.

El acceso a la tecnología de punta es crucial para el desarrollo brasileño y para su capacidad de acción política. Obviamente, los países líderes en investigación científica y tecnológica cuidan el sigilo de sus actividades y descubrimientos. Sin embargo, se abre una oportunidad de atraer mano de obra científica excedente en ciertos países, como Rusia, hacia nuestros centros de investigación y desarrollar sociedades como la que existe con China en el área espacial. Es evidente que sin un programa estratégico de Estado ninguna de las iniciativas puede prosperar.

Las cuestiones relativas al medio ambiente pueden encararse desde dos ángulos: primero, el uso adecuado, a largo plazo, de los recursos naturales; y segundo, la división internacional de los costos de preservación del medio ambiente. Desde el primer ángulo, es obvio que es interés de la sociedad brasileña, aunque no de todos su segmentos, preservar el medio ambiente nacional y las estrategias y programas de controlo de fenómenos ambientales transfronterizos, como la reducción de la capa de ozono. Desde el ángulo de la política internacional, es indispensable tener siempre presente que los países centrales son responsables casi exclusivos de riesgo principal al medio ambiente, o sea su stock de armas nucleares, sus centrales nucleares civiles y el depósito de desechos nucleares, y de lejos, por la mayor parcela de daños de todo orden al medio ambiente, como la emisión de gases tóxicos.

El desafío a enfrentar es evitar que esos países, por medio inclusive de la difusión de teorías equivocadas sobre el origen de los daños al medio ambiente, logren aprobar estrategias internacionales que incluyan metas y sistemas de distribución de encargos que penalicen a los países subdesarrollados, tornándolos responsables de una parcela mayor de los costos relativos a la preservación ambiental.

La cuestión de los derechos humanos tiene igualmente dos aspectos. El primero corresponde al interés de la sociedad brasileña, en especial sus mayorías, victimas de la concentración de poder y de las violaciones que preservan esa concentración, en que se adopten políticas energéticas de defensa y promoción de los derechos humanos lato sensu, o sea, económicos, políticos, sociales, desde sanciones a las violaciones específicas hasta el rechazo de políticas concentradoras de renta y riqueza.

El segundo aspecto es la manipulación, por parte de las estructuras hegemónicas, del tema de derechos humanos contra los Estados de la periferia, cuando les es conveniente, al mismo tiempo en que cometen actos de violación de derechos humanos de mayor gravedad como, según estudios de la Facultad de Salud Pública de Harvard, la muerte de 500 mil niños en Irak debido al embargo promovido por los Estados Unidos, por medio de la ONU.

El desafío para la política exterior brasileña es doble: demostrar los esfuerzos de defensa y respeto a los derechos humanos en Brasil y, segundo, denunciar la utilización selectiva de ese concepto como instrumento de política internacional por terceros países directa o indirectamente, por medio de organizaciones no gubernamentales que muchas veces cuentan con financiación oficial.

La construcción de la capacidad militar es un tema muy importante, pese a la opinión de quienes consideran que hemos ingresado en una era de paz, que Brasil es un país pacífico y que por esas dos circunstancias puede prescindir de fuerzas armadas. Como hemos visto las tendencias del sistema internacional, en especial la concentración de poder y la marginación de Estados y grupos sociales estructuras hegemónicas y de la superpotencia, hacen prever una era de conflictos de todo orden y del uso de la fuerza por las estructuras hegemónicas para controlar la periferia.

De ese modo, en este contexto internacional, el examen superficial de tres hipótesis “radicales” de evolución de la sociedad brasileña, revela la importancia de la capacidad militar en ese mundo inestable, violento e imprevisible, como han demostrado los acontecimientos de los últimos años.

La primera hipótesis “radical” supone que el capitalismo en Brasil se consolida, que la economía se integra, que los desequilibrios regionales y de renta se amenizan. Se verificaría, a partir de cierto momento, un proceso de acumulación de capital de tales dimensiones que Brasil se transformaría de país receptor en país exportador de capitales.

