miércoles, 3 de octubre de 2012

Resumen sobre el inicio de la Revolución Industrial en Inglaterra (“La era de la Revolución 1789 – 1848”, de Eric J. Hobsbawm ,09.06.1917 – 01.10.2012, Q.E.P.D.)


Eric Hobsbawm on his 94th birthday, at the Hay Festival in 2011. Photo: Gaby Wood

Introducción

Las primeras manifestaciones de la Revolución Industrial ocurrieron en una situación histórica especial, en la que el crecimiento económico surgía de las decisiones entrecruzadas de innumerables empresarios privados e inversores, regidos por el principal imperativo de la época: comprar en el mercado más barato para vender en el más caro. ¿Como iban a imaginar que obtendrían el máximo benéfico de una Revolución Industrial organizada en vez de unas actividades mercantiles familiares, más provechosas en el pasado? ¿Como iban a saber lo que nadie sabía todavía, es decir, que la Revolución Industrial produciría una aceleración sin igual en la expansión de sus mercados? Dado que ya se habían puesto los principales cimientos sociales de una sociedad industrial - como había ocurrido en la Inglaterra de finales del siglo XVIII -, se requerían dos cosas: primero, una industria que ya ofrecía excepcionales retribuciones para el fabricante que pudiera aumentar rápidamente su producción total, si era menester, con innovaciones razonablemente baratas y sencillas, y segundo, un mercado mundial ampliamente monopolizado por la producción de una sola nación.

Estas consideraciones son aplicables en cierto modo a todos los países en el período 1789 - 1848. Por ejemplo, en todos ellos se pusieron a la cabeza del crecimiento industrial los fabricantes de mercancías de consumo de masas -principal, aunque no exclusivamente, textiles-, porque ya existía el gran mercado para tales mercancías y los negociantes pudieron ver con claridad sus posibilidades de expansión. No obstante, en otros aspectos sólo pueden aplicarse a Inglaterra, pues los primitivos industrializadores se enfrentaron con los problemas más difíciles. Una vez que Gran Bretaña empezó a industrializarse, otros países empezaron a disfrutar de los beneficios de la rápida expansión económica estimulada por la vanguardia de la Revolución Industrial. Además, el éxito británico demostró lo que podía conseguirse: la técnica británica se podía imitar, e importarse la habilidad y los capitales ingleses. La industria textil sajona, incapaz de hacer sus propios inventos, copió los de los ingleses, a veces bajo la supervisión de mecánicos británicos; algunos ingleses aficionados al continente, como los Cockerill, se establecieron en Bélgica y en algunos puntos de Alemania. Entre 1789 y 1848, Europa y América se vieron inundadas de expertos, máquinas de vapor, maquinaria algodonera e inversiones de capital, todo ello británico.

Gran Bretaña no disfrutaba de tales ventajas. Por otra parte, tenía una economía lo bastante fuerte y un Estado lo bastante agresivo para apoderarse de los mercados de sus competidores. En efecto, las guerras de 1793-1815, última y decisiva fase del duelo librado durante un siglo por Francia e Inglaterra, eliminaron virtualmente a todos los rivales en el mundo extra europeo, con la excepción de los jóvenes Estados Unidos. Además, Gran Bretaña poseía una industria admirablemente equipada para acaudillar la Revolución Industrial en al circunstancias capitalistas, y una coyuntura económica que se lo permitía: la industria algodonera y la expansión colonial.

Algodón

1. La industria británica, como todas las demás industrias algodoneras, tuvo su origen como un subproducto del comercio ultramarino, que producía su material crudo (o más bien uno de sus materiales crudos, pues el producto original era el fustán, mezcla de algodón y lino), y los artículos  de algodón indio o indianas, que ganaron los mercados, de los que los fabricantes europeos intentarían apoderarse con sus imitaciones. En un principio no tuvieron éxito, aunque fueran más capaces de reproducir a precios de competencia las mercancías más toscas y baratas que las finas y costosas. Sin embargo, por fortuna, los antiguos y poderosos magnates del comercio de lanas conseguían periódicamente la prohibición de importar los calicoes o indianas (que el interés puramente mercantil de la East India Company –Compañía de las Indias Orientales- trataba de exportar desde la India en la mayor cantidad posible), dando así oportunidades a los sucedáneos que producía la industria autóctona del algodón. Más baratos que la lana, el algodón y las mezclas de algodón no tardaron en obtener en Inglaterra un mercado modesto, pero beneficioso. Pero sus mayores posibilidades para una rápida expansión estaban en ultramar.


