Quien haya descartado la imaginación por
considerarla algo anormal seguramente creerá que los que usamos nuestra
imaginación para vivir tenemos que “hacernos ver” por alguno de los personajes,
organismos, aparatos o mecanismos que hacen funcionar la estructura panóptica.
En una noche lluviosa en medio
del cotidiano y presuroso trajinar, todo pareció aquietarse en medio de una lluvia
remolinezca, en un barrio lúgubre, al abrigo de un techito, en una parada de
colectivos que van con destino hacia el infinito de las probabilidades. Allí se
encontraron tres personajes que, más que esperar un colectivo, parecían detener
la vertiginosidad de los acontecimientos y la contingencia de la existencia
para pensar un poco sobre algo totalmente distinto a la lluvia y a los
problemas de esta fatigosa cotidianeidad. Esos tres personajes eran Michel
Foucault, Humberto Maturana y Juan el transeúnte desconcertado que siempre reducía
sus problemas a cómo pagar cuentas, cómo
mantenerse él, su familia, a saber cuál era el itinerario de los diferentes
colectivos que pasaban por su ciudad, a cómo llegar temprano a su trabajo, a qué
tenía que ver en la tele al llegar a la casa, a cómo hacer para llegar a fin de
mes, a desear que llegue el viernes, a qué tenía que comprar, a qué tenía que
tirar y en fin a cómo vivir “el día a día”, hasta que ese encuentro le hizo
pensar que quizás y tan sólo quizás su
“vivir día a día” era una opción de no vivir que respondía a todo un esquema de
sujeciones internalizadas que le hizo olvidar lo que era la tan mentada
libertad.
Esto es lo que pudo captar Juan
de esta azarosa conversación:
Foucault: El poder de modelar conductas tiene una función bio-política
(el control de los cuerpos o del cuerpo social) que fue modificando su
mecanismo, teniendo en cuenta el tipo de ejercicio de poder y su aspecto
económico fundamentalmente. Las reformas que se hicieron en el control de la
conducta social, desde los suplicios
hasta el panoptismo, primero tenían por fin introducir el poder de castigar más
profundamente en el cuerpo social, luego vigilar mejor a todo ese cuerpo social
con el objeto de normalizar las conductas de sus miembros.
Maturana: Mediante la conversación damos forma psíquica y material
al mundo. El método que resulta de la conversación es la co-creación. Se debe
amar pero no como un rol, sino teniendo en cuenta que es el cimiento de la
constitución de todo ser vivo: acoger, nutrir, reconocer, alimentar, etc. Sin
espacio nos morimos desde el alma. La parábola del sembrador es un excelente
ejemplo: Las semillas crecieron en buena tierra, que es igual a un espacio
amoroso.
Foucault: En el control panóptico las personas son vistas, pero no
ven; objeto de una información, jamás sujeto en una comunicación.
Maturana: Las conversaciones autoridad-obediencia se realizan por
falta de respeto por sí mismos y por los otros. También por inseguridad. Traen
resentimiento y desgano. Cuando necesito someter siento inseguridad y falta de
respeto. La convivencia sin expectativas, sin exigencias, sin supuestos por eso
mismo está abierta a la co-creación.
Foucault: En la colonia penal de Mettray, ya en 1840, en Francia, es que se origina la forma
disciplinaria en su estado más intenso, el modelo en el que se concentran todas
las tecnologías coercitivas del comportamiento. Hay en él algo del claustro, de
la prisión, del colegio, del regimiento. Los pequeños grupos, fuertemente
jerarquizados, entre los que se hallan repartidos los detenidos, se reducen
simultáneamente a cinco modelos: el de la familia (cada grupo es una “familia”
compuesta por “hermanos” y por dos “mayores”), el del ejército (cada familia,
mandada por un jefe, está dividida en dos secciones, cada una de las cuales
tienen un subjefe; cada detenido tiene un número de matrícula y debe aprender
los ejercicios militares esenciales; todos los días se pasa revista del aseo y
todas las semanas de la indumentaria; se toma lista tres veces al día); el del
taller, con jefes y contramaestres que aseguran el encuadramiento del trabajo y
el aprendizaje de los más jóvenes; el de la escuela (una hora y media de clase
al día, la enseñanza la dan el maestro y los subjefes) y, finalmente, el modelo
judicial: todos los días se hace en el locutorio una “distribución de
justicia”. La menor desobediencia tiene su castigo y el mejor medio de evitar
delitos graves es castigar muy severamente las faltas más ligeras: una palabra
inútil se reprime en Mettray. El principal castigo que se inflige es el
encierro en celda porque “el aislamiento es el mejor medio de obrar sobre la
moral de los niños; ahí es sobre todo donde la voz de la religión, aunque jamás
haya hablado a su corazón, recobra todo su poder emotivo”; toda la institución para
penal, que está pensada para no ser la prisión, culmina en la celda, sobre
cuyas paredes está escrito en letras negras: “Dios los ve”.