En ese caso, las inversiones y los intereses de las empresas brasileñas en diversos Estados, y los interines del Estado brasileño, empezando por vecindad geográfica, en algunas de las situaciones que fueron anteriormente señaladas, no serán necesariamente protegidas solo por buenas intenciones y hermosas palabras y, por cierto, al igual que la política exterior de Estados con intereses mundiales, la nuestra tendrá que incluir el aspecto militar.

La segunda hipótesis es la de que, debido a las graves desigualdades internas y vulnerabilidades externas, el proceso de desarrollo capitalista sería incapaz de integrar a la sociedad. La creciente marginación y la exclusión social de regiones y de grupos de la sociedad brasileña provocarían situaciones conflictivas de tal naturaleza, que podrán conducir eventualmente a modificar las estructuras políticas y al surgimiento de regímenes capaces de adoptar políticas fuertemente contrarias a los intereses de otros Estados. En ese caso, como en el anterior, la defensa de nuestra soberanía y autodeterminación exigirían la existencia de fuerzas armadas aguerridas, adiestradas y modernas.

La tercera hipótesis es la de que las dificultades en promover el desarrollo integrado, y en reducir las disparidades regionales y personales de riqueza, renta y poder agudicen las tensiones políticas, lleven a una situación de anomia y de serios conflictos sociales y regionales. La tentación de la intervención de terceros Estados, seriamente, por una u otra razón –ya se para proteger sus intereses, o para apoyar separatismos- sería grande. Para que el Estado y la sociedad brasileña puedan defenderse de esas hipótesis, hoy día remotas, pero que pueden convertirse en posibilidades cada vez más concretas, la organización de fuerzas armadas democráticas, adiestradas, equipadas y eficientes, es esencial, incluso para desestimular veleidades de intervención extranjera.

La lucha por la construcción de un mundo multipolar deber prevalecer en la estrategia para reducir la vulnerabilidad externa de cualquier gran Estado periférico, inclusive Brasil. La lucha por la multipolaridad amplia para Brasil el espectro de posibilidades de construir alianzas especificas, con el propósito de reducir los efectos de la concentración de poder que aumenta cotidianamente el abismo entre Estados y sociedades y augura un futuro de violencia para preservar privilegios provenientes de esa concentración.

Mientras las estructuras hegemónicas y la periferia, espera y aguarda que la sociedad brasileña se convenza de que solo nuestro esfuerzo, nuestra autoestima y nuestra confianza podrán construir una política de desarrollo soberna y eficaz, por no estar subordinada a los intereses y a los objetivos de las estructuras hegemónicas.

Solamente así se aumentará la probabilidad de lograr el gran objetivo estratégico de “escapar de la periferia”, esencial para que la sociedad brasileña pueda usufructuar de los beneficios de un progreso económico sostenido, de una justicia social creciente y del ejercicio de la democracia real.


II
Extractos de “Los Desafíos de una Nueva Inserción Externa del Paraguay”,  Fernando Masi

Nuevo orden mundial

Un nuevo orden mundial se encuentra en ciernes y su consolidación se espera en las próximas décadas. La reconfiguración del sistema económico y político mundial se presenta a partir de los siguientes hechos: la emergencia de poderes intermedios frente a los países desarrollados, la construcción de un nuevo motor del dinamismo económico mundial en el Asia, el surgimiento de nuevas tendencias como el envejecimiento de la población y el fin de la era de las materias primas baratas a nivel internacional.

En este contexto, el Paraguay debe optar por una estrategia de integración al mundo, antes que el cambio mismo imponga la forma en que el país se integrará. Sin embargo, esta necesidad de fijar una estrategia de inserción externa de largo plazo despierta unas serie de inquietudes, las cuales precisan ser contestadas asertivamente si se desea alcanzar exitosamente una integración beneficiosa. Algunas de estas son: ¿Cuál es el rol del Estado en la inserción internacional de un país que ha dejado este espacio a intereses privados de carácter muy atomizado y a las fuerzas internacionales? ¿Cómo será la estrategia de inserción del país y cuáles serán las bases de sustentación de este modelo económico/político? ¿Cómo se construirán las alianzas público-privadas para aprovechar la nueva situación y apostar a una inserción que permita el desarrollo económico del país, en base a la mejora de su estructura productiva, sus capacidades y sus conocimientos?


