La interpretación más común
sobre este agradecimiento es que la muerte habría curado a Sócrates de la
enfermedad que consiste en vivir, pero a mí en particular no me parece así por
lo siguiente:
En realidad, ese gallo a Asclepio
se lo debían porque hubo una curación y el pedido de honrar este agradecimiento
fue dirigido a Critón, siendo justamente el mismo el que le sugirió a Sócrates no cumplir su
sentencia y fugarse. Tan convincente fue el discurso de Critón pero Sócrates no
se olvidaba de sí mismo y después de que ambos dialogarán y reflexionarán
pudieron curarse de una lógica que pudo haberlos persuadido, pero que no iba
encaminada hacia la mejor razón de acuerdo a la conclusión a la que llegaron al
final sobre este asunto. Michel Foucault decía, en sus clases sobre el coraje de la
verdad, que: “Bien puede suponerse entonces que la enfermedad para cuya
curación se debe un gallo a Asclepio es justamente aquella de la que Critón se
ha curado cuando, en la discusión con Sócrates, pudo emanciparse y liberarse de
la opinión de todos sin distinción, de esa opinión capaz de corromper las
almas, para, al contrario, escoger, decantarse y decidirse por una opinión
verdadera fundada en la relación de sí mismo con la verdad. La comparación
utilizada por Sócrates entre corrupción del cuerpo y deterioro del alma por
opiniones corrientes parece indicar a las claras, en todo caso, que tenemos
allí cierta enfermedad. Y bien podría ser su curación lo que hay que agradecer
a Asclepio”. Pero no solamente fue una cura para Critón, sino para todos,
porque como agrega Foucault: “…si triunfa el mal discurso, es una derrota para
todos, pero si triunfa el buen discurso, todo el mundo gana…”. También es bueno
recordar lo que escribía Epicuro, en su carta a Meneceo, sobre la muerte: “Acostúmbrate
a pensar que la muerte es nada para nosotros, porque todo bien y todo mal
reside en la sensación y la muerte es privación de los sentidos, por lo cual el
recto conocimiento de que la muerte nada es para nosotros hace dichosa la
mortalidad de la vida, no porque añada una temporalidad infinita sino porque
elimina el ansia de inmortalidad. Nada temible hay, en efecto, en el vivir para
quien ha comprendido realmente que nada temible hay en el no vivir. De suerte
que es necio quien dice temer la muerte, no porque cuando se presente haga
sufrir, sino porque hace sufrir en su demora. En efecto, aquello que con su
presencia no perturba en vano aflige con su espera, así pues el más terrible de
los males, la muerte, nada es para nosotros porque cuando nosotros somos, la
muerte no está presente y cuando la muerte está presente, entonces ya no somos
nosotros”. Además, habría que agregar lo que decía Epicteto, en sus máximas, sobre la opinión: “Lo que
turba a los hombres no son las cosas sino las opiniones de que de ellas se
hacen, por ejemplo la muerte no es algo terrible, pues si lo fuera a Sócrates
le hubiera parecido terrible, por el contrario lo terrible es la opinión de que
la muerte sea terrible, por lo que cuando estamos contrariados, turbados o
tristes no acusemos a los otros sino a nosotros mismos, es decir a nuestras
opiniones. Acusar a los otros por nuestros fracasos es de ignorantes, no acusar
más que a sí mismo es de hombres que comienzan a instruirse y no acusar ni a sí
mismo ni a los otros es de un hombre ya instruido”.
Por tanto, para estos siempre vigentes maestros la muerte no se debe temer, sin embargo consideraban que no hay peor enfermedad que
olvidarse de sí mismo, así que existía la obligación de agradecer a Asclepio en este caso por
la curación que efectivamente se realizó mediante el diálogo y la reflexión y que terminó
pagando el gallo.
0 comentarios:
Publicar un comentario