2. El comercio colonial había creado la industria del algodón y continuaba nutriéndola. En el siglo XVIII se desarrolló en el hinterland de los mayores puertos coloniales, como Bristol, Glasgow y especialmente Liverpool, el gran centro de comercio de esclavos. Cada fase de este inhumano pero rápidamente próspero tráfico, parecía estimular aquélla. De hecho, durante todo este período (1789 – 1848) la esclavitud y el algodón marcharon juntos.

3. Triunfo del mercado exterior sobre el interior: En 1814 Inglaterra exportaba cuatro yardas de tela de algodón por cada tres consumidas en ella y esta diferencia, entre mercado interno y exportación, fue en aumento con el correr de los años.

4. La demanda derivada del algodón –en cuanto a la construcción y demás actividades en las nuevas zonas industriales, en cuanto a máquinas, adelantos químicos, alumbrado industrial, buques, etc. – contribuyó en gran parte al progreso económico de Gran Bretaña hasta 1830.

5. Primera crisis del capitalismo: A partir de 1815 se produce una reducción del margen de ganancias en la producción de algodón.

6. Búsqueda de reducción de costos en la producción y de compresión de los mismos, especialmente a través de una reducción directa de jornales, por la sustitución de los caros obreros expertos por mecánicos más baratos, y por la competencia de la máquina.

Industria básica de bienes de producción (Hierro y acero)

1. Surge la siguiente fase del desarrollo industrial: La construcción de una industria básica de bienes de producción, especialmente para abaratar los costos de prodcucción.

2. Las condiciones de la empresa privada, la inversión –sumamente costosa- de capital necesario para el desarrollo de la industria de bienes de producción no puede hacerse fácilmente, por las mismas razones que la industrialización del algodón o de otras mercancías de mayor consumo. Para estas últimas, siempre existe –aunque sea en potencia- un mercado masivo: incluso los hombres más modestos llevan camisa, usan ropa de casa y muebles, y comen. El problema es, sencillamente, cómo encontrar con rapidez buenos y vastos mercados al alcance de los fabricantes. Pero semejantes mercados no existen, por ejemplo, para la industria pesada del hierro y acero (como bienes de producción), pues sólo empiezan a existir en el transcurso de una Revolución Industrial.

El carbón


1. El crecimiento de las ciudades (y especialmente el de Londres) había hecho que la explotación de las minas de carbón se extendiera rápidamente desde el siglo XVI. A principios del siglo XVIII, era sustancialmente una primitiva industria moderna, empleando incluso las más antiguas máquinas de vapor (inventadas para fines similares en al minería de metales no ferrosos, principalmente en Cornualles) para sondeos y extracciones. De aquí que la industria carbonífera apenas necesitara o experimentara una gran revolución técnica en el período (1789 -1848). Sus  innovaciones fueron más bien mejoras que verdaderas transformaciones en la producción. Pero su capacidad era ya inmensa y, a escala mundial, astronómica. En 1800, Gran Bretaña produjo unos diez millones de toneladas de carbón, casi el 90 pro 100 de la producción mundial.

2. Esta inmensa industria, aunque probablemente no lo bastante desarrollada para una verdadera industrialización masiva a moderna escala, era lo suficientemente amplia para estimular a la invención básica que iba a transformar a las principales industrias de mercancías: el ferrocarril.

El ferrocarril

1. El tranvía o ferrocarril por el que corrieran las vagonetas era una respuesta evidente. Impulsar esas vagonetas por máquinas fijas era tentador; impulsarlas por máquinas móviles no parecía demasiado impracticable. Por otra parte, el coste de los transportes por tierra de mercancías voluminosas era tan alto, que resultaba facilísimo convencer a los propietarios de minas carboníferas en el interior de que la utilización de esos rápidos medios de transporte sería enormemente ventajosa para ellos. La línea férrea desde la zona minera interior de Durham hasta la costa (Stockton-Darlington, 1825) fue la primera de los modernos ferrocarriles. Técnicamente, el ferrocarril es el hijo de la mina, y especialmente de las minas de carbón del norte de Inglaterra.

2. La locomotora lanzando al viento sus penachos de humo a través de países y continentes, los terraplenes y túneles, los puentes y estaciones, formaban un colosal conjunto, al lado del cual las pirámides, los acueductos romanos e incluso la Gran Muralla de la china resultaban pálidos y provincianos. El ferrocarril constituía el gran triunfo del hombre por medio de la técnica.