El nuevo contexto mundial

Para una inserción económica diferente y competitiva del Paraguay en la región y en el mundo, se deben considerar, además de los cambios estructurales que ha sufrido el país a partir de la instauración del proceso democrático, los cambios en el sistema económico y político mundial en los últimos diez años. Estos están mostrando una desaceleración en los países desarrollados que han dominado la economía mundial en gran parte de los últimos 200 años (Estados Unidos, Europa Occidental y Japón), con la emergencia de una serie de potencias intermedias, que poseen una gran extensión de tierras, gran cantidad de población, y cuyas economías, en los últimos años, han crecido fuertemente, así como su influencia política y sus ambiciones a nivel global (Brasil, Rusia, India, Irán*, China, Sudáfrica – BRIICS). Por otra parte, otros países del mundo en desarrollo crecen también considerablemente, integrándose al fragmentado sistema global y fortaleciendo sus posiciones en el plano internacional: es el caso de los llamados “tigres” del Sudeste Asiático. En el caso sudamericano, ejemplos notables de esta dinámica son México, Chile, Perú y Colombia.
* Es agregado mío por las relaciones que tienen estos países con Irán.

El nuevo mundo

El nuevo milenio ha hecho visibles cambios importantes en el eje de las relaciones entre países y la forma en que se realizan las transacciones comerciales y las inversiones mundiales.

En primer lugar, la fragmentación de la producción, resultado de los cambios geopolíticos, económicos y tecnológicos en los últimos años, dio lugar a la modularización de las actividades productivas. Esto permitió el surgimiento de una nueva división del trabajo a nivel internacional, y la aparición de nuevas oportunidades económicas para los países en desarrollo (Berger, 2006). Así, la lógica del comercio mundial se transformó: las grandes empresas transnacionales se han convertido en distribuidores de la producción de bienes y, subsecuentemente, de los beneficios económicos en importantes partes del globo terráqueo. Este fenómeno ha permitido la creación de cadenas globales y regionales de valor, las cuales dominan las relaciones entre las empresas que forman parte del tejido productivo mundial (Dunning y Lundan, 2008; Gereffi, Humphrey y Sturgeon, 2005).

Este tipo de nueva estructura permite la posibilidad de generar comercio intraindustrial en regiones donde el mismo era prácticamente inexistente 30 años atrás, siendo los ejemplos más notables China y el Sudeste Asiático (Fukao, Ishido e Ito, 2003; Haddad, 2007). Por otra parte, la mejora de las telecomunicaciones dio lugar al outsourcing de servicios al exterior, un proceso que es recurrente en países como la India y, en los últimos tiempos, Tailandia (Jain, 2006).

En segundo lugar, en los últimos años se ha visto una nueva situación en torno a los precios de los productos básicos a nivel mundial. Durante la última década estos precios han aumentado significativamente; lo que puede observarse en el crecimiento del índice de precios de commodities primarios realizado por el FMI. Esto ha causado importantes modificaciones en la estructura del comercio de los países exportadores de este tipo de bienes, y ha puesto fuerte presión en aquellos importadores netos.

En tercer lugar, la cada vez mayor competencia mundial para el crecimiento de la productividad y de la competitividad en base a innovaciones tecnológicas impone a los países la necesidad de la mejora de su infraestructura (Brooks, 2009; Fujimora, 2004) y la capacitación de sus recursos humanos (Arce y Servín, 2011). Países que anteriormente se encontraban en posiciones periféricas en la economía mundial comienzan a ser integrados en base a los intereses específicos de otros países o empresas multinacionales: este es el caso de la integración del África en nuevas cadenas globales de valor (Gibbon y Ponte, 2005).

Estas nuevas condiciones mundiales marcan un nuevo momento para los países de América del Sur, que comienzan a recomponer su rol de exportadores en el contexto mundial y a tener una oportunidad para cambiar su tipo de inserción económica internacional actual, a partir del crecimiento económico de la última década.


La nueva región

En este sentido, Sudamérica recupera su rol de proveedor de materias primas a las nuevas regiones manufactureras, ya sea tanto vía commodities minerales como vía commodities agrícolas. El marcado repunte económico de los últimos años está fundado en la exportación de estos productos básicos, que ha permitido la mejora en las condiciones de vida de aquellos países intensivos en recursos naturales.

