Photo: Gaby Wood
Algodón
1. La industria británica, como todas las demás
industrias algodoneras, tuvo su origen como un subproducto del comercio ultramarino,
que producía su material crudo (o más bien uno de sus materiales crudos, pues
el producto original era el fustán, mezcla de algodón y lino), y los
artículos de algodón indio o indianas,
que ganaron los mercados, de los que los fabricantes europeos intentarían
apoderarse con sus imitaciones. En un principio no tuvieron éxito, aunque
fueran más capaces de reproducir a precios de competencia las mercancías más
toscas y baratas que las finas y costosas. Sin embargo, por fortuna, los
antiguos y poderosos magnates del comercio de lanas conseguían periódicamente
la prohibición de importar los calicoes o indianas (que el interés puramente
mercantil de la East India Company –Compañía de las Indias Orientales- trataba
de exportar desde la India en la mayor cantidad posible), dando así
oportunidades a los sucedáneos que producía la industria autóctona del algodón.
Más baratos que la lana, el algodón y las mezclas de algodón no tardaron en
obtener en Inglaterra un mercado modesto, pero beneficioso. Pero sus mayores
posibilidades para una rápida expansión estaban en ultramar.
2. El comercio colonial había creado la industria
del algodón y continuaba nutriéndola. En el siglo XVIII se desarrolló en el hinterland
de los mayores puertos coloniales, como Bristol, Glasgow y especialmente
Liverpool, el gran centro de comercio de esclavos. Cada fase de este inhumano
pero rápidamente próspero tráfico, parecía estimular aquélla. De hecho, durante
todo este período (1789 – 1848) la esclavitud y el algodón marcharon juntos.
3. Triunfo del mercado exterior sobre el interior:
En 1814 Inglaterra exportaba cuatro yardas de tela de algodón por cada tres
consumidas en ella y esta diferencia, entre mercado interno y exportación, fue
en aumento con el correr de los años.
4. La demanda derivada del algodón –en cuanto a la
construcción y demás actividades en las nuevas zonas industriales, en cuanto a
máquinas, adelantos químicos, alumbrado industrial, buques, etc. – contribuyó
en gran parte al progreso económico de Gran Bretaña hasta 1830.
5. Primera crisis del capitalismo: A partir de 1815
se produce una reducción del margen de ganancias en la producción de algodón.
6. Búsqueda de reducción de costos en la producción
y de compresión de los mismos, especialmente a través de una reducción directa
de jornales, por la sustitución de los caros obreros expertos por mecánicos más
baratos, y por la competencia de la máquina.
Industria básica de bienes de producción (Hierro y acero)
1. Surge la siguiente fase del desarrollo
industrial: La construcción de una industria básica de bienes de producción, especialmente para abaratar los costos de prodcucción.
2. Las condiciones de la empresa privada, la
inversión –sumamente costosa- de capital necesario para el desarrollo de la
industria de bienes de producción no puede hacerse fácilmente, por las mismas
razones que la industrialización del algodón o de otras mercancías de mayor
consumo. Para estas últimas, siempre existe –aunque sea en potencia- un mercado
masivo: incluso los hombres más modestos llevan camisa, usan ropa de casa y
muebles, y comen. El problema es, sencillamente, cómo encontrar con rapidez
buenos y vastos mercados al alcance de los fabricantes. Pero semejantes
mercados no existen, por ejemplo, para la industria pesada del hierro y acero
(como bienes de producción), pues sólo empiezan a existir en el transcurso de
una Revolución Industrial.
El carbón
1. El crecimiento de las ciudades (y especialmente
el de Londres) había hecho que la explotación de las minas de carbón se
extendiera rápidamente desde el siglo XVI. A principios del siglo XVIII, era
sustancialmente una primitiva industria moderna, empleando incluso las más
antiguas máquinas de vapor (inventadas para fines similares en al minería de
metales no ferrosos, principalmente en Cornualles) para sondeos y extracciones.
