martes, 9 de octubre de 2012

En búsqueda de consensos. Resumen del Capítulo 14, "Tolerancia y Responsabilidad Intelectual" (Robado de Jenófanes y de Voltaire), del libro "En busca de un mundo mejor" de Karl Popper.

Pero respecto a la verdad certera, nadie la conoce, 
ni la conocerá; ni acerca de los dioses, 
ni sobre todas las cosas de las que hablo. 
E incluso si por azar llegásemos a expresar
la verdad perfecta, no lo sabríamos:
Pues todo no es sino un entramado de conjeturas
Jenófanes

Introducción 

Viendo la necesidad imperiosa de construir consensos básicos que nos orienten hacia una sociedad y un país mejor elaboré este resumen del Capítulo 14, "Tolerancia y Responsabilidad Intelectual" (Robado de Jenófanes y de Voltaire), del libro "En busca de un mundo mejor" de Karl Popper.

En esta brevísima  introducción me gustaría dejar algunos cuestionamientos que me parecen muy importantes para reconocer cual es nuestra verdadera predisposición para transitar hacia una sociedad y un país mejor: ¿Reconocemos en el otro un igual a nosotros? ¿Nos identificamos más como hermanos o tendemos más a buscar enemigos con quien confrontarnos? ¿Apuntamos hacia el debate y discusión constructivos o hacia la pelea tribal? ¿Tendemos a seguir a los cambios sociales y adecuarnos a ellos o deseamos frenarlos a toda costa? ¿Nos damos cuenta de que sin consensos básicos no sólo pierden o se ven afectados nuestros intereses sino los intereses de todos? ¿Somos dueños de la verdad o podemos escuchar y razonar para mejorar nuestras perspectivas, posiciones y conjeturas? ¿Pretendemos ser sabios o es mejor buscar constantemente aproximarnos a la verdad lo más que podamos? ¿Es mejor padecer la injusticia que cometerla? y por ultimo ¿Somos tolerantes con las perspectivas, posiciones y conjeturas de los otros?


Juan Carlos Duré Bañuelos




Parte final del Capítulo 14 "Tolerancia y Responsabilidad Intelectual" (Robado de Jenófanes y de Voltaire), del libro "En busca de un mundo mejor" de Karl Popper


Los principios que constituyen la base de toda discusión racional, es decir, de toda discusión emprendida a la búsqueda de la verdad, constituyen los principios éticos esenciales. Me gustaría enunciar aquí tres de estos principios.

  1. El principio de falibilidad: quizá yo estoy equivocado y quizá tú tienes razón. Pero es fácil que ambos estemos equivocados.
  2. El principio de discusión racional: deseamos intentar sopesar, de forma tan impersonal como sea posible, las razones a favor y en contra de una teoría: una teoría que es definida y criticable.
  3. El principio de aproximación a la verdad: en una discusión que evite los ataques personales, casi siempre podemos acercarnos a la verdad. Puede ayudarnos a alcanzar una mejor comprensión; incluso en los casos en que no alcancemos un acuerdo.
Vale la pena señalar que estos tres principios son principios tanto epistemológicos como éticos, pues implican, entre otras cosas, la tolerancia: si yo espero aprender de ti, y tú deseas aprender en interés de la verdad, yo tengo no sólo que tolerarte sino reconocerte como alguien potencialmente igual; la unidad e igualdad potencial de todos constituye en cierto modo un requisito previo de nuestra disposición a discutir racionalmente las cosas. También es aquí importante el principio de que podemos aprender mucho de una discusión, aún cuando no conduzca al acuerdo: una discusión puede ayudarnos a arrojar luz sobre algunos de nuestros errores.

Así, los principios éticos constituyen la base de la ciencia. La idea de verdad como principio regulador fundamental -el principio que guía nuestra búsqueda- puede considerarse un principio ético.
La búsqueda de la verdad y la idea de aproximación a la verdad también son principios éticos; como los las ideas de integridad intelectual y falibilidad, que nos conducen a una actitud de autocrítica y de tolerancia.
También es importante que podamos aprender en el ámbito de la ética.

Me gustaría demostrar esto considerando el ejemplo de una ética para el intelectual, y en especial para las profesiones intelectuales: una ética para científicos, médicos, abogados, ingenieros y arquitectos; para funcionarios y, lo que es más importante, para los políticos.

Desearía presentarles algunos principios de una nueva ética profesional, principios estrechamente vinculados con los conceptos de tolerancia y honestidad intelectual.
Para este fin, voy a caracterizar primero la antigua ética profesional, quizá caricaturizando un poco, para compararla con la nueva ética profesional que voy a proponer.

Tanto la ética profesional antigua como la nueva se basan, sin duda, en los conceptos de verdad, de racionalidad y de responsabilidad intelectual. Pero la ética antigua se basaba en la idea de conocimiento personal y de conocimiento cierto y, por ello, en la idea de autoridad; mientras que la nueva ética se basa en la idea de conocimiento objetivo y de conocimiento incierto. Esto supone un cambio fundamental en la forma de pensar subyacente, por consiguiente, en la forma de operar las ideas de verdad, de racionalidad y de honestidad y responsabilidad intelectual.