Sin embargo, dentro de la misma región esto ocurre de forma diferenciada. Las estrategias de los países de integración al mundo difieren fuertemente. En los últimos años existe una creciente división del territorio sudamericano en dos grandes ejes, el Atlántico (Argentina, Brasil, Uruguay, Venezuela, Bolivia) y el Pacífico (Chile, Perú, Ecuador, Colombia). Mientras que en el primer caso los países tienen una tendencia a la unificación de intereses, liderada por Brasil, hacia un desarrollo endógeno; los países del Pacífico, de economías más pequeñas, buscan el acercamiento mayor a las economías de alto crecimiento del Asia, y una mayor apertura del comercio a nivel global. Estas posturas se ven reflejadas en las decisiones internas de los países: mientras los gobiernos del Pacifico son más proclives a los intercambios comerciales y desarrollan una estructura productiva con incipientes progresos en diversificación, pero aún basada en exportación de commodities minerales: los países del Atlántico se muestran más retice4ntes al comer4cio internacional y más proclives al desarrollo de sectores industriales para la explotación del mercado interno de estos países, con la esperanza de una mayor explotación del vasto mercado brasileño.

Por otra parte, la exportación de commodities está teniendo un efecto no buscado, que es la resta de competitividad a los productos vía aumento del precio de moneda local (Enfermedad Holandesa), obstaculizando la diversificación de la canasta exportable. Esto, sumando al preponderante rol de China y los países del Este Asiático en la producción de manufacturas a nivel mundial, pone en riesgo la capacidad de diversificación de las economías y pone en duda la sustentabilidad de las estrategias de crecimiento basadas en la exportación de productos con bajo valor agregado. La necesidad de establecer estrategias para el desarrollo productivo y la inserción exitosa al mercado mundial es una meta compartida por todos los países de la región.


Recomendaciones

El Paraguay puede aprovechar los cambios a nivel regional y mundial si apuesta a un nuevo tipo de integración con el mundo. La mediterraneidad del país, sin alternativas viables de salida al mar en más de mil kilómetros, puede se paliada con una buena red de vasos comunicantes, desarrollados con una nueva infraestructura vial y la mejora del existente. También se debe tener en cuenta que la posición geográfica del Paraguay entrega ciertos beneficios de localización (dada su equidistancia con varios polos productivos de Sudamérica) poco explotados debido a la falta de estos vasos comunicantes. El impulso a los programas de infraestructura referidos al la mejora de la calidad de navegación de la Hidrovía Paraguay – Paraná debería ser fuertemente apoyado por Paraguay, el que debería buscar aliados en Bolivia, Argentina y Uruguay para la reactivación de los programas.

Un  proceso de mayor industrialización del país es necesario para asegurar, no solamente la mayor diversificación de los mercados de exportación del Paraguay que hoy se encuentran muy concentrados en cuatro o cinco de ellos. La prioridad la deben tener aquellos sectores con sectores con ventajas comparativas reveladas (agro – industriales y con los cuales existen facilidades para la cre4ación de cadenas productivas con los países vecinos u otros de la región que ayuden a proyectar la oferta exportable del Paraguay a los mercados regionales e internacionales. Sin embargo, no deben descartarse otros sectores que pueden ser muy atractivos para la inversión externa directa y que puedan aprovechar ventajas existentes en el país para hacer frente a demandas crecientes en los mercados. Estas industrias de tecnología media y alta pueden tener un impacto importante en la economía, principalmente a través de la creación de encadenamientos productivos, transferencia de tecnología y calificación de la mano de obra nacional.

Finalmente, el proceso diversificación productivo y mayor industrialización para el aumento de la oferta exportable y una atracción importante de la Inversión Extranjera Directa en el Paraguay, debe estar acompañado de una política energética orientada a la producción y no exclusivamente a la venta del mayor recurso energético con que cuenta el Paraguay, la hidroelectricidad, a los países vecinos. Justamente, la postergación y retraso posterior de desarrollo industrial del Paraguay se ha debido, en una parte importante, a la existencia, por décadas, de una política de alentar el comercio con los países vecinos en base a la reexportación para la obtención de beneficios económicos de corto plazo derivados de la intermediación comercial.

