martes, 30 de septiembre de 2014

*Conversación entre Michel Foucault y Humberto Maturana captada por un transeúnte desconcertado

Quien haya descartado la imaginación por considerarla algo anormal seguramente creerá que los que usamos nuestra imaginación para vivir tenemos que “hacernos ver” por alguno de los personajes, organismos, aparatos o mecanismos que hacen funcionar la estructura panóptica.

En una noche lluviosa en medio del cotidiano y presuroso trajinar, todo pareció  aquietarse en medio de una lluvia remolinezca, en un barrio lúgubre, al abrigo de un techito, en una parada de colectivos que van con destino hacia el infinito de las probabilidades. Allí se encontraron tres personajes que, más que esperar un colectivo, parecían detener la vertiginosidad de los acontecimientos y la contingencia de la existencia para pensar un poco sobre algo totalmente distinto a la lluvia y a los problemas de esta fatigosa cotidianeidad. Esos tres personajes eran Michel Foucault, Humberto Maturana y Juan el transeúnte desconcertado que siempre reducía sus problemas a  cómo pagar cuentas, cómo mantenerse él, su familia, a saber cuál era el itinerario de los diferentes colectivos que pasaban por su ciudad, a cómo llegar temprano a su trabajo, a qué tenía que ver en la tele al llegar a la casa, a cómo hacer para llegar a fin de mes, a desear que llegue el viernes, a qué tenía que comprar, a qué tenía que tirar y en fin a cómo vivir “el día a día”, hasta que ese encuentro le hizo pensar que quizás y tan sólo quizás  su “vivir día a día” era una opción de no vivir que respondía a todo un esquema de sujeciones internalizadas que le hizo olvidar lo que era la tan mentada libertad. 

Esto es lo que pudo captar Juan de esta azarosa conversación:

Foucault: El poder de modelar conductas tiene una función bio-política (el control de los cuerpos o del cuerpo social) que fue modificando su mecanismo, teniendo en cuenta el tipo de ejercicio de poder y su aspecto económico fundamentalmente. Las reformas que se hicieron en el control de la conducta social,  desde los suplicios hasta el panoptismo, primero tenían por fin introducir el poder de castigar más profundamente en el cuerpo social, luego vigilar mejor a todo ese cuerpo social con el objeto de normalizar las conductas de sus miembros.

Maturana: Mediante la conversación damos forma psíquica y material al mundo. El método que resulta de la conversación es la co-creación. Se debe amar pero no como un rol, sino teniendo en cuenta que es el cimiento de la constitución de todo ser vivo: acoger, nutrir, reconocer, alimentar, etc. Sin espacio nos morimos desde el alma. La parábola del sembrador es un excelente ejemplo: Las semillas crecieron en buena tierra, que es igual a un espacio amoroso.

Foucault: En el control panóptico las personas son vistas, pero no ven; objeto de una información, jamás sujeto en una comunicación.

Maturana: Las conversaciones autoridad-obediencia se realizan por falta de respeto por sí mismos y por los otros. También por inseguridad. Traen resentimiento y desgano. Cuando necesito someter siento inseguridad y falta de respeto. La convivencia sin expectativas, sin exigencias, sin supuestos por eso mismo está abierta  a la co-creación.

Foucault: En la colonia penal de Mettray, ya en 1840,  en Francia, es que se origina la forma disciplinaria en su estado más intenso, el modelo en el que se concentran todas las tecnologías coercitivas del comportamiento. Hay en él algo del claustro, de la prisión, del colegio, del regimiento. Los pequeños grupos, fuertemente jerarquizados, entre los que se hallan repartidos los detenidos, se reducen simultáneamente a cinco modelos: el de la familia (cada grupo es una “familia” compuesta por “hermanos” y por dos “mayores”), el del ejército (cada familia, mandada por un jefe, está dividida en dos secciones, cada una de las cuales tienen un subjefe; cada detenido tiene un número de matrícula y debe aprender los ejercicios militares esenciales; todos los días se pasa revista del aseo y todas las semanas de la indumentaria; se toma lista tres veces al día); el del taller, con jefes y contramaestres que aseguran el encuadramiento del trabajo y el aprendizaje de los más jóvenes; el de la escuela (una hora y media de clase al día, la enseñanza la dan el maestro y los subjefes) y, finalmente, el modelo judicial: todos los días se hace en el locutorio una “distribución de justicia”. La menor desobediencia tiene su castigo y el mejor medio de evitar delitos graves es castigar muy severamente las faltas más ligeras: una palabra inútil se reprime en Mettray. El principal castigo que se inflige es el encierro en celda porque “el aislamiento es el mejor medio de obrar sobre la moral de los niños; ahí es sobre todo donde la voz de la religión, aunque jamás haya hablado a su corazón, recobra todo su poder emotivo”; toda la institución para penal, que está pensada para no ser la prisión, culmina en la celda, sobre cuyas paredes está escrito en letras negras: “Dios los ve”.