De aquí que la industria carbonífera apenas necesitara o experimentara una gran
revolución técnica en el período (1789 -1848). Sus innovaciones fueron más bien mejoras que
verdaderas transformaciones en la producción. Pero su capacidad era ya inmensa
y, a escala mundial, astronómica. En 1800, Gran Bretaña produjo unos diez
millones de toneladas de carbón, casi el 90 pro 100 de la producción mundial.
2. Esta inmensa industria, aunque probablemente no
lo bastante desarrollada para una verdadera industrialización masiva a moderna
escala, era lo suficientemente amplia para estimular a la invención básica que
iba a transformar a las principales industrias de mercancías: el ferrocarril.
El ferrocarril
1. El tranvía o ferrocarril por el que corrieran
las vagonetas era una respuesta evidente. Impulsar esas vagonetas por máquinas
fijas era tentador; impulsarlas por máquinas móviles no parecía demasiado
impracticable. Por otra parte, el coste de los transportes por tierra de
mercancías voluminosas era tan alto, que resultaba facilísimo convencer a los
propietarios de minas carboníferas en el interior de que la utilización de esos
rápidos medios de transporte sería enormemente ventajosa para ellos. La línea
férrea desde la zona minera interior de Durham hasta la costa
(Stockton-Darlington, 1825) fue la primera de los modernos ferrocarriles.
Técnicamente, el ferrocarril es el hijo de la mina, y especialmente de las
minas de carbón del norte de Inglaterra.
2. La locomotora lanzando al viento sus penachos de
humo a través de países y continentes, los terraplenes y túneles, los puentes y
estaciones, formaban un colosal conjunto, al lado del cual las pirámides, los
acueductos romanos e incluso la Gran Muralla de la china resultaban pálidos y
provincianos. El ferrocarril constituía el gran triunfo del hombre por medio de
la técnica.
3. Desde el punto de vista del que estudia el
desarrollo económico, el inmenso apetito de los ferrocarriles, apetito de hierro
y acero, de carbón y maquinaria pesada, de trabajo e inversiones de capital,
fue más importante en esta etapa. Aquella enorme demanda era necesaria para que
las grandes industrias se transformaran tan profundamente como lo había hecho
la del algodón. En las dos primeras décadas del ferrocarril (1830 – 1850), la
producción de hierro en Gran Bretaña ascendió de 680.000 a 2.250.000 toneladas,
es decir, se triplicó. También se triplicó en aquellos veinte años –de 15 a 49
millones de toneladas- la producción de carbón. Este impresionante aumento se
debía principalmente al tendido de las vías, pues cada milla de línea requería
unas 300 toneladas de hierro sólo para los raíles. Los avances industriales que
por primera vez hicieron posible esta masiva producción de acero prosiguieron
naturalmente en las sucesivas décadas.
Experiencia de Capitalismo Financiero no tan provechoso
1. Las inversiones en el extranjero eran una
magnífica posibilidad. El resto del mundo –principalmente los viejos gobiernos,
que trataban de recobrarse de las guerras napoleónicas, y los nuevos,
solicitando préstamos con su habitual prisa y abandono para propósitos
indefinidos- sentía avidez de ilimitados empréstitos. El capital británico
estaba dispuesto al préstamo. Pero, ¡ay!, los empréstitos suramericanos que
parecieron tan prometedores en la década de 1820 – 1830, y los norteamericanos
en la siguiente, no tardaron en convertirse en papeles mojados: de veinticinco
empréstitos a gobiernos extranjeros concertados entre 1818 y 1831, dieciséis
(que representaban más de la mitad de los 42 millones de libras esterlinas
invertidos en ellos) resultaron un fracaso. En teoría, dichos empréstitos
deberían haber rentado a los inversionistas del 7 al 9 por 100, pero en 1831
sólo percibieron un 3,1 por 100. ¿Quién no se desanimaría con experiencias como
la de los empréstitos griegos al 5 por 100 de 1824 y 1825 que no empezaron a
pagar intereses hasta 1870? Por lo
tanto, es natural que el capital invertido en el extranjero en los auges
especulativos de 1825 y 1835-1837 buscará un empleo menos decepcionante.