Los obstáculos pueden ser superados a partir de una acción estatal coherente, consistente y basada en una estrategia de largo plazo, que se apoye en (y a su vez promueva) las nuevas iniciativas surgidas en torno a la integración sudamericana.

La actual agenda sudamericana para los próximos años hace hincapié en la necesidad de mejorar las conexiones entre los países del subcontinente. Repetidas hipótesis de conflicto entre los países de Sudamérica han obstaculizado en las décadas pasadas acuerdos de esta naturaleza, razón por la cual los canales para la circulación de bienes y la exportación entre los países de Sudamérica son escasos, incluso luego de varios años de proyectos de integración comercial. La aceleración de la aplicación de esta agenda es un interés prioritario del Paraguay, que sería uno de los más beneficiados por la apertura de nuevas vías de comunicación entre los países del subcontinente.

Por otra parte, es necesario que el Paraguay insista en la remoción de las asimetrías regulatorias impuestas por los socios mayores del MERCOSUR. A pesar de contar en  compensaciones futuras por eliminación del doble cobro de aranceles de importación, con la facilidad de los fondos estructurales para las economías pequeñas a través del FOCEM, y con las nuevas compensaciones derivadas del acuerdo de renegociación de ITAIPU, los beneficios derivados de estas iniciativas pueden reducirse o anularse completamente si las economías más grandes continúan con prácticas y políticas distorsivas de mercado. Estas prácticas se traducen en un aumento de las restricciones de acceso a los mercados de la economías mayores, en el uso discrecional de incentivos fiscales, crediticios y similares que distorsionan la compete4ncia en el mercado regional, inhiben la inversión externa directa en el país (desviada hacia otros Estados socios) y atrasan el desarrollo de un polo productivo exportador en Paraguay.

Las compensaciones derivadas del FOCEM y del acuerdo por la eliminación del doble cobro del Arancel Externo Común (AEC) deberán estar orientadas, mayormente, al mejoramiento de las conexiones viales y de la hidrovía con el resto de los países de MERCOSUR, reduciendo de esa forma los costos extra de transporte y de logística comercial en los que el Paraguay incurre como país mediterráneo.

No obstante, las mejoras en la circulación de bienes a nivel regional y la ampliación de los canales de distribución de los productos exportables deben ir acompañados de un cambio den la calidad, cantidad y forma de distribución de la oferta exportable paraguaya. Más acuciantes aún son las transformaciones necesarias para solventar las deficiencias del país en recursos humanos y tecnológicos, así como la falta de una estrategia de desarrollo productivo y la ausencia de fomento de la innovación, instrumentos fundamentales para incrementar la competitividad del país.

La capacitación es muy importante para el desarrollo del Paraguay y son las empresas más competitivas del país las que tienen mayor conciencia de esta importancia. Las empresas nacionales competitivas, en gran medida, se apoyan en procesos internos de capacitación. De esta manera, basan su expansión en recursos propios, o (en raras ocasiones) en acuerdos con empresas extranjeras. Dado este desarrollo puramente autónomo, tienen, al menos, actitudes escépticas sobre la capacidad real de Estado paraguayo para ayudarlas en su proceso de crecimiento. El acercamiento, por lo tanto, debe ser gradual y con objetivos claros de corto, mediano y largo plazo previamente fijados, de forma tal que se mantenga el interés en los proyectos.

Una de las necesidades más fuertes del Estado paraguayo es establecer las correctas alianzas público-privadas necesarias para encaminar al país en la senda del desarrollo económico sustentable. Las alianzas público-privadas deben ser bien escogidas, con la finalidad de integrar a las empresas en la estrategia de desarrollo del país sin que esto implique la captura de entes estatales por parte del sector privado. La identificación de aquellos actores privados competitivos, emprendedores y capacidad de generar sinergias con el sector público es un punto de gran importancia. El desarrollo de nuevos nichos de mercado y la confección de nuevas alianzas con empresas privadas emergentes es una necesidad para avanzar en una nueva agenda de desarrollo. En este aspecto, es clave que las instancias públicas que trabajan en la mejora de la competitividad, el aumento de las exportaciones y la atracción de inversiones sean dotadas de funciones y de un programa que les permita actuar como principal espacio institucional articulador de los intereses  del sector privado.