3. Desde el punto de vista del que estudia el desarrollo económico, el inmenso apetito de los ferrocarriles, apetito de hierro y acero, de carbón y maquinaria pesada, de trabajo e inversiones de capital, fue más importante en esta etapa. Aquella enorme demanda era necesaria para que las grandes industrias se transformaran tan profundamente como lo había hecho la del algodón. En las dos primeras décadas del ferrocarril (1830 – 1850), la producción de hierro en Gran Bretaña ascendió de 680.000 a 2.250.000 toneladas, es decir, se triplicó. También se triplicó en aquellos veinte años –de 15 a 49 millones de toneladas- la producción de carbón. Este impresionante aumento se debía principalmente al tendido de las vías, pues cada milla de línea requería unas 300 toneladas de hierro sólo para los raíles. Los avances industriales que por primera vez hicieron posible esta masiva producción de acero prosiguieron naturalmente en las sucesivas décadas.

Experiencia de Capitalismo Financiero no tan provechoso

1. Las inversiones en el extranjero eran una magnífica posibilidad. El resto del mundo –principalmente los viejos gobiernos, que trataban de recobrarse de las guerras napoleónicas, y los nuevos, solicitando préstamos con su habitual prisa y abandono para propósitos indefinidos- sentía avidez de ilimitados empréstitos. El capital británico estaba dispuesto al préstamo. Pero, ¡ay!, los empréstitos suramericanos que parecieron tan prometedores en la década de 1820 – 1830, y los norteamericanos en la siguiente, no tardaron en convertirse en papeles mojados: de veinticinco empréstitos a gobiernos extranjeros concertados entre 1818 y 1831, dieciséis (que representaban más de la mitad de los 42 millones de libras esterlinas invertidos en ellos) resultaron un fracaso. En teoría, dichos empréstitos deberían haber rentado a los inversionistas del 7 al 9 por 100, pero en 1831 sólo percibieron un 3,1 por 100. ¿Quién no se desanimaría con experiencias como la de los empréstitos griegos al 5 por 100 de 1824 y 1825 que no empezaron a pagar intereses  hasta 1870? Por lo tanto, es natural que el capital invertido en el extranjero en los auges especulativos de 1825 y 1835-1837 buscará un empleo menos decepcionante.

Movilización y el despliegue de los recursos económicos, la adaptación de la economía y la sociedad exigida para mantener la nueva y revolucionaria ruta

1 El trabajo industrial y la agricultura

1. Violenta y proporcionada disminución en la población agrícola (rural) y un aumento paralelo en la no agrícola (urbana), y casi seguramente (como ocurrió en la época 1789 – 1848) un rápido aumento general de toda la población. Lo cual implica también un brusco aumento en el suministro de alimentos, principalmente agrarios, es decir, una revolución agrícola.

2. El gran crecimiento de las ciudades y pueblos no agrícolas en Inglaterra había estimulado naturalmente mucho la agricultura, la cual es, por fortuna, tan ineficaz en sus formas preindustriales que algunos pequeños progresos –una pequeña atención racional a la crianza de animales, rotación de cultivos, abonos, instalación de granjas o siembra de nuevas semillas- produjo resultados insospechados.

3. Ese cambio agrícola había precedido a la Revolución Industrial haciendo posibles los primeros pasos del rápido aumento de población, por lo que el impulso siguió adelante, aunque el campo británico padeciera mucho con la baja que se produjo en los precios anormalmente elevados durante las guerras napoleónicas.

4. Transformación social más bien que técnica: Liquidación de los cultivos comunales medievales con su campo abierto y pastos comunes (el movimiento de cercados), de la petulancia de la agricultura campesina y de las caducas actitudes anticomerciales respecto a la tierra. Gracias a la evolución preparatoria de los siglos XVI a XVIII, esta única solución radical del problema agrario, que hizo de Inglaterra un país de escasos grandes terratenientes, de un moderado número de arrendatarios rurales y de muchos labradores jornaleros, se consiguió con un mínimum de perturbaciones, aunque intermitentemente se opusieran a ella no sólo las desdichadas clases pobres del campo, sino también la tradicionalista clase media rural.

5. En términos de productividad económica, esta transformación social fue un éxito inmenso; en términos de sufrimiento humano, una tragedia, aumentada por la depresión agrícola que después de 1815 redujo al pobre rural a la miseria más desmoralizadora.

6. Desde el punto de vista de la industrialización también tuvo consecuencias deseables, pues una economía industrial necesita trabajadores, y ¿de dónde podía obtenerlos sino del sector antes no industrial? La población rural en el país o, en forma de inmigración (sobre todo irlandesa), en el extranjero, fueron las principales fuentes abiertas por los diversos pequeños productores y trabajadores pobres. El afán de liberarse de la injusticia económica y social era el estímulo más efectivo, al que se añadían los altos salarios en dinero y la mayor libertad de las ciudades.