Movilización y el despliegue de los recursos económicos, la adaptación
de la economía y la sociedad exigida para mantener la nueva y revolucionaria
ruta
1 El trabajo industrial y la agricultura
1. Violenta y proporcionada disminución en la
población agrícola (rural) y un aumento paralelo en la no agrícola (urbana), y
casi seguramente (como ocurrió en la época 1789 – 1848) un rápido aumento
general de toda la población. Lo cual implica también un brusco aumento en el
suministro de alimentos, principalmente agrarios, es decir, una revolución
agrícola.
2. El gran crecimiento de las ciudades y pueblos no
agrícolas en Inglaterra había estimulado naturalmente mucho la agricultura, la
cual es, por fortuna, tan ineficaz en sus formas preindustriales que algunos
pequeños progresos –una pequeña atención racional a la crianza de animales,
rotación de cultivos, abonos, instalación de granjas o siembra de nuevas
semillas- produjo resultados insospechados.
3. Ese cambio agrícola había precedido a la
Revolución Industrial haciendo posibles los primeros pasos del rápido aumento
de población, por lo que el impulso siguió adelante, aunque el campo británico
padeciera mucho con la baja que se produjo en los precios anormalmente elevados
durante las guerras napoleónicas.
4. Transformación social más bien que técnica: Liquidación
de los cultivos comunales medievales con su campo abierto y pastos comunes (el
movimiento de cercados), de la petulancia de la agricultura campesina y de las
caducas actitudes anticomerciales respecto a la tierra. Gracias a la evolución
preparatoria de los siglos XVI a XVIII, esta única solución radical del
problema agrario, que hizo de Inglaterra un país de escasos grandes
terratenientes, de un moderado número de arrendatarios rurales y de muchos labradores
jornaleros, se consiguió con un mínimum de perturbaciones, aunque
intermitentemente se opusieran a ella no sólo las desdichadas clases pobres del
campo, sino también la tradicionalista clase media rural.
5. En términos de productividad económica, esta
transformación social fue un éxito inmenso; en términos de sufrimiento humano,
una tragedia, aumentada por la depresión agrícola que después de 1815 redujo al
pobre rural a la miseria más desmoralizadora.
6. Desde el punto de vista de la industrialización
también tuvo consecuencias deseables, pues una economía industrial necesita trabajadores,
y ¿de dónde podía obtenerlos sino del sector antes no industrial? La población
rural en el país o, en forma de inmigración (sobre todo irlandesa), en el extranjero,
fueron las principales fuentes abiertas por los diversos pequeños productores y
trabajadores pobres. El afán de liberarse de la injusticia económica y social
era el estímulo más efectivo, al que se añadían los altos salarios en dinero y
la mayor libertad de las ciudades.
7. Se estableció una disciplina laboral draconiana en las zonas urbanas industriales (en un código de patronos y obreros que inclinaba la ley del lado de los primeros,
etc.), pero sobre todo en la práctica –donde era posible- de retribuir tan
escasamente al trabajador que éste necesitaba trabajar intensamente toda la
semana para alcanzar unos salarios mínimos. En las fábricas, en donde el
problema de la disciplina laboral era más urgente, se consideró a veces más
conveniente el empleo de mujeres y niños, más dúctiles y baratos que los
hombres, hasta el punto de que en los telares algodoneros de Inglaterra, entre
1834 y 1847, una cuarta parte de los trabajadores eran varones adultos, más de
la mitad mujeres y chicas y el resto muchachos menores de dieciocho años.