Asimismo, la entrega de recurso a pequeños y medianos emprendedores para la apertura de nuevas unidades de negocio en nichos de mercado no tradicionales, y el apoyo a los mismos para su internacionalización a través de cadenas regionales y globales de valor, son un componente que debe ser tenido en cuenta para futuros planes público-privados de inserción externa.

Cabe destacar la necesidad de un andamiaje institucional preparado para afrontar los desafíos externos y atender las demandas internas. En este sentido, el Estado paraguayo ha adolecido de deficiencias históricas para convertirse en el eje del desarrollo del país. Tales deficiencias se trasladan directamente al plano de la política externa. Las deficiencias del sector público en estos menesteres, no obstante, son la contracara de un sector privado de poca envergadura e históricamente concentrado en operaciones poco beneficiosas para el desarrollo productivo del país.

Sin embargo, cabe hacer referencia a la necesidad de una reformulación global de la política externa del Paraguay, adecuándola a las necesidades del país y dotándola de un cuerpo diplomático capaz de poder llevar adelante los objetivos de desarrollo para un país pequeño, mediterráneo, pero con gran potencial en el nuevo contexto mundial. El paraguay precisa fijar un rumbo en sus relaciones con el mundo que esté en consonancia con la búsqueda de un mayor desarrollo nacional. Estas premisas forman un primer acercamiento a la problemática actual, que deber ser continuado y profundizado en los años venideros.
 

III

  Marco teórico para entender la dinámica del desarrollismo en las obras de Samuel Pinheiro Guimarães y Fernando Masi (Juan Carlos Duré Bañuelos)

Dependencia

Relación de subordinación de naciones independientes, por medio de las relaciones de producción convirtiéndose en naciones dependientes que aseguran la reproducción del enriquecimiento en los países desarrollados y subdesarrollo en los países de la periferia.


Estado Hegemónico

Es aquel que, en función de su extraordinaria superioridad de poder económico, político y militar con relación a los demás Estados, dispone de condiciones para organizar el sistema internacional, en sus diversos aspectos, de tal forma que sus propios intereses, de todo orden, sean asegurados y mantenidos, si necesario por la fuerza, sin que alguna potencia o coalición de potencias pueda impedirlo de actuar.

Estados Unidos es identificado por muchos autores, vinculados y no vinculados con el desarrollismo, como un país hegemónico a partir del final de la segunda guerra mundial, para luego ir cediendo paulatinamente esa hegemonía con el objeto de lograr una formación estructural hegemónica más amplia que le dé mayor dinamismo, sustentabilidad, seguridad y legitimidad a los intereses de actores públicos y privados comunes de determinados Estados nacionales que vendrían a ser los más influyentes en el concierto internacional.

Estructuras Hegemónicas

Complejos mecanismos de influencia que incluye vínculos de interés y de derecho, organizaciones internacionales, múltiples actores públicos y privados, la posibilidad de incorporación de nuevos participantes y la elaboración permanente de normas de conducta, pero en el núcleo de esas estructuras están siempre los Estados nacionales.

Los Estados identificados por los dos autores como miembros más predominantes de la Estructura Hegemónica son: Estados Unidos, Unión Europea, Japón y a estos se les puede sumar a Israel (EUJI).

Grandes países periféricos

Aquellos países en vías de desarrollo, de gran población y gran territorio, no inhóspito, razonablemente capaz de explotación económica y donde se formaron estructuras industriales y mercados internos significativos.

Los grandes estados periféricos orientados a una formación política multipolar en el nuevo escenario internacional son: Brasil, Rusia, India, Irán, China, Sudáfrica (BRIICS).

