Después de unos días de pesadumbre y problemas fui a visitar
a mi hijita como de costumbre y la encontré con algo de sueñito…
Entonces la levante y la lleve upita hasta el sillón de
mecer…
Ahí estuvimos con ella abrazaditos y dormitando…
Ella me acariciaba la cara con sus manitos chiquititas
mientras yo la abrazaba y la mecía…
Todo se transformó en una hermosa y tierna plenitud…
A partir de esa plenitud me vinieron algunas imágenes…
La de los niños y niñas de los pueblos originarios que se
estaban bañando al costado de la plaza uruguaya en la intemperie y que había
visto unos momentos antes de llegar a la casa de mi hijita… La de los
niños que cotidianamente veo en los colectivos pidiendo unas moneditas… La de
los niños casi destruidos que vemos todos los días en la calle… La de los niños
que ven a sus padres sumidos en la miseria, en la desesperación, en la
violencia, en la exclusión… La de los niños que ven a sus padres escondidos en
sus perfectos maquillajes, en sus caretas, con sus cariños de plástico, con
rostros sin contenido…
Por supuesto también de los momentos, cada vez más escasos
y fugaces, de ternura real con la cual nos relacionamos con nuestros seres
queridos, con los demás y con nuestro entorno…
Pensaba en lo bella que era esa relación de ternura en la
cual me hallaba sumergido con mi hijita y me decía: Esto es el origen de todo!,
de esta relación de ternura hermosa es que se edificó toda la vida de los seres
humanos….
¿Qué paso?, ¿quién nos robó?, ¿cómo extraviamos esta hermosa
ternura?, ¿dónde nos perdimos?, ¿a cambio de que la despreciamos?, ¿a qué
precio?, ¿la transformamos en mercancía?, ¿somos conscientes de que se nos
escapa de las manos y de la vida cada vez más rápido?, ¿la hemos desechado de
nuestras vidas?...
Pero la pregunta que más se me quedo en la cabeza es: ¿No
bastaría con sentir más seguido esa hermosa ternura, multiplicarla y
reproducirla para realizar una verdadera revolución y recuperarnos nuevamente?…
Juan Carlos Duré
Bañuelos
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