8. Otro procedimiento laboral fue el subcontrato o
la práctica de hacer de los trabajadores expertos los verdaderos patronos de
sus inexpertos auxiliares. En la industria del algodón, por ejemplo, unos dos
tercios de muchachos y un tercio de muchachas estaban a las órdenes directas de
otros obreros y, por tanto, más estrechamente vigilados, y, fuera de las
fábricas propiamente dichas, esta modalidad estaba todavía más extendida. El subpatrono
tenía desde luego un interés financiero directo en que sus operarios alquilados
no flaqueasen.
2 Provisión de capital
1. La gran dificultad consistía en que la mayor
parte de quienes poseían riquezas en el siglo XVIII –terratenientes,
mercaderes, armadores, financieros, etc.- eran reacios a invertir en las nuevas
industrias, que por eso empezaron a menudo con pequeños ahorros o préstamos y
se desenvolvieron con la utilización de los beneficios. Lo exiguo del capital
local hizo a los primeros industriales –en especial a los autoformados- más
duros, tacaños y codiciosos, y, por tanto, más explotados a sus obreros; pero
esto refleja el imperfecto fluir de las inversiones nacionales y no su
insuficiencia. Por otra parte, el rico siglo XVIII estaba preparado para emplear
su dinero en ciertas empresas beneficiosas para la industrialización, sobre
todo transportes (canales, muelles, caminos y mas tarde también ferrocarriles)
y en minas, de las que los propietarios obtenían rentas incluso cuando no las explotaban
directamente.
2. Tampoco había dificultades respecto a la técnica
del comercio y las finanzas, privadas o públicas. Los bancos, los billetes de
banco, las letras de cambio, las acciones y obligaciones, las modalidades del
comercio exterior y al por mayor, etc., eran cosas bien conocidas y numerosos
los hombres que podían manejarlas o aprender a hacerlo. Además, a finales del
siglo XVIII, la política gubernamental estaba fuertemente enlazada a la
supremacía de los negocios.
Conclusiones de Eric J. Hobsbawm
De esta manera casual,
improvisada y empírica se formó la primera gran economía industrial. Según los
patrones modernos era pequeña y arcaica, y su arcaísmo sigue imperando hoy en
Gran Bretaña. Para los de 1848 era monumental, aunque sorprendente y
desagradable, pues sus nuevas ciudades eran más feas, su proletariado menos
feliz que el de otras partes, y la niebla y el humo que enviciaban la atmósfera
respirada por aquellas pálidas muchedumbres disgustaban a los visitantes
extranjeros. Pero suponía la fuerza de un millón de caballos en sus máquinas de
vapor, se convertía en más de dos millones de yardas de tela de algodón por
año, en más de diecisiete millones de husos mecánicos, extraía casi cincuenta
millones de toneladas de carbón, importaba y exportaba toda clase de productos por
valor de ciento setenta millones de libras esterlinas anuales. Su comercio era
el doble que el de Francia, su más próxima competidora: ya en 1780 la había
superado. Su consumo de algodón era dos veces el de los Estados Unidos y cuatro
el de Francia. Producía más de la mitad del total de lingotes de hierro del
mundo desarrollado económicamente, y utilizaba dos veces más por habitante que
el país próximo más industrializado (Bélgica), tres veces más que los Estados
Unidos y sobre cuatro veces más que Francia. Entre los doscientos y trescientos
millones de capital británico invertido –una cuarta parte en los Estados
Unidos, casi una quinta parte en América Latina-, le devolvían dividendos e intereses
de todas las partes del mundo. Gran Bretaña era, en efecto, el TALLER DEL
MUNDO.
Y tanto Gran Bretaña como el
mundo sabían que la Revolución Industrial, iniciada en aquellas islas por y a
través de los comerciantes y empresarios cuya única ley era comprar en el
mercado más barato y vender sin restricción en el más caro, estaba transformando al
mundo. Nadie podía detenerla en este camino. Los dioses y los reyes del pasado están
inermes ante los hombres de negocios y las máquinas de vapor del presente.
1 comentarios:
Buenisimo :)
Publicar un comentario