Medianos y pequeños países periféricos

Los países medios, muy especialmente los pequeños Estados de la periferia, aunque sean capaces de acumular capital, desarrollar tecnología y lograr altos niveles de bienestar, tendrán, debido a las limitaciones de su población y territorio, que desarrollar grados más elevados de especialización productiva y que depender en mayor medida de insumos y de bienes finales del mercado mundial y colocar en el mismo una parcela mayor de su producción. Por ese motivo, los países medios, y más aún los pequeños, mini y micro Estados, estarán más sujetos a choques, naturales o artificiales, y a presiones externas, tanto políticas como económicas. Son más vulnerables y dependientes de las estructuras hegemónicas de poder y más sujetos a los efectos de la evolución de los grandes fenómenos que caracterizan el escenario internacional.


Desarrollismo

El desarrollismo es una teoría económica referida al desarrollo, y que sostiene que el deterioro de los términos de intercambio en el comercio internacional, con un esquema centro industrial - periferia agrícola, reproduce el subdesarrollo y amplía la brecha entre países desarrollados y países subdesarrollados.
Como consecuencia de ese diagnóstico, el desarrollismo sostiene que los países no desarrollados deberían tener Estados activos, con políticas económicas que impulsen la industrialización; la generación de riquezas; aprovechamiento de los recursos y la formación, inserción y estimulo de las fuerzas productivas con el objetivo de alcanzar una situación de autonomía para lograr el desarrollo.

Esta perspectiva, de los primeros años de la CEPAL, debe ser complementada con el nuevo escenario internacional que se da después del derrumbe de la URSS y con las nuevas y distintas estrategias de países de los Centros Hegemónicos de Poder y los países que se encuentran en la periferia.

Con ese objeto presentamos estos dos trabajos: 1. de Samuel Pinheiro Guimarães, Cinco siglos de periferia, que trabaja la dinámica de la relación centro – periferia desde la perspectiva de uno de los grandes países periféricos (Brasil); 2. de Fernando Masi, Los Desafíos de una Nueva Inserción Externa del Paraguay, que trabaja la dinámica de la relación centro – periferia desde la perspectiva de un país pequeño (Paraguay) de la periferia.

Estrategia desde el Desarrollismo para los grandes países periféricos (Samuel Pinheiro Guimarães)

Samuel Pinheiro Guimarães describe la dinámica internacional desde la perspectiva de la relación centro – periferia y los intereses de un gran país periférico (Brasil) analizando estos temas*:

1.      El estado hegemónico
2.      Las estructuras hegemónicas
3.      Los estados periféricos: sus contrastes y semejanzas
4.      Los objetivos de los grandes estados periféricos
5.      Los desafíos de los grandes estados periféricos
5.1.Ejes geográficos
5.2.Ejes temáticos
*Solo mencionamos los que se encuentran en nuestro Resumen.

En su trabajo no propone un modelo alternativo a la dinámica centro – periferia, ni un rompimiento con el mismo; sino que analiza a las estructuras hegemónicas y propone un desarrollo que incorporé o supere en su dinámica a los estados que actualmente ejercen influencias predominantes en la actual estructura hegemónica mundial.


Estrategia desde el Desarrollismo para los medianos y pequeños países periféricos (Fernando Masi)

Fernando Masi desarrolla su trabajo basándose en la nueva dinámica de las relaciones exteriores e identifica las estrategias, por una parte, de los países con mayor influencia en las estructuras de poder y por otra la emergencia de una serie de potencias intermedias, que poseen una gran extensión de tierras, gran cantidad de población, y cuyas economías, en los últimos años, han crecido fuertemente, así como su influencia política y sus ambiciones a nivel global (Brasil, Rusia, India, Irán*, China y Sudáfrica – BRIICS), también identifica las estrategias de otros países que, según Fernando Masi, van integrándose al fragmentado sistema global y fortaleciendo sus posiciones en el plano internacional: es el caso de los “tigres asiáticos” y en Sudamérica: México, Chile, Perú y Colombia.
* Es agregado mío por las relaciones que tienen este grupo de países con Irán.

En este contexto identifica al Paraguay como un país pequeño sin una hoja de ruta mínima ante los acontecimientos mundiales, regionales y compara esta situación con las estrategias de algunos medianos y pequeños países.