7. Se estableció una disciplina laboral draconiana en las zonas urbanas industriales (en un código de patronos y obreros que inclinaba la ley del lado de los primeros, etc.), pero sobre todo en la práctica –donde era posible- de retribuir tan escasamente al trabajador que éste necesitaba trabajar intensamente toda la semana para alcanzar unos salarios mínimos. En las fábricas, en donde el problema de la disciplina laboral era más urgente, se consideró a veces más conveniente el empleo de mujeres y niños, más dúctiles y baratos que los hombres, hasta el punto de que en los telares algodoneros de Inglaterra, entre 1834 y 1847, una cuarta parte de los trabajadores eran varones adultos, más de la mitad mujeres y chicas y el resto muchachos menores de dieciocho años.

8. Otro procedimiento laboral fue el subcontrato o la práctica de hacer de los trabajadores expertos los verdaderos patronos de sus inexpertos auxiliares. En la industria del algodón, por ejemplo, unos dos tercios de muchachos y un tercio de muchachas estaban a las órdenes directas de otros obreros y, por tanto, más estrechamente vigilados, y, fuera de las fábricas propiamente dichas, esta modalidad estaba todavía más extendida. El subpatrono tenía desde luego un interés financiero directo en que sus operarios alquilados no flaqueasen.

2 Provisión de capital

1. La gran dificultad consistía en que la mayor parte de quienes poseían riquezas en el siglo XVIII   –terratenientes, mercaderes, armadores, financieros, etc.- eran reacios a invertir en las nuevas industrias, que por eso empezaron a menudo con pequeños ahorros o préstamos y se desenvolvieron con la utilización de los beneficios. Lo exiguo del capital local hizo a los primeros industriales –en especial a los autoformados- más duros, tacaños y codiciosos, y, por tanto, más explotados a sus obreros; pero esto refleja el imperfecto fluir de las inversiones nacionales y no su insuficiencia. Por otra parte, el rico siglo XVIII estaba preparado para emplear su dinero en ciertas empresas beneficiosas para la industrialización, sobre todo transportes (canales, muelles, caminos y mas tarde también ferrocarriles) y en minas, de las que los propietarios obtenían rentas incluso cuando no las explotaban directamente.

2. Tampoco había dificultades respecto a la técnica del comercio y las finanzas, privadas o públicas. Los bancos, los billetes de banco, las letras de cambio, las acciones y obligaciones, las modalidades del comercio exterior y al por mayor, etc., eran cosas bien conocidas y numerosos los hombres que podían manejarlas o aprender a hacerlo. Además, a finales del siglo XVIII, la política gubernamental estaba fuertemente enlazada a la supremacía de los negocios.

Conclusiones de Eric J. Hobsbawm

De esta manera casual, improvisada y empírica se formó la primera gran economía industrial. Según los patrones modernos era pequeña y arcaica, y su arcaísmo sigue imperando hoy en Gran Bretaña. Para los de 1848 era monumental, aunque sorprendente y desagradable, pues sus nuevas ciudades eran más feas, su proletariado menos feliz que el de otras partes, y la niebla y el humo que enviciaban la atmósfera respirada por aquellas pálidas muchedumbres disgustaban a los visitantes extranjeros. Pero suponía la fuerza de un millón de caballos en sus máquinas de vapor, se convertía en más de dos millones de yardas de tela de algodón por año, en más de diecisiete millones de husos mecánicos, extraía casi cincuenta millones de toneladas de carbón, importaba y exportaba toda clase de productos por valor de ciento setenta millones de libras esterlinas anuales. Su comercio era el doble que el de Francia, su más próxima competidora: ya en 1780 la había superado. Su consumo de algodón era dos veces el de los Estados Unidos y cuatro el de Francia. Producía más de la mitad del total de lingotes de hierro del mundo desarrollado económicamente, y utilizaba dos veces más por habitante que el país próximo más industrializado (Bélgica), tres veces más que los Estados Unidos y sobre cuatro veces más que Francia. Entre los doscientos y trescientos millones de capital británico invertido –una cuarta parte en los Estados Unidos, casi una quinta parte en América Latina-, le devolvían dividendos e intereses de todas las partes del mundo. Gran Bretaña era, en efecto, el TALLER DEL MUNDO.

Y tanto Gran Bretaña como el mundo sabían que la Revolución Industrial, iniciada en aquellas islas por y a través de los comerciantes y empresarios cuya única ley era comprar en el mercado más barato y vender sin restricción en el más caro, estaba transformando al mundo. Nadie podía detenerla en este camino. Los dioses y los reyes del pasado están inermes ante los hombres de negocios y las máquinas de vapor del presente.