Esta superposición de modelos
diferentes permite circunscribir, en lo que tiene de específico, la función de
encauzamiento de la conducta. Los jefes y subjefes de Mettray no deben ser del
todo jueces, ni profesores, ni contramaestres, ni suboficiales, ni “padres”
sino un poco de todo esto con un modo de intervención específico. Son en cierta
manera técnicos del comportamiento: ingenieros de la conducta, ortopedistas de
la individualidad. Tienen que fabricar cuerpos dóciles y a la vez capaces.
Nos encontramos en compañía del
profesor-juez, del médico-juez, del educador-juez, del “trabajador social”-juez;
todos hacen reinar la universalidad de lo normativo, y cada cual, en el punto
en el que se encuentra, le somete el cuerpo, los gestos, los comportamientos,
las conductas, las actitudes, las proezas. La red carcelaria, bajo sus formas
compactas o diseminadas, con sus sistemas de inserción, de distribución, de
vigilancia, de observación, ha sido el gran soporte, en la sociedad moderna,
del poder normalizador.
El tejido carcelario de la
sociedad asegura, a la vez, las captaciones reales del cuerpo y su perpetua
observación. Su funcionamiento panóptico le permite desempeñar este doble
papel. Si hemos entrado, después de la edad de la justicia “inquisitoria”, en
la de la justicia “examinadora”, si, de una manera más general aún, el
procedimiento de examen ha podido cubrir tan ampliamente toda la sociedad y dar
lugar, por su parte, a las ciencias del hombre, uno de sus grandes instrumentos
ha sido la multiplicidad y el entrecruzamiento compacto de los mecanismos
diversos de encarcelamiento. El hombre cognoscible (alma, individualidad,
conciencia, conducta, poco importa aquí) es el efecto-objeto de esta invasión
analítica, de esta dominación-observación.
Estos dispositivos se aplican no
sobre las transgresiones respecto de una ley “central” sino en torno del
aparato de producción –el “comercio” y la “industria”-, una verdadera
multiplicidad de ilegalismos con su índole y origen diversos, su papel
específico en el provecho y la suerte diferente que les procuran los mecanismos
punitivos. Y que, finalmente, lo que rige todos estos mecanismos no es el
funcionamiento unitario de un aparato o de una institución, sino la necesidad
de un combate y las reglas de una estrategia. Que, por consiguiente, las
nociones de institución, represión, rechazo, exclusión, marginación no son
adecuadas para describir, en el centro mismo de la ciudad carcelaria, la
formación de las blanduras insidiosas, de las maldades poco confesables, de las
pequeñas astucias, de los procedimientos calculados, de las técnicas, de las
“ciencias” a fin de cuentas que permiten la fabricación del individuo
disciplinario. En esta humanidad central y centralizada, efecto e instrumento
de relaciones de poder complejas, cuerpos y fuerzas sometidos por dispositivos
de “encarcelamiento” múltiples, objetos para discursos que son ellos mismos elementos de esta estrategia, hay que oír el estruendo de la lucha.
Maturana: Ya que a nadie le gusta obedecer, ni ser sometido, una
opción para practicar son las conversaciones liberadoras con resultados
terapéuticos. Mediante las conversaciones liberadoras se desarrollan
herramientas reflexivas que permiten salir de encrucijadas emocionales.
Así como hay redes en el aparato,
también hay redes de conversación particulares que se forman con el lenguaje,
el conversar y el reflexionar. Somos una totalidad, no somos reflexión por un
lado y emoción por el otro: las emociones y reflexiones actúan en conjunto. La
reflexión sobre algo nos cambia la perspectiva sobre ese algo y si volvemos a
reflexionar sobre ese algo surge la experiencia de la libertad. Hay que
reconocer que los grandes sistemas racionales son constructos lógicos que
parten de premisas fundamentales aceptadas a priori desde las emociones.
La biología cultural conducente
tiene como fin formar en el entendimiento desde el aspecto biológico o sea
desde como funcionamos. El saber se relaciona con el hacer. El entendimiento
con el espacio relacional.
Si cambiamos cambia el entorno.
Hacer con bienestar y alegría produce mejores metas y objetivos que con
esfuerzo.
Hay que recuperar la conversación, actualmente no se conversa, no se escucha, se habla de otro o de otra cosa. En un proyecto se instruye o se conversa.
Juan: (Que sólo estaba escuchando sin poder desentrañar qué era
real, qué era un sueño, qué era cierto, ni qué era fantasía pensó): El
mecanismo disciplinario orientado a la formación de personas obedientes,
moldeadas por premios, castigos, vigilancia y por la normalización tiende a
categorizarnos, encasillarnos y en la competencia constante a negarnos a
nosotros, a los otros y a negar al entorno.
El reconocimiento del otro, el
respeto mutuo, el compromiso con el otro y con el entorno, con el
emprendimiento que llevemos a cabo, con las metas, con los que están
comprometidos con nosotros, con los objetivos comunes tienden a crear las
condiciones de la esperanza para atravesar el engranaje cerrado del laberinto
que nos configura una imagen falsa de que no hay salida.
*Esta conversación imaginaria está basada en textos, anotaciones,
síntesis, agregados y conclusiones del libro Vigilar y Castigar de Michel
Foucault y en la Conferencia sobre Amar, Co-crear, Escuchar realizada por
Humberto Maturana y Ximena Davila, en Asunción-Paraguay, el 23.09.2014.