En ese sentido, realiza una serie de recomendaciones:

1. Aprovechar los cambios a nivel regional y mundial
2. Paliar nuestra mediterraneidad con una buena red de vasos comunicantes orientando, para ello, las compensaciones derivadas del FOCEM y del acuerdo por la eliminación del doble cobro del Arancel Externo Común (AEC)
3. Aprovechar nuestra posición geográfica
4. Un proceso de mayor industrialización y diversificación
5. Acción estatal coherente, consistente y basada en una estrategia a largo plazo
6. Aprovechar que la actual agenda sudamericana para los próximos año hace hincapié en la necesidad de mejorar las conexiones entre los países del subcontinente
7. Insistir en la remoción de asimetrías regulatorias en el 
     MERCOSUR
8. Capacitación para el desarrollo
9. Establecer correctas alianzas público – privadas necesarias para encaminar al país en la senda del desarrollo económico sustentable
10. Un andamiaje institucional preparado para afrontar los desafíos externos y atender las demandas internas
11.  Reformulación global de la política externa del Paraguay


También podemos notar, en el trabajo de Fernando Masi, un reconocimiento a la relación centro – periferia y a las estrategias que realizan los países con mayor influencia en las estructuras hegemónicas, los grandes países periféricos y algunos países medianos y pequeños.

Fernando Masi, en su trabajo, tampoco propone un rompimiento, una alternativa o una discontinuidad a este modelo de relaciones a nivel mundial y regional; sino que sus recomendaciones se centran en el mejor aprovechamiento, dentro de esta dinámica, de las potencialidades que no están siendo  explotadas, estimuladas ni tenidas en cuenta para un mayor desarrollo e inserción en este contexto regional y mundial.

IV
Mapa de las estructuras de poder *


PROYECTO DE UNION DE LOS GRANDES PAISES PERIFERICOS EMERGENTES
                            


BRASIL:
Población: 205.716.890 (Julio 2012 est.)
PIB: 2,477 $ billones 2011

RUSIA:
Población: 138.082.178 (Julio 2011 est.)
PIB: 1,858$ billones 2011

INDIA:
Población 1.210.193.422(2011)
PIB: 1,848$ billones 2011

IRAN:
Población 78.868.711 (Julio 2011 est.)
PIB: 331,0$ mil milliones 2009


CHINA:
Población: 1.343.239.923 (Julio 2011 est.)
PIB: 7,298$ billones 2011

SUDAFRICA:
Población: 48.810.427 (Julio 2012 est.)
PIB: 408,2$ mil milliones 2011

TOTAL
Población: 3.024.911.551
PIB: 14,22 billones






PAISES QUE PREDOMINAN EN LAS ESTRUCTURAS HEGEMONICAS

ESTADOS UNIDOS:
Población: 313.847.465 (Julio 2011 est.)
PIB: 15,09$ billones 2011

UNION EUROPEA:
Población: 503.824.373 (Julio 2010 est.)
PIB: $15,39 billones (2011 est.)

JAPON:
Población: 127.368.088 (Julio 2011 est.)
PIB: $4,389 billones (2011 est.)

ISRAEL:
Población: 7.590.758 (Julio 2012 est.)
PIB: $235,1 miles de millones (2011 est.)

TOTAL
Población: 952.630.684
PIB: $35,1 billones


CABE DESTACAR QUE CADA UNO DE LOS DOS BLOQUES PARTICIPA EN LOS ORGANISMOS INTERNACIONALES CON POSICIONES CASI SIEMPRE CONCERTADAS EN PUNTOS ESTRATEGICOS  Y AMBOS POSEEN UNA GRAN INFLUENCIA DENTRO DE ELLOS.

*Datos extraídos de:








Bibliografía consultada

Cinco siglos de periferia, Samuel Pinheiro Guimarães.

El reto del futuro (Asumiendo el legado del bicentenario), Diego Abente Brun y Dionisio Borda, Editores.

Entrevista sobre el siglo XXI, Eric J. Hobsbawm.

www.bancomundial.org

www.indexmundi.com

www.cia.gov/index.html

Pensamiento social del siglo XX, Ruy Marini y theotonio Dos Santos, Coordinadores, Francisco López Segrera, Editor, UNESCO, Caracas.


Notas de clases del prof. Javier Numan Caballero Merlo.