El ideal antiguo de poseer la verdad -verdad cierta- y, si era posible, garantizar la verdad por medio de una prueba lógica.
Este ideal, muy aceptado hasta hoy, es la idea de sabiduría en la persona, el sabio; no de "sabiduría" en el sentido socrático, por supuesto, sino en el sentido platónico: el sabio que es una autoridad, el filósofo erudito que reclama poder, el filósofo rey.
El viejo imperativo de los intelectuales es: sé una autoridad!, conoce todo en tu especialidad!
Tan pronto se le reconoce a uno como autoridad, su autoridad estará protegida por sus colegas; y uno debe a su vez proteger la autoridad de sus colegas.
La antigua ética que estoy presentando no deja lugar al error. Sencillamente no se toleran los errores. Por consiguiente, no han de reconocerse los errores. No tengo que subrayar que esta antigua ética profesional es intolerante. Además, siempre ha sido intelectualmente deshonesta: conduce (especialmente en medicina y en política) al encubrimiento de los errores con el fin de proteger a la autoridad.

Ésta es la razón por la que sugiero la necesidad de una nueva ética profesional, principal, pero no exclusivamente, para los científicos. Sugiero que se base en los doce principios siguientes:

  1. Nuestro conocimiento objetivo por conjetura va cada vez más allá de lo que puede dominar cualquier persona individual. Sencillamente por eso no puede haber "autoridades". Esto vale también en materias especializadas.
  2. Es imposible evitar todos los errores, o incluso todos aquellos errores que son, en sí, evitables. Todos los científicos cometen continuadamente errores. Hay que revisar la vieja idea de que se pueden evitar los errores y de que por lo tanto es un deber evitarlos: es una idea errónea.
  3. Por supuesto, sigue siendo nuestro deber evitar en lo posible todos los errores. Pero dado precisamente que podemos evitarlos, debemos siempre  tener presente lo difícil que es evitarlos y que nadie lo consigue por completo. No lo consiguen siquiera los científicos más creativos guiados por la intuición: la intuición puede equivocarnos.
  4. Los errores pueden estar ocultos incluso en aquellas teorías que están bien confirmadas; y es tarea específica del científico buscar estos errores. La observación de que una teoría o técnica bien confirmada que se ha utilizado con éxito es errónea puede constituir un descubrimiento importante.
  5. Por ello hemos de revisar nuestra actitud hacia los errores. Es aquí donde debe comenzar nuestra reforma ética práctica. Pues la actitud de la antigua ética profesional lleva a encubrir nuestros errores, a mantenerlos en secreto y a olvidarlos tan pronto como sea posible.
  6. El nuevo principio básico es que para aprender a evitar los errores debemos aprender de nuestros errores. Por ello encubrir los errores constituye el mayor pecado intelectual.
  7. Hemos de estar constantemente a la búsqueda de errores. Cuando los encontramos debemos estar seguros de recordarlos; debemos analizarlos minuciosamente para llegar al fondo de las cosas.
  8. Mantener una actitud autocrítica y de integridad personal se convierte así en una obligación.
  9. Como debemos aprender de nuestros errores, también debemos aprender a aceptar, y a aceptar con gratitud, cuando otras personas llaman nuestra atención sobres nuestros errores. En cambio, cuando somos nosotros los que llamamos la atención sobre los errores de los demás, hemos de recordar que nosotros mismos hemos cometido errores similares. Y hemos de recordar que los mayores científicos han cometido errores. Sin duda no quiero decir que normalmente sean perdonables nuestros errores: nunca hemos de relajar nuestra atención. Pero es humanamente imposible evitar una y otra vez los errores.
  10. Debemos tener muy claro que necesitamos a los demás para descubrir y corregir nuestros errores (igual que éstos nos necesitan a nosotros); especialmente a aquellas personas que se han formado en un entorno diferente. También esto favorece la tolerancia.
  11. Hemos de aprender que la mejor crítica es la autocrítica; pero que es necesaria la crítica de los demás. Es casi tan buena como la autocrítica.
  12. La crítica racional debe ser siempre específica: debe aportar razones concretas por las cuales enunciados o hipótesis específicas parecen ser falsos, o determinados argumentos poco válidos. Debe estar guiada por la idea de aproximación gradual a la verdad objetiva. En este sentido, debe ser impersonal.

1 comentarios:

Que buen artículo, Juan Carlos!! Me gustó muchísimo!

Tan polarizadas están las opiniones, aun sin fundamento, que duele en lo profundo con cuanta saña una "tribu" ataca a la otra y viceversa

Es bueno leerte, compañero y amigo.
De fondo tu síntesis es tan oportuna como coherente.