Esta superposición de modelos diferentes permite circunscribir, en lo que tiene de específico, la función de encauzamiento de la conducta. Los jefes y subjefes de Mettray no deben ser del todo jueces, ni profesores, ni contramaestres, ni suboficiales, ni “padres” sino un poco de todo esto con un modo de intervención específico. Son en cierta manera técnicos del comportamiento: ingenieros de la conducta, ortopedistas de la individualidad. Tienen que fabricar cuerpos dóciles y a la vez capaces.

Nos encontramos en compañía del profesor-juez, del médico-juez, del educador-juez, del “trabajador social”-juez; todos hacen reinar la universalidad de lo normativo, y cada cual, en el punto en el que se encuentra, le somete el cuerpo, los gestos, los comportamientos, las conductas, las actitudes, las proezas. La red carcelaria, bajo sus formas compactas o diseminadas, con sus sistemas de inserción, de distribución, de vigilancia, de observación, ha sido el gran soporte, en la sociedad moderna, del poder normalizador.

El tejido carcelario de la sociedad asegura, a la vez, las captaciones reales del cuerpo y su perpetua observación. Su funcionamiento panóptico le permite desempeñar este doble papel. Si hemos entrado, después de la edad de la justicia “inquisitoria”, en la de la justicia “examinadora”, si, de una manera más general aún, el procedimiento de examen ha podido cubrir tan ampliamente toda la sociedad y dar lugar, por su parte, a las ciencias del hombre, uno de sus grandes instrumentos ha sido la multiplicidad y el entrecruzamiento compacto de los mecanismos diversos de encarcelamiento. El hombre cognoscible (alma, individualidad, conciencia, conducta, poco importa aquí) es el efecto-objeto de esta invasión analítica, de esta dominación-observación.

Estos dispositivos se aplican no sobre las transgresiones respecto de una ley “central” sino en torno del aparato de producción –el “comercio” y la “industria”-, una verdadera multiplicidad de ilegalismos con su índole y origen diversos, su papel específico en el provecho y la suerte diferente que les procuran los mecanismos punitivos. Y que, finalmente, lo que rige todos estos mecanismos no es el funcionamiento unitario de un aparato o de una institución, sino la necesidad de un combate y las reglas de una estrategia. Que, por consiguiente, las nociones de institución, represión, rechazo, exclusión, marginación no son adecuadas para describir, en el centro mismo de la ciudad carcelaria, la formación de las blanduras insidiosas, de las maldades poco confesables, de las pequeñas astucias, de los procedimientos calculados, de las técnicas, de las “ciencias” a fin de cuentas que permiten la fabricación del individuo disciplinario. En esta humanidad central y centralizada, efecto e instrumento de relaciones de poder complejas, cuerpos y fuerzas sometidos por dispositivos de “encarcelamiento” múltiples, objetos para discursos que son ellos mismos elementos de esta estrategia, hay que oír el estruendo de la lucha. 

Maturana: Ya que a nadie le gusta obedecer, ni ser sometido, una opción para practicar son las conversaciones liberadoras con resultados terapéuticos. Mediante las conversaciones liberadoras se desarrollan herramientas reflexivas que permiten salir de encrucijadas emocionales.

Así como hay redes en el aparato, también hay redes de conversación particulares que se forman con el lenguaje, el conversar y el reflexionar. Somos una totalidad, no somos reflexión por un lado y emoción por el otro: las emociones y reflexiones actúan en conjunto. La reflexión sobre algo nos cambia la perspectiva sobre ese algo y si volvemos a reflexionar sobre ese algo surge la experiencia de la libertad. Hay que reconocer que los grandes sistemas racionales son constructos lógicos que parten de premisas fundamentales aceptadas a priori desde las emociones.

La biología cultural conducente tiene como fin formar en el entendimiento desde el aspecto biológico o sea desde como funcionamos. El saber se relaciona con el hacer. El entendimiento con el espacio relacional.

Si cambiamos cambia el entorno. Hacer con bienestar y alegría produce mejores metas y objetivos que con esfuerzo.

Hay que recuperar la conversación, actualmente no se conversa, no se escucha, se habla de otro o de otra cosa. En un proyecto se instruye o se conversa.

Juan: (Que sólo estaba escuchando sin poder desentrañar qué era real, qué era un sueño, qué era cierto, ni qué era fantasía pensó): El mecanismo disciplinario orientado a la formación de personas obedientes, moldeadas por premios, castigos, vigilancia y por la normalización tiende a categorizarnos, encasillarnos y en la competencia constante a negarnos a nosotros, a los otros y a negar al entorno.

El reconocimiento del otro, el respeto mutuo, el compromiso con el otro y con el entorno, con el emprendimiento que llevemos a cabo, con las metas, con los que están comprometidos con nosotros, con los objetivos comunes tienden a crear las condiciones de la esperanza para atravesar el engranaje cerrado del laberinto que nos configura una imagen falsa de que no hay salida.


*Esta conversación imaginaria está basada en textos, anotaciones, síntesis, agregados y conclusiones del libro Vigilar y Castigar de Michel Foucault y en la Conferencia sobre Amar, Co-crear, Escuchar realizada por Humberto Maturana y Ximena Davila, en Asunción-Paraguay, el 23.09.2014.