sábado, 22 de agosto de 2015

El gallo para Asclepio

La interpretación más común sobre este agradecimiento es que la muerte habría curado a Sócrates de la enfermedad que consiste en vivir, pero a mí en particular no me parece así por lo siguiente:    

En realidad, ese gallo a Asclepio se lo debían porque hubo una curación y el pedido de honrar este agradecimiento fue dirigido a Critón, siendo justamente el mismo  el que le sugirió a Sócrates no cumplir su sentencia y fugarse. Tan convincente fue el discurso de Critón pero Sócrates no se olvidaba de sí mismo y después de que ambos dialogarán y reflexionarán pudieron curarse de una lógica que pudo haberlos persuadido, pero que no iba encaminada hacia la mejor razón de acuerdo a la conclusión a la que llegaron al final sobre este asunto. Michel Foucault decía, en sus clases sobre el coraje de la verdad, que: “Bien puede suponerse entonces que la enfermedad para cuya curación se debe un gallo a Asclepio es justamente aquella de la que Critón se ha curado cuando, en la discusión con Sócrates, pudo emanciparse y liberarse de la opinión de todos sin distinción, de esa opinión capaz de corromper las almas, para, al contrario, escoger, decantarse y decidirse por una opinión verdadera fundada en la relación de sí mismo con la verdad. La comparación utilizada por Sócrates entre corrupción del cuerpo y deterioro del alma por opiniones corrientes parece indicar a las claras, en todo caso, que tenemos allí cierta enfermedad. Y bien podría ser su curación lo que hay que agradecer a Asclepio”. Pero no solamente fue una cura para Critón, sino para todos, porque como agrega Foucault: “…si triunfa el mal discurso, es una derrota para todos, pero si triunfa el buen discurso, todo el mundo gana…”. También es bueno recordar lo que escribía Epicuro, en su carta a Meneceo, sobre la muerte: “Acostúmbrate a pensar que la muerte es nada para nosotros, porque todo bien y todo mal reside en la sensación y la muerte es privación de los sentidos, por lo cual el recto conocimiento de que la muerte nada es para nosotros hace dichosa la mortalidad de la vida, no porque añada una temporalidad infinita sino porque elimina el ansia de inmortalidad. Nada temible hay, en efecto, en el vivir para quien ha comprendido realmente que nada temible hay en el no vivir. De suerte que es necio quien dice temer la muerte, no porque cuando se presente haga sufrir, sino porque hace sufrir en su demora. En efecto, aquello que con su presencia no perturba en vano aflige con su espera, así pues el más terrible de los males, la muerte, nada es para nosotros porque cuando nosotros somos, la muerte no está presente y cuando la muerte está presente, entonces ya no somos nosotros”. Además, habría que agregar lo que decía Epicteto, en sus máximas, sobre la opinión: “Lo que turba a los hombres no son las cosas sino las opiniones de que de ellas se hacen, por ejemplo la muerte no es algo terrible, pues si lo fuera a Sócrates le hubiera parecido terrible, por el contrario lo terrible es la opinión de que la muerte sea terrible, por lo que cuando estamos contrariados, turbados o tristes no acusemos a los otros sino a nosotros mismos, es decir a nuestras opiniones. Acusar a los otros por nuestros fracasos es de ignorantes, no acusar más que a sí mismo es de hombres que comienzan a instruirse y no acusar ni a sí mismo ni a los otros es de un hombre ya instruido”.



Por tanto, para estos siempre vigentes maestros la muerte no se debe temer, sin embargo consideraban que no hay peor enfermedad que olvidarse de sí mismo, así que existía la obligación de agradecer a Asclepio en este caso por la curación que efectivamente se realizó mediante el diálogo y la reflexión y que terminó pagando el